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Doriat y Mili empezaron a jugar en determinado momento y no habían parado. Era un juego extraño que Fer no terminaba de comprender. Debían poner las manos palma contra palma y adivinar la palabra que el otro estaba pensando. Cada uno tenía tres intentos. El que fallaba debía beber un trago y el que acertaba, tal parecía que no ganaba nada.

Fernanda y Keveth solo permanecieron sentados uno junto al otro, bebiendo licor y viendo a los otros jugar y de la nada, sin razón aparente, Keveth dijo.

—¿Puedes venir un momento?

Se levantó sin esperar respuesta y se encaminó hacia la parte trasera de la casa. Doriat y Mili siguieron en lo suyo, por lo que Fer no encontró mejor cosa que hacer más que seguir a Keveth. Salieron a lo que parecía un patio. Era muy bonito. Unos fuegos naranjas iluminaban el lugar que estaba cubierto de pasto y salpicado de flores. Por primera vez desde que llegó a Daha Fernanda se sintió incomoda de llevar zapatos puestos. Estar en aquel patio con zapatos era como si llevaras jeans a una fiesta formal. Pero no se los quitó. Porque no eran solo zapatos, era la única forma que encontraba de decirles a las hadas que no importaba que estuviera allí, o que estuviera considerando ayudarlas; ella no les pertenecía de ningún modo.

—¿Qué argumentos vas a usar ahora? —Ella preguntó al detenerse al lado de Keveth. Este estaba de pie con las manos en los bolsillos y la mirada en su patio trasero.

—Ninguno, no te traje para hablar de Elliot ni de la guerra. Quiero saber una cosa y me gustaría que contestaras con honestidad. —Fer tragó el nudo que la seriedad en la voz de Keveth hizo que se le formara—. Tu amiga Mili tiene razón en una cosa. Has cambiado. Muy seguro tú no te das cuenta, pero lo has hecho. Ahora ocultas tus emociones mejor que antes, por lo que me doy algo de mérito. —Él ladeó una suave sonrisa y la borró al segundo siguiente—. Así que es muy probable que no vaya a estar seguro de si me vas a mentir o no, por eso te pido que seas sincera.

—Ok. —Él se volteó a mirarla.

—¿Ok? Necesito más que eso.

—Bien... voy a ser sincera. Lo prometo. Ahora: ¿qué quieres saber?

—¿Qué es lo que hay en el mundo humano que te hace desearlo más de lo que se te ofreció aquí en Daha? —Fer apartó la mirada. La respuesta a eso era decepcionante, estaba segura de que Keveth la odiaría. Hubo un largo silencio, entonces él dejó salir un resoplido—. Para alguien que siempre reclama que las hadas evadimos o tergiversamos, es sorpréndete que lo hagas también.

—No estoy evadiendo tu pregunta.

—Tampoco la estas contestando.

—Es porque no lo sé. —Se miraron, podían escuchar las risas de Mili y Doriat saliendo de la sala de estar—. No sé porque rechacé la corona. Quiero decir, lo sabía en ese momento. Estaba molesta y quería... no sé qué quería.

—Vengarte.

—No...

—Sí. Prometiste honestidad, empieza por ser honesta contigo misma. Estabas enfadada conmigo por haberte mantenido en la oscuridad tanto tiempo, por no contestar todas las preguntas que nos hacías. Además lo que dijiste en tu departamento. Te sentiste confundida cuando la verdad te fue dicha delante de la corte. Estabas molesta. Más que preferir el mundo humano, lo que querías era darnos una bofetada en la cara a todos. Y lo hiciste. —Fer se abrazó a sí misma, de pronto era consiente de todo el licor que había bebido, podía sentir su cara caliente por el mismo.

—La reina habló de castigos. ¿Qué significa eso? —Keveth miró hacia atrás, al interior de su casa, luego de nuevo hacia el frente.

—No solo la reina estaba molesta cuando rechazaste la corona. Las demás hadas también. Sobre todo las otras hadas guías del torneo. Creo que todos estaban seguros de que cualquiera de los otros humanos hubiera aceptado. Así que le exigieron a la reina que Doriat y yo fuéramos castigados por haber estropeado el propósito de la reina que era tener un heredero.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora