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—Sigo siendo yo. —Estaban bajo el arco de los pájaros en el jardín del palacio. En ese momento las aves entonaban una melodía alegre. Mili los miraba con una suave sonrisa.

—¿Sabes que puedo obligarte a hacer cualquier cosa, verdad? ¿No es genial? —No sonrió pero tampoco se enfadó. Era Mili después de todo, y ella era Fernanda, al menos en su interior, en ese lugar recóndito dentro de sí misma que tendría que permanecer oculto. Una vez que Mili se marchara de Daha, no quedaría nadie salvo ella para que recordara ese nombre. Fernanda, Fernanda.

—Lo sé, como también sé que no lo vas a usar en beneficio del mal. —Mili se rio.

—Fhaninda —dijo mientras bajaba la mirada hacia su amiga—. ¿De dónde sacaste ese nombre? —Ella se encogió de hombros. Sus alas estaban afuera, Doriat había pasado varias mañanas enseñándole a guardarles tras su espalda, todavía debía mejorar esa técnica.

—No tengo ni idea, solo vino a mí. —Hubo una pausa entre las dos, entonces Fhaninda preguntó—. ¿Has pensado en mi propuesta? —Mili bajó la mirada y asintió, la sonrisa ya no estaba.

—Quiero volver a nuestro... bueno, a mi mundo. Me alegra que me ofrezcas convertirme en un hada y todo eso, pero hay cosas que me gustaría hacer.

—¿Cómo cuáles? —Ahora Fhaninda podía entender cosas que antes o bien no quería entender por terquedad o simplemente su mente humana no alcanzaba a comprender. Y eso era que no podía creer que alguien rechazara un ofrecimiento semejante de las hadas. Ser hada era ser magia, era ser eterno, era pureza y belleza. ¿Quién no quería esas cosas?

—Me apunté en una escuela de dibujo. No te lo había dicho porque... bueno... no es algo que le digo a muchas personas. Me gusta dibujar y sé que no es muy rentable, pero quiero darle una oportunidad.

—Podrías dibujar aquí. Doriat te adora. —Mili sonrió.

—Y yo le adoro, pero este no es mi lugar. No me malinterpretes. Daha es hermoso, las hadas... wow... es maravilloso, pero no es para mí. Tengo cosas que hacer en mi mundo. Lugares que visitar, comida que probar, gente que conocer. Solo lo sé.

Fhaninda asintió. Se había prometido una cosa. No sería una reina como Beth, ya había hecho su ofrecimiento, dio buenos motivos, pero Mili solo no quería, así que era momento de dejarlo pasar. Pasó un brazo por los hombros de su amiga y juntas se alejaron del arco de los pájaros.

—Está bien, pero entonces pasa estas últimas horas conmigo. Te voy a echar de menos.

—Lo mismo diga, alteza.

Las dos se rieron, aunque Fhaninda se encaminaba a una reunión con su corte y sabía que no habría noticias buenas.



En efecto, ninguna noticia buena. En la reunión estaban presentes Keveth, Teus, los antiguos Mobliat y Bothlé, y la corona sobre el escritorio casi como una tercera persona.

—¿Qué noticias traes de la frontera? —preguntó Fhaninda a Teus, ella le encargó dirigirse allí con un grupo amplio de hadas. Desde que se convirtiera en reina y hubieron abandonado el bosque de la desesperación, transcurrieron varias noches y días en que el ambiente se sentía tenso. Las hadas de Espinas estaban sin gobernante y se reusaban a seguir ordenes de la corona de las Flores. Como consecuencia invadían el mundo humano sin ningún tipo de orden. Estaban secuestrando más humanos de lo normal y torturándoles de formas terribles. Además se infiltraban en Daha cada que podían y atacaban a las hadas de Flores. Teus no traía mejores noticias.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora