Capítulo 14

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Miré hacia la ventanilla, el avión estaba despegando.

Me pasé las manos con nerviosismo por el cabello, y solté un largo suspiro. El viaje se me haría largo, muy largo.

—Naruto...

—No tenías porqué hacerlo. — Le dije sin despegar la vista de las nubes.

Hinata sonrió.

—Te preocupas demasiado.

—Es arriesgado, Hina.

—Lo tengo perfectamente claro.

—¿Entonces qué haces aquí? — Pregunté mirándola a los ojos. Ella me devolvió la mirada.

—No quería que estuvieras sólo.

Sin poderlo evitar sonreí y acaricié su mejilla con los nudillos.

Hinata Hyuga estaba acompañándome a Nueva York a ver a mi verdadero padre. Había insistido tanto, que no me quedó otra opción, incluso había amenazado con decírselo a mi abuelo. Eso se llamaba chantaje.

No tenía pensado cuánto tiempo tardar, si por mí fuera me quedaría para siempre, pero eso era imposible, comenzando con que Hinata venía conmigo. Ella le había dicho a su madre que saldría de viaje por placer, yo había dicho que quería acompañarla, si nos pillaban habría problemas.

Acomodé mi cabeza en el respaldo de la butaca y miré nuevamente por la ventanilla, mientras tomaba la mano de mi prometida.

—Gracias, hermosa.
.

.

.

[...]

.

.

.

El viaje había sido pesado. No pude pensar en otra cosa que no fuera la reacción de sorpresa de Minato Namikaze cuando me encontrara en la puerta de su casa.

Sonreí. Mi padre no sabía que yo iría a hacerle una visita.

Durante nuestras conversaciones había averiguado su dirección y horario de trabajo, había planeado todo para llegar cuando él estuviera en casa.

—¿Tomamos un taxi? — Me preguntó Hinata.

—Sí.

No fue difícil llegar, sólo nos tomó media hora más o menos. Bajé mi maleta y la de Hinata del taxi y le pagué al chófer. Di media vuelta para quedar de frente a un amplio jardín.

De repente comencé a sudar frío. ¿Y si no le agradaba que yo estuviera ahí? Comencé a pensar infinidad de cosas negativas, pero una cálida mano detuvo mi paranoia.

—Tranquilo, todo estará bien. — Susurró Hinata en mi oído.

Apreté su mano levemente, y atravesé con ella la vereda.

El pasto verde estaba cuidadosamente cortado, y la casa un tanto pequeña a lo que yo estaba acostumbrado, pero realmente bien cuidada. Me aseguré que en la entrada hubiera el número "237", para corroborar que sí era ahí. Después toqué el timbre.

Había dejado de sudar frío, pero a cambio mis manos comenzaron a temblar nuevamente. Y entonces la puerta se abrió.

Un hombre rubio con el cabello alborotado me devolvió la mirada, con la boca levemente abierta de impresión. Llevaba una simple camiseta blanca y pantalones deportivos. Parpadeó un par de veces antes de tratar de decir algo que no salió de su boca.

Hello, dad. — Hablé bajito, pero sabía que me había escuchado perfectamente.

Los segundos que pasaron me parecieron interminables, hasta que por fin escuché su voz.

¡Y es que odio amarte!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora