capítulo 4

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Pov Elizabeth

Después de la noticia que el padre Mael me dijo, me encaminé directamente hasta a mi habitacion para preparar mis cosas como el me mando, durante el camino dejé de sentir esa extraña mirada que se asomaba en lo profundo del pasillo, pero es mejor dejarlo de lado, ¡está es un convento! ¿no? dudo que un ente maligno esté rondando por aquí, decidí dejar pasar eso para poner mis pensamientos en otra parte.

¿Por qué tengo que ir ahí? ¿tan lejos? ¿por qué yo específicamente? Hay mas personas, no lo entiendo, pero bueno, si me necesitan no tengo porque negarme, siempre es bueno ayudar y conocer nuevos horizontes.

Sin darme cuenta de como, llegue a mi habitacion, dios mio tengo que concentrarme un poco más, ya nisiquiera distingo la cantidad de tiempo, abrí la puerta, entré a mi cuarto y cerré detras de mí, me recargue un rato en la puerta y solte un bufido, realmente estoy cansada, aunque no entiendo el porque ¡si a penas son las 11 del día!

Comenzé a empacar mi ropa, mis objetos de higiene, mis libros, entre otras cosas pero ..... me di cuenta de algo, mi cruz ¡Oh rayos! olvidé ponermela esta mañana, reí un poco, siempre me causo gran curiosidad, una forma rara con símbolos antiguos desconocidos para mí, una hermosa piedra roja le adornaba el centro, hecha de plata, pesada y ..... mi último obsequio de la madre Hilaria antes de que dejara esté mundo, aún recuerdo las palabras raras que me dijo cuando me la dio.

Flashback

- ¡¿La madre.... Hilaria quiere... verme?!- dije tratando de regular mi respiración, cuando me dijeron que ella deseaba verme, no me negué en ningún momento y llegué hasta su habitacion corriendo lo más rápido que pude.

- Adelante pasá - me dijo el doctor que la atendia, yo solo asentí y entré a la habitacion, las cortinas estaban cerradas, por lo que la única luz era la del sol que se traspasaba por ellas, me acerqué a la cama donde estaba ella y me arrodille a su lado, ella giró su cabeza hacia mi.

- Hola madre Hilaria- me rompe el alma en mil pedazos el verla tan débil, una mujer que siempre sonreía, que me ayudo en mis momentos más difíciles, y ahora postrada en una cama, con la única esperanza de despedirse de todos y ser recogida por él.

- No pienso mentir, y aunque lo intentara sebes mi condición perfectamente ¿no es así?- ella sonrío y yo solo asentí-  tomá- me dio la llave que siempre tenía colgada en su cuello- debajo de mi cama, hay una maleta plateada... sácala- hice lo que me pidió y en efecto había un maleta de tamaño mediano plateada, pesaba un poco- utiliza la llave para abrirla- así lo hice y en su interior había una cruz de plata un poco extraña, tenía características bastantes llamativas que la distinguian por completo de una ordinaria, la levanté en mis manos y la admire bastante sorprendida, después se la extendí para que la tomara pero solo nego debilmente- es tuya te la regalo.

- Madre ¿qué está diciendo? yo no puedo conservarla.

- Claro que puedes, y debes conservarla, es el último regalo que te puedo dar- me sonrío, yo solo sentí las lágrimas recorrer mis mejillas, se que se está despidiendo pero no... no así no quiero no, solo no.

- Madre yo no puedo aceptar estó, es de usted, tiene un valor especial para usted y... - me interrumpió.

- Tú misma lo has dicho es especial para mí, por eso conservalo, te lo doy a ti y a nadie más.

- Si entiendo pero ... ¿por qué?- ella sonrío.

- Te voy a decir algo- levantó con dificultad su temblorosa mano hacía mi, yo la sostuve y la acerqué a mi pecho para que no hiciera esfuerzo alguno- está cruz es muy valiosa y no solo por el material del que está hecho o por el sentimiento ofrecido a está, si no que pertenece a un sello muy importante- empezó a toser- cuidala con tu vida, toma las decisiones correctas, son las que te indica tu corazón pero utiliza el razonamiento también, recuerda para que elegir un camino, cuando puedes crear el tuyo mismo- sonrío.

El octavo pecado (meliodas x elizabeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora