16

115 28 5
                                    

Mili gritó.

—¡Ah! Un leprechaun. —Fer entendía porque Mili señalaba eso. El duende, que podía ser que midiera unos sesenta centímetros, vestía un trajecito verde, tenía los pies descalzos, el cabello corto y negro, una sonrisa traviesa y el camino tras él estaba bloqueado por una pared de bloques de oro.

—Déjame adivinar —comentó Fer—. Tengo que hacer algún sacrificio para poder pasar —El duende la observó un instante y entonces dijo.

—Solo tienes que decirme una verdad, a cambio te ofrezco un secreto de tu enemigo.

—¿Una verdad? ¿Cómo que una verdad? —cuestionó Fernanda, por suerte este guardián no cantaba ni hablaba en prosa, aunque era igual de confuso que los otros.

—Una verdad, una que hayas estado ocultando a todo el mundo. Sabré si mientes.

—¿Y si no quiero? —El duende señaló la pared.

—Podrás pasar de todas formas, pero no tendrás en tu poder el secreto de tu enemigo. La información puede ser un arma excelente. —Fer lo meditó un instante. No sabía que cosa podría decir para que el duende lo aceptara, Keveth habló.

—¿Puedo sugerir algo? —Fernanda se giró hacia él, su molestia no había desaparecido ni un poco.

—Cuando nos atacaron los otros duendes te dejé hablar porque estábamos en medio de una emergencia. Este no es el caso así que no, no sugieras nada.

—Pero —Fer lo miró furibunda.

—¡No! Vuelves a decir algo y te juro que te clavó otra flecha. —Fer se giró hacia el duende, este sonreía y comentó.

—Eso es una mentira. —Fer soltó un suspiro exasperado.

—Solo estaba siendo exagerada, ¿bien?

—Cierto —aceptó el duende—. Pero no es la verdad que te conseguirá el secreto.

Estuvieron un rato en silencio. Era sorprendente que Keveth en verdad la hubiera obedecido. Casi tanto como era de preocupante saber que Elliot llevaba mucha ventaja, quizás para esas alturas ya tuviera el arma en su poder. Fer miró hacía sus manos. Todavía llevaba puesto el anillo de Walden. Ella sabía que era lo que Keveth iba a sugerir y quizás, ya era el momento de aceptarlo. Así que dijo.

—Mi vida —hizo una pausa y giró el anillo en su dedo—. Mi vida apesta. Soy hija única y nunca me la llevé demasiado bien con mi padre. Me prestó dinero cuando lo necesité, pero no pasamos demasiados cumpleaños juntos. Mamá está enferma, me enteré después del torneo de las flores, fui a visitarla y casi que se despidió de mí. Y realmente nunca quise ser pastelera. —Se detuvo de nuevo, se sacó el anillo del dedo—. Mi novio me dejó por otra, mi gata se la robé a una vecina y para ser honesta, había días en los que no sabía por qué me seguía levantando. —Fer miró al duende—. Entonces conocí Daha y empecé a tener una guerra dentro de mí. Una parte estaba maravillada con Daha y la otra molesta. Estaba molesta porque sentía que se estaban burlando de mí y mucha gente se ha burlado de mí antes. En el colegio, en la secundaria. Así que... supongo que una parte de mi quería quedarse y la otra vengarse. Cuando me ofrecieron esa corona y todas esas cosas; una parte de mi estaba gritando que sí, pero la otra, más oscura solo quería venganza. Y para esas alturas había notado que las hadas son orgullosas, ¿qué mejor venganza que rechazarlas, pisotear sus regalos y su seguridad de que ningún humano las rechaza? Pero la verdad es que cuando volví a mi mundo me arrepentí. Traté de creer que no, que mi vida estaría bien, que encontraría la forma de ser feliz, pero no fue así. Cada día que pasaba, lo único que hacía era añorar el mundo que había conocido y rechazado. —Fer dejó caer el anillo al suelo—. Ahora te he dicho la verdad. —El duende se hincó y tomó el anillo. Lo limpió en sus pantalones y luego lo guardó. Le sonrió a ella.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora