Van Helsing: El legado de un nombre

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Han pasado dos años desde esos tiempos de vacas flacas. Deteriorándose todo poco a poco hasta que finalmente sucedió: Los cazadores del gremio de Sighisoara se fueron. Como aves migratorias que se echan al vuelo antes de que lleguen los primeros vientos del invierno, los llamados "profesionales de la oscuridad" fueron desapareciendo, uno por uno. Y nadie en el pueblo movió un dedo para impedirlo, aunque se quedara solo uno; de hecho, parecían hasta contentos de que esa "gentuza que cree que pueden ganar dinero fácil ahuyentando bichos se hayan marchado del pueblo", como llegó a decir uno de los patrones de Oswald en esos tiempos con desdén... El conejo negro no había dicho nada, se limitó a guardar silencio mientras hacía su tarea asignada de ese momento, tragándose sus pensamientos.


Al principio todo siguió en el poblado igual desde que el último cazador, precisamente el dueño del gremio, Kevin Flynn, tomó sus últimos ahorros y desapareció bajo el sol pálido de un primero de noviembre. Oswald no podía evitar cruzar por la calle donde estaba el destartalado edificio de dos pisos, ahora siendo usado como un almacén de herramientas, con la absurda esperanza de ver quizás alguna cara cicatrizada o envejecida con un sombrero con googles de vidrio o pistolas al cinto... Sin ocurrir nunca. El establo aledaño se había vuelto un aserradero, desapareciendo los troncos que se habían dispuesto por los cazadores para practicar sus disparos... Oswald estaba seguro de que si entraba allí alguna vez bajo cualquier pretexto, todo vestigio de los cazadores, desde la vieja máquina de código morse, el bar y los cuadros manchados habría sido barrido bajo la alfombra, como si nunca hubieran existido... Para el conejo negro, era como un especie de vacío inexplicable, como recordando a algún hermano muy pequeño al que había perdido hace demasiado tiempo atrás.


Poco a poco la gente hablaba menos sobre ellos, hasta el punto ridículo que el único, último vestigio de la existencia de los cazadores de monstruos que quedaba en ese pequeño pueblo era, justamente, la existencia del presunto último descendiente de una extinta familia de cazadores tristemente célebre, ahora convertida en puros cuentos de viejas: Oswald Van Helsing.


Si a Oswald le dieran una moneda de cobre por todas las veces que recibía reacciones adversas cada vez que mencionaba su (maldito) apellido, tendría suficiente para mandar a la mierda al señor Tapper y vivir por su cuenta como artista bohemio... Las caras de curiosidad o de conmiseración, las risas burlonas, pasando hasta por los comentarios pasivo-agresivos del tipo: "Los demás cazadores hace mucho que se fueron, deberías hacer lo mismo, Van Helsing, nadie los quiere aquí...", ...Todo eso, poco a poco, estaba deteriorándose también en la mente de Oswald, ya de por sí a mil por hora debido a la turbulenta época de la adolescencia: Así como si cuerpo cambió (estaba un poco más alto, pero seguía siendo el mismo conejo enclenque de siempre), su percepción (acerca de todo, incluyendo toda su vida) también lo hacía... Nubarrones estaban llegando poco a oscurecerlo todo, tal como el mismo cielo de diciembre. Últimamente Oswald pasaba algo de tiempo sentado en los columpios del primer parque que encontraba, jugando a hacer formas aleatorias en la tierra helada con sus enormes pies.
¿No hubiera sido mejor si hubiera nacido en el seno de una familia ordinaria desde el principio? Si, quizás hubiera perdido a sus padres de todos modos, de alguna forma, a través de guerras, enfermedades o manos malvadas, ya sean de mortales o de los mismos monstruos, es verdad... Pero al menos no tendría esa mala fama sin merecerlo, ese estigma, esa sombra molesta que lo seguía a todas partes...


"Marzo de 1880:


Van Helsing I: Bautismo de sangreWhere stories live. Discover now