Montículos de basura

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Despertó al sonido de las rechonchas y frías gotas de lluvia contra el techo. Se acomodó mejor, tratando de que el suelo rugoso debajo suyo no tuviera ninguna piedrita que le jodiera la espalda. Sintió un pequeño cuerpo pegándose más al suyo y volteó la mirada: Zenox dormía acurrucado en su hombro. Al lado del cabbit, Félix estaba enrollado como una bola; ninguno se había despertado por la repentina lluvia de la madrugada sobre el techo de lona del descampado donde se refugiaban por las noches... Había sido una bendición encontrar ese lugar, especialmente tras dos noches seguidas durmiendo en algún sucio callejón del centro de la ciudad. Era frío y casi oscuro por dentro, pero al menos estaba seco.

Es increíble cómo todo puede cambiar en un instante. En un momento habían estado bajo el techo de una institución hostil, pasando hambre y dificultades... Y ahora estaban en el mundo exterior, mucho más grande, mucho más abierto y, por supuesto, muchísimo más hostil por recorrer.

Al menos... No estaba solo en esto: Al contemplar la suave respiración de Zenox y los ahogados ronquidos de Félix, no pudo evitar sonreír: No estaba solo, lo estaba enfrentando con ellos. Hacía unos meses eran tres desconocidos entre un centenar de niños en ese orfanato... Y ahora estaban juntos en el sufrimiento, en las carencias y en la incertidumbre de lo que podría pasar al día siguiente. Oswald se volvió a acomodar, esta vez quedando totalmente de espaldas, esperando que el débil traqueteo de la lluvia lo empujara de nuevo al mundo de los sueños... El lugar donde todo niño desdichado, desde el comienzo de los tiempos, se refugia buscando un breve escape a su sombría realidad.

Así como las amistades pueden formarse a través del tiempo y en medio de los caminos, también pueden formarse en medio del infortunio. El afecto, como una enredadera, crece y rodea al objeto deseado, no importando cual sea... Eso fue lo que pasó con Oswald, Félix y Zenox. Ahora que ya no tenían los restrictivos silencios del orfanato, tenían tiempo para hablar, en cualquier momento, en cualquier hora, desde la madrugada hasta altas horas de la noche si se les antojaba. Los tres habían reconocido que, desde su escape del orfanato, habían tenido tiempo para saber sobre los otros todo lo que no habían podido saber después de la reglamentaria y escueta presentación de cada niño huérfano nuevo a los demás del orfanato.

Félix, por lo que podía recordar, no había nacido en Rumanía, sino que se había venido con su madre desde otro lugar donde, según él, "es donde la gente espera ser pisoteada por toros por diversión", con la cual siempre había vivido, ignorando quien era su padre. Recordaba que la habían pasado viviendo en diferentes casas, desde sótanos o buhardillas hasta un pestilente cobertizo en una granja, hasta que su madre, al borde de ser fulminada por un mal que cubrió su todo su cuerpo de horrendas pústulas moradas (1), le había ordenado que fuera a buscar agua a un río y cuando regresó, su madre había muerto. Mientras estaba llorando ante el cadáver de su madre, un oso le había dicho que se fuera con él, acabando en el orfanato unos días después.

Zenox era el que menos recordaba dónde había nacido. Solo sabía que había estado rodeado de unos padres que lo habían querido, pero que se tenían que mover constantemente por el campo, hasta que ellos, un día, al entrar en una ciudad, lo habían dejado al portón de un edificio que tenía una torre y una campana inmensa, diciéndolo que se quedara allí, que ellos lo buscarían... pero ellos jamás regresaron. Zenox estuvo durante horas esperando, llorando con angustia, esperando en vano, hasta que un sacristán de cara trasnochada le echó una mirada fría y le había arrastrado dentro de la iglesia, pasando la noche allí y esperando a que sus padres llegaran... una vez más en vano. Al día siguiente lo subieron a una carreta y lo llevaron al orfanato.

Después de recibir tantas preguntas acerca de su familia, Oswald fue lo más honesto que pudo con sus amigos: No entendía por qué la extraña animadversión al apellido de su familia; les contó que, aunque solían dejarlo con sus vecinos para irse de viaje, sus padres eran amables y alegres con él, que vivía en una casona enorme con un jardín lleno de arbustos... Pero que todo se había hundido cuando llegó la noticia de que habían muerto, que lo habían dejado para siempre y que se iría a un refugio de niños abandonados, confundido y asustado. Luego de un par de semanas fue llevado junto a varios niños hasta el orfanato de Sighisoara.

Van Helsing I: Bautismo de sangreWhere stories live. Discover now