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—El bosque de la desesperación. Supongo que el nombre no es de a gratis —comentó Mili que caminaba junto a Doriat. Ellos llevaban unos pequeños cuchillos. Doriat contestó.

—Este bosque es mejor evitarlo. Se dice que está lleno de trampas. De caminos que no llevaban a ningún lado. De guardianes que demandan sacrificios o pruebas para dejarte pasar.

—¿Cómo sabremos hacia donde es el centro del bosque? —preguntó Fer.

—Hay una forma. —Keveth le tendió la lanza y ella la tomó. El hada se acercó a un árbol y comenzó a escalarlo. Mili le susurró a Doriat.

—¿No es mejor volar? —Doriat miraba hacia el árbol que Keveth escalaba. En cierto punto se perdió entre el follaje.

—No en este bosque. No una vez que entras y tocas tierra, al menos. Por eso Walden dejó las armas detrás del linde, para forzarnos a entrar y hacer el recorrido a pie. De otra forma solo hubiéramos podido volar por encima de las copas de los árboles sin necesidad de entrar al bosque como tal.

—¿Y por qué no hicimos eso en primer lugar? —preguntó Mili con losojos muy abiertos, Doriat se lo pensó unos segundos antes de contestar.

—No lo sé, supongo que la idea de estar armados es mejor que no estarlo. —Él miró a la chica y entonces comentó como una ocurrencia de último momento—. En todo caso, mi murciélago de fruta, yo pensaba ir volando. Keveth fue el tonto al que hirieron y tocó tierra. —Casi como Keveth le hubiera escuchado y quisiera representar de nuevo las palabras de Doriat, hubo un sonido entre el ramaje superior y entonces Keveth cayó del árbol. Dió una vuelta y se puso de pie.

—Bien, no subamos a un árbol dentro de un rato. Por otro lado estamos lejos del centro, pero vamos en buena dirección. —Su mejilla sangraba.

—¿Qué te pasó? —Fer se acercó y le tocó la herida. A diferencia de la sangre de las hadas antiguas, tal parecía que la de las hadas jóvenes no se solidificaba.

—Un percance con el habitante del árbol. Ya sanará. —Keveth tomó la lanza y retomó el caminar, el resto le siguió.

Caminaron por largo rato. Una de las cosas que era curiosa sobre el bosque de la desesperación, era que no podías saber si era de día o de noche. Los árboles crecían tan juntos que no dejaban resquicio para ver hacia el cielo. De vez en cuando se topaban con insectos brillantes, o musgo luminiscente. Pero no tuvieron la misma suerte encontrando agua o comida. Mili hizo público hacia rato que tenía sed. Y luego de mucho andar se toparon con un árbol caído. Sobre ese árbol estaba sentada una niña. Tenía la piel verde, por sus brazos y piernas se entrelazaban hojas y ramas, su cabello eran rulos negros salpicados de hojas. Balanceaba los pies y tarareaba. Detrás de ella se observaba una mesa llena de comida y jarrones con agua.

—Hola, ¿quién eres tú? —preguntó Fer mientras todos se acercaban con cuidado. Los ojos de la niña eran completamente negros, sin una pizca de blanco, esos terribles ojos se fijaron en su corona, y entonces comenzó a cantar.

El príncipe de espinas, hada hada hada, verde oscura dulce, uno no puede beber, uno no puede comer, uno solo puede ver. ¿Quién? —La canción se detuvo, Fer miró a sus acompañantes.

—¿Alguno de ustedes entiende? —Keveth miró a la niña pensativo, entonces dijo.

—Para empezar, parece que nos acabamos de topar con unos de eso guardianes del bosque: un duende. Y esa canción: el príncipe de espinas y repitió la palabra hada tres veces. Es como si describiera al grupo de Elliot.

La niña —que era en realidad un duende para sorpresa de Fer, aunque ya ni sabía porque seguía sorprendiéndose; estaba en las tierras de las hadas, ¿de verdad era tan loco que existieran los duendes?—, asintió vigorosamente su cabeza.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora