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Keveth le dijo que irían en la mañana a hablar con la reina y que mientras tanto descansara. Fue lo que hizo, o lo que intentó, al menos. No durmió bien. Cuando lo lograba sus sueños estaban llenos de un Elliot enloquecido que asesinaba a las hadas con una lanza y cuando se despertaba, observaba a Keveth durmiendo a su lado y recordaba el beso, la sensación de sus labios, de sus manos e incluso de su nariz.

Por eso agradeció tanto que llegara la mañana. Doriat y Mili seguían en el sofá, abrazados el uno del otro, tal parecía que habían dormido allí. Decidieron no molestarlos, por lo que se encaminaron solos al palacio. Encontraron a la reina en su sala de audiencias. Estaba rodeada de guardias, de sus antiguos consejeros y de algunas hadas jóvenes que servían en su corte. Bastante normal, de no ser por el hecho de que un hada estaba arrodillada frente al trono de la reina, con las manos atadas a la espalda. Debía estar atado con hierro, porque alrededor de las muñecas tenía unas heridas rojas que no se veían muy bien.

—Tu nombre —demandó la reina.

Llevaba la corona de las flores sobre el cabello rubio, aquel día lo tenía trenzado y el mismo caía por su hombro izquierdo. Usaba un vestido color piel que al verse en primera instancia daba la sensación de que estaba desnuda, pero luego notabas el vestido y el engaño o quizás la distracción detrás. El hada frente a ella jadeó antes de contestar.

—Dentory.

—Dentory del reino Adah —exclamó la reina Beth—. Dime, ¿cuántos de los tuyos se infiltraron en mis tierras? —El hada no contestó, la reina miró hacia uno de sus soldados, este se adelantó, llevaba una vara larga y delgada, que sujetaba por un mango recubierto de cuero. La presionó en el cuello del hada y se escuchó un sonido de siseo, como si le estuvieran quemando la piel: hierro. La reina volvió a hablar—. Cambiaré la pregunta. ¿Qué vinieron a buscar? ¿Qué ordenes te dio mi hermana, asesinarme? —El hada en el suelo hizo algo inusual: comenzó a reír. La reina asintió de nuevo hacia el soldado y este repitió la acción. Fer se movió hacia adelante, pero Keveth la detuvo.

—No interrumpas en asuntos reales.

—Es una petición curiosa cuando lo que quieres es que justamente intervenga. —Keveth no replicó, así que Fernanda aprovechó la situación y se adelantó. Atrajo la atención sobre ella de inmediato. Todos se volvieron a verla, incluso el hada prisionera, que parecía exhausto pero muy molesto.

—Reina Beth, he venido porque tengo una respuesta a su petición. Estoy dispuesta a dialogar con Elliot si encuentran la manera de comunicarnos con él. —La reina sonrió, parecía ligeramente impresionada.

—Vaya, una buena noticia. Ve con Keveth a mi despacho, les alcanzaré allí en cuanto haya terminado el interrogatorio.

—Si me disculpa el atrevimiento —Keveth se había acercado hasta ella y le apretaba el brazo, como si le rogara con ese gesto que no tentara su suerte con la reina—. Pienso que de esta forma no va a conseguir las respuestas deseadas. Le sugiero un interrogatorio en privado. Con su presencia, la de Keveth, la de un antiguo y la mía, por supuesto.

Hubo un largo silencio, sin haberse dado cuenta Fer sintió de pronto como su corazón latía muy rápido. ¿Por qué? ¿Qué le importaba a ella si la reina accedía a su petición o solo la volvía a humillar tras sonrisas y palabras agridulces?

—¿Qué sabes tú de interrogatorios? —exigió la reina, no parecía molesta, quizás solo curiosa.

—Nada, pero he aprendido sobre las hadas. Al menos lo necesario para tener una idea de cómo conseguir información de ellas.

—No estoy muy segura de que me agrade la forma en que te estas expresando de nosotras. —Keveth le apretó el brazo, Fer entendió.

—No intentó insinuar que son predecibles o fáciles de comprender, todo lo contrario. Me disculpo si mis observaciones le parecen atrevidas. —La reina la miró largos segundos, apretaba y abría la mano derecha, pensativa.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora