Llore caminando por las viejas calles, no sentía absolutamente nada, no me importaba si la gente me veía llorando, estaba roto. No quería ir a casa, menos a la escuela, no quería recordar nada sobre él. No era suficiente solo huir, no cuando cada rincón gritaba su nombre.
Lee Jeno. Él por todos lados, duele tanto, su presencia encendia cada lugar por el que pasaba, la ciudad estaba plagada de su rastro fantasmal.
Cada día desde que se fue duele, ya es normal para mi estar triste, ya no quiero pensar, es demasiada soledad.
Los ojos de Renjun me escanearon, como si fuese un bicho raro o algo parecido, mi cara de zombie se notaba de acá a mil kilómetros, no era normal verme triste, yo no estaba normal, me habían sacado una parte esencial en mi, como si me hubieran arrancado una parte de mi alma.
-¿y ahora qué?,-preguntó casi enojado, con el ceño fruncido, había pasado semanas sin ir a la escuela, había desaparecido, huido de todo, no quería enfrentar la horrible realidad de que él ya no estaba. Pero aunque quisiera negarlo, los dos eramos lo mismo, yo huí cuando él también lo hizo, desaparecí cuando se fue sin dar respuesta alguna, eramos dos hombres cortados con la misma maldita tijera.
-No me hables,-no fue con tono enojado, sino triste, no quería que nadie me hablara, no me importaba si mi reputación de "chico agradable y popular" caía, no tenia ganas de ponerme mi típica máscara color rosa con la que todos me amaban, quería ser Na Jaemin el que es humano y se siente triste por haber perdido lo que más quería. Estaba harto de todo, que Jeno se haya ido había sido el desencadenante de todo, de que realmente me sienta mal por la relación con mi mamá, de que este harto de todos en la escuela, toda mi vida era falsa y no quería admitirlo por miedo, pero ahora ya no tenía nada para perder.
-Jeno vino,-susurro casi para él, sin importarle que me haya dicho que no quería que me hable. Mi corazón se estrujo, un mes sin verlo, un mes desde que deje de sentir, un mes desde que él se fue, sin preguntar, sin pensar en mi. Antes pasábamos todos los días juntos, años pasando todos los días juntos, a esos tiempos quiero regresar,-pidió su pase para otra escuela...él se va a ir del país,-lágrimas se agolparon en mis ojos, como cascada llore, horas y horas, tanto así que tuvieron que pasarme a buscar por la escuela, a la que nunca más volví.
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-Dicen que el nuevo jefe es muy joven, ¡y que vivió en el extranjero!,-reí ante las cosas que todas mis compañeras decían sobre el nuevo jefe, luego de que a sus 65 años nuestro jefe se jubile, uno nuevo llegó, por lo que se sabe(gracias a rumores) es joven, vivio en Europa y como la mayoría de coreanos, es de apellido Lee, lo cual no es una gran pista.
-Ya dejense de charla, hay cosas para terminar,-dije caminando hasta mi cubículo, con un café demasiado fuerte en mi mano y una carpeta roja en mi otra mano. Me senté en mi silla giratoria, mirando hacia mi escritorio en donde había algunas fotos, algunas con mis amigos, otras con mi hermana menor, era un lugar muy personal para mi, quise hacerlo parecer algo más que un lugar de trabajo, un lugar en donde pueda estar cómodo.
Luego de media hora, la secretaria del nuevo jefe me llamó, fui con algo de nervios, la oficina estaba en la parte más alta del edificio, ya conocía esa parte, habia ido pocas veces, pero recordaba que se podía ver toda la ciudad, todo era de vidrio espejado, con detalles en blanco y gris.
Luego de algunos segundos en el ascensor, llegamos a la planta más alta, en donde una puerta negra nos recibió, detrás de ella se escuchaba gente conversando tranquilamente.
-Señor Lee, él es el jefe de marketing, Na Jaemin,-me presento la secretaria apenas entramos a la lujosa oficina.
El hombre alto se dio la vuelta, dejando ver su cara ya conocida con rasgos más fuertes, ya no tenía cara de niño, más bien parecía más grande de la edad que tenía, tan elegante, tan imponente. Su traje de color negro, seguramente traído desde el lugar más fino de Europa, a donde había huido como la rata cobarde que fue.
-Un gusto,-sacó su mano de uno de sus bolsillos, con intención de estrechar la mía, varios anillos de otro y plata se hicieron notables, fríos contra mi mano, la que efectivamente seguía siendo más pequeña y delgada que la suya.
-El gusto es mío, señor Lee,-hable entre dientes, no podía creer que el maldito destino tenga preparado esto para mi. Su semblante era serio, pero amable, parecía un cachorro mojado con sus ojos grandes, su boca ligeramente abierta, todo en el desprendía ese aura de pena.