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—Quisiera poder decirte que te odio. —Keveth estaba sobre ella, ligeramente apoyado sobre los codos a sus costados, le miraba el cuello, luego los labios, a veces el contorno del rostro, también estaba haciendo observaciones molestamente acertadas.

—Solo quiero que estés preparada. Aun te estas acostumbrando a tu nueva naturaleza. Hay cosas con la que no sabes lidiar todavía. Y sé que aun sientes rencor por el rey Thios. Por las cosas que hizo cuando eran humanos, eso no lo has olvidado aunque lo creas y puede llegar a resurgir más adelante. Tienes que estar preparada para eso. No es un matrimonio cualquiera, significa la paz del reino.

—Sé todo eso, pero no guardo rencor por Thios. Ya se ha disculpado por lo que pasó en la bóveda de los lamentos cuando éramos humanos. Incluso le parece apropiado que seas mi guardia personal. Lo he superado.

—No lo has hecho. —Ella subió las manos a su espalda y le clavó las uña, como venganza no era tan terrible.

—¿Qué puedes saber tú?

—Sé un par de cosas —comentó mientras bajaba el rostro y la besaba en los labios.

Recordaba la moralidad de los humanos, sabía que en su pasada vida estar en la cama con un hombre que no era su prometido se consideraría algo horroroso y enfermizo. Pero aquello era la tierra de las hadas. Su prometido el rey Thios sabía que Keveth y ella eran cercanos en más formas de las convencionales, quizás incluso para ese momento el rey también estuviera pasando el rato con algún hada de su corte. No tenía importancia.

Lo que sí tenía importancia era lo que Keveth le estaba señalando. Era como una dualidad representada en las caras del rey y de Keveth. Ese lado de ella que deseaba ser una buena gobernante, que buscaba lo mejor para su reino, ese lado incluso que en algún momento se sintió muy atraído hacia un humano de cabello rojo que solo tenía hermosas palabras para el reino de las Flores. Pero luego estaba ese otro lado, ese que seguía recordando a una humana de cabello castaño atada a una silla hecha de raíces de árbol, atrapada entre el horror de ver morir a sus amigos o revelar una verdad que les salvaría pero que condenaría a todo un reino, todo ello de la mano de ese mismo humano de cabellos rojos.

Enroscó las piernas entorno de las caderas de Keveth y se hundió en su abrazo dejando de lado su guerra interior. Eso era pasado, eso les sucedió a dos humanos. Ahora era una reina y debía hacer lo que tenía que hacer.



—¿Debería estar leyendo algo entre líneas, mi reina? —Fhaninda pasó la mano por las flores que estaban junto a ella. El aire era fresco y cada que soplaba arrancaba el suave aroma de las flores del jardín y las esparcía por todo el lugar. Doriat estaba de pie frente a ella, tenía las manos atrás y el rostro sin expresión, lo que en realidad decía más de lo que cualquiera pudiera pensar.

—No hay nada entre líneas, no quiero que te sientas molesto por mi petición. No puedo pensar en nadie mejor para que cuide este lugar. Sé la importancia que tiene para todo Daha.

—Daha ya no existe. —Ella le miró.

—Siempre existirá, aunque tenga otro nombre. Existirá en cada flor y en cada brizna de hierba. Lo sabes más que yo. —Hizo una pausa, quería que él entendiera, pero más que eso, quería que se sintiera honrado, no ofendido—. Doriat, serás el protector de todo este lugar. ¿Sabes la cantidad de atención favorable que vas a atraer ahora? ¿De chicas y chicos? —comentó ella de manera juguetona para ver si de ese modo él sonreía, él no lo hizo. En su lugar dijo.

—Lo único que me interesa es estar a su lado, alteza. Como siempre lo he estado. Pero por lo visto soy prescindible para usted.

Fhaninda alargó las manos y tomó las de él. Dejó que a través de sus ojos se escapara la ferocidad que estaba sintiendo al decir sus siguientes palabras.

La senda de la corona [La senda #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora