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Cuando Keveth fue a verla, estaba terminando de ponerse un vestido. El cabello mojado por la ducha le caía en la espalda desnuda y por un segundo se sintió ridícula al volver a usar la vestimenta de las hadas, pero Keveth la miró y asintió.

—Por fin, detestaba esa ropa humana que llevabas. —Fer tomó la playera con el gatito que había arrojado sobre la cama.

—Es un gatito. Es una playera preciosa.

—Es ropa corriente. Tú no eres corriente. —Fer intentó contener su sorpresa por aquella declaración, pero igual mucho no importaba porque Keveth siguió hablando como si nada—. Vengo de casa. Doriat está más recuperado. Traerá a Mili para el anochecer. —Fer asintió. Keveth miró alrededor y preguntó—. ¿Alguna cosa que necesites?

—Me vendría bien comer.

—La cocina está abajo, poco antes de salir al jardín. Puedes tomar lo que gustes.

—Bien, gracias.

—Debo irme. La reina ordenó una revisión al bosque azul. Por si acaso.

—Entiendo. ¿Cuándo vuelves?

—Seguro que mañana al atardecer. ¿Puedo confiar en que no cometerás ninguna imprudencia hasta entonces? —Fer ladeó una sonrisa.

—Supongo que deberás confiar en mí. —Keveth la miró unos segundos y entonces meneó la cabeza.

—De acuerdo, te daré un voto de confianza. Nos vemos mañana.

Él se retiró. Llevaba su armadura con detalles de madera y su lanza. Todo sobre ropa blanca, la misma vestimenta con que Fer le había conocido. Mili y Doriat llegaron cuando ella estaba comiendo en la cocina. Estaba sentada frente a un enorme caso lleno de frutas y pétalos, lo acompañaba con sidra de manzana y pequeños chorros de miel. Mili abrió la boca no más entrar, pero no lo hacía por la comida, pequeñas pixies volaban por toda la cocina, cargaban utensilios, limpiaban las áreas, hacían postres. Lo cierta era que maravillaba verlas trabajar.

—Ey, ¿cómo estás? —Doriat se sentó frente a Fer y tomó una manzana, la contempló antes de pegarle un buen mordisco y no más hacerlo, contestó con la boca llena.

—En algún momento estaré bien, florecilla. —Lo cual quería decir que no lo estaba, pero como no podía mentir, evadía. Lo sabía porque Doriat era un hada de Flores, más que eso, le había enseñado comportamiento y clase, si estuviera bien jamás hubiera hablado con la boca llena.

—Me siento culpable. —Mili tenía las manos en el aire, tal parecía que estaba intentando atrapar una pixie, Fer no creía que fuera muy buena idea—. Siempre pensé que ustedes eran seres fríos e insensibles.

—Y en parte es verdad —comentó Doriat—. No creas que muchas hadas están dolidas por Tatty en este momento. La mayora solo están irritadas porque se nos infiltraron y mataron a uno de los nuestros en nuestras narices. Muy pocos están dolidos por la pérdida de Tatty como un ser. —Doriat se detuvo, ya se apreciaba el corazón de la manzana, entonces volteó y se fijó en Mili, y por fin, una sonrisa autentica tocó sus labios—. ¿Qué intentas hacer, murciélago de fruta? —Mili carcajeó mientras saltaba en el aire e intentaba tomar una pixie que se escabulló entre sus dedos.

—Quiero verlas de cerca.

—No las trates como si fueran animales. Ofréceles una uva. —Doriat arrancó una del caso de Fer y se la arrojó a Mili. La chica la tomó en el aire y extendió la mano abierta con la uva en el centro, segundos después una pixie se acercó. Se sentó en la mano de Mili y masticó.

—Wow... genial. —Doriat siguió comiendo su manzana y al rato, preguntó.

—¿Dónde está nuestro sonriente Keveth?

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora