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—Voy a hacer un comic sobre ti —Fhaninda aferraba las manos de Mili, estaban en su habitación con Doriat y Keveth en la puerta, todos despidiendo a la chica humana—. Me voy a hacer rica y famosa a costa tuya, ya verás. —Fhaninda rio, pero luego su sonrisa se desvaneció. Las manos de Mili temblaron—. Oye, es broma, no haré nada.

—No —Fhaninda negó y envolvió a Mili en un abrazo—. No es por eso. Puedes hacer lo que quieras. Haz un libro, un disfraz, lo que quieras, lo que pasa es que no voy a poder verlo. —Mili se separó del abrazó y la miró.

—¿Qué quieres decir?

—He estado estudiando los índices de la población en Daha. A pesar de los ataques de Adah, todavía hay suficientes hadas. No necesitamos más transformaciones por el momento y el mundo humano ya ha sufrido bastante por las hadas. Todas esas noticias de humanos desaparecidos que vuelven a aparecer, la mayoría fueron secuestrados por hadas. Quiero poner un alto a eso. Así que voy a prohibir los viajes al mundo humano. Algunas de las hadas jóvenes de mi corte, en compañía de Mobliat se están encargando de recolectar todos los polvos de viaje. Los voy a guardar aquí en el castillo.

—Oh. —Eso fue todo lo que dijo Mili, quizás resumiera muy bien la situación—. Pero tú eres la reina, puedes ir a verme si quieres.

—¿Y qué clase de reina seria si no cumplo las mismas reglas que mi gente? —Mili asintió, aunque se le veían los ojos brillantes de lágrimas contenidas.

—O sea que este es un adiós... adiós. —Fhaninda asintió.

—Te voy a extrañar. Me gustó ser tu amiga. —Mili la envolvió en un abrazo. Se secó las lágrimas y luego se despidió de Keveth con un serio apretón de manos.

—Cuídala muy bien, ¿está bien? —Él le asintió, en esa seriedad suya tan normal en él, pero la sonrisa se adivinaba en el fino pliegue de la comisura de sus labios, al menos para quien le conociera bien.

—Es hora de irnos, mi murciélago —dijo Doriat mientras le tendía una mano y con la otra arrojaba polvos al aire. Los dos se vieron bañados por él, y al segundo siguiente ya no estaban. Fhaninda sintió un dolor en el pecho. Fue como un desgarrón, dejó salir un jadeo y se dejó caer en la cama, Keveth se acercó y le tomó el rostro con las manos.

—Fhani... no lo dejes envolverte. —Ella jadeó de nuevo, luego meneó la cabeza.

—No entiendo de qué hablas.

—Estas sintiendo la separación con el mundo humano. Mili era lo último que te ataba a él. Eso que sientes es dolor por la perdida. Si dejas que te consuma te puede hacer daño. —Ella jadeó de nuevo, era horrible, era como si le estuvieran estrujando el pecho, el corazón.

—No sé cómo. —Quería gritar, quería llorar, quería dejarse morir.

—Piensa en Daha. ¿Qué es lo que más te gusta de Daha? Vamos, debe haber algo.

—Me gusta... me gustan... el pasto. Es suave —Él le asintió, estaba colocándole el cabello hacia atrás, instándola a seguir—. Huele a fresco, a flores, en cada lugar que vas, si no huele a flores huele a fruta. Me gustan las pixies, verlas volando de lado a lado y como se puede hablar a través de un espejo. Me gustan las llamas de colores, las batallas de los antiguos. —Ella podía sentir como ese dolor desgarrador se apaciguaba, se iba aletargando—. Pero... hay una cosa que me gusta mucho —Keveth estaba ahora sentado a su lado, su mano en la de ella.

—Yo sé que es.

—¿Lo sabes? —Ella preguntó medio sorprendida, él asintió y dijo con una enorme sonrisa.

—Volar. —Estuvo tentada a soltar varias carcajadas. Por fin había aprendido a ocultar sus alas y a Keveth no le faltaba razón. Le encantaba volar, sentir el viento en su rostro, pero eso no era lo que iba a decir.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora