Grandes expectativas

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―¡Vamos a llegar tarde! ¡Félix!

―¡Te escuché como a la decimoquinta vez, orejas largas!―rezongó el gato negro dejándose arrastrar por el conejo por la angosta calle empedrada, ya repleta de gente a esa temprana hora. A pesar del suave calor, aún había despojos del invierno pasado, evidenciándose en los carámbanos de hielo de las ventanas y rejas de las casas, así como en las manchas blancas de nieve en las calles.

La gente miraba con curiosidad como esos tres niños se abrían paso entre la multitud a empellones para no perderse los unos a los otros... Así como sus nuevos libros que llevaban bien sujetos bajo el brazo cada uno. Para cualquiera que los hubiera conocido desde antes, como Flynn Ryder (donde sea que esté), esto era un cambio tremendo, entre los muchos que ahora tenían: Los pelajes por primera vez limpios de polvo, suciedad y demás alimañas, las ropas sencillas pero definitivamente limpias, ese libro bajo el brazo... Félix decía que le daba una deliciosa sensación de satisfacción tener ese libro entre las manos y exhibirlo, especialmente al ver las caras de asombro (y sobretodo de envidia) de los demás niños al verlos pasar con él. Oswald chascó la lengua en señal de desaprobación.

―Pues pudimos haber seguido siendo como esos desafortunados niños, Félix. Así que es importante estar agradecido y no decepcionar a la señorita Emily...―Félix oyó pacientemente el sermón de su amigo y finalmente se encogió de hombros.

―Una vez más, te oí a a la decimoquinta vez que lo dijiste. Es más, me lo recuerdas todos los días.―Para su pesar, el conejo negro esbozó una sonrisa.

―Pues siempre haces que uno te lo tenga que recordar.―dijo Oswald entre severo y divertido. Félix se limitó a hacer una mueca y Zenox soltó unas risitas.

Era un cambio tremendo: Hace poco, la rutina para cada mañana era salir afuera para quitarle el frío y el entumecimiento de dormir sobre trapos, buscar algún riachuelo para beber agua o lavarse y buscar o pelear un trozo de comida... Pero ahora despertaban en colchones sencillos pero sin las virutas o las vainas de guisantes secos de las camas del orfanato eran una maravilla; los cuencos de avena con pan y leche en las mesas de madera era una bendición. La ropa vieja pero limpia y bien cuidada era un lujo... Y el caminar hacia la escuela para aprender era algo que nunca hubieran podido ni soñar.

...Providencia.

Cuando Emily les había ofrecido enseñarles y con eso, el hacerlo compañía fue algo único. Oswald de hecho se había quedado sin palabras... ¿Era en serio lo que les había pedido? Y siempre rápido, Félix aceptó por ellos... Y en esa ocasión la impulsividad les había conducido a algo muy bueno: La mansión era tan encantadora como se veía desde afuera, con pisos de madera, paredes de mármol y granito. Los espacios eran amplios, las paredes tenían cuadros impresionantes, la vajilla del aparador era de plata y porcelana... Y tal como Emily les había dicho, dejando de lado a los criados y gobernantas, se sentía abrumadoramente solitario allí. En ese momento Oswald se había quedado mirando a la niña cervatillo con pena. ¿Así eran sus tardes todos los días? ¿En medio de ese penetrante silencio, prácticas de música y lecturas mientras los criados solo se acercaban a ella para recibir órdenes o dar mensajes, sin querer una conversación de verdad? Emily les había dicho que aunque los criados y sirvientas eran cordiales y amables, ninguno de ellos había tenido la intención de ser hablar con ella de cosas triviales, de contar chistes o chismes... De ser sus amigos.

―De hecho esta es la primera vez que hablo con alguien que no sea un sirviente dentro de esta casa.―había dicho ella con una sonrisa triste.

Tal y como Emily lo había prometido, los niños iban a aprender de leer mientras estuvieran con ella. Sin embargo, no pudieron quedarse a dormir en la lujosa mansión como habían creído. Emily les había dicho que aunque les hubiera encantado que se quedaran en los cuartos de los invitados (que como habían visto cuando ella les hizo el tour, habían varios), pero al ver las miradas de desaprobación de las gobernantas y cocineras, habían decidido que para evitar animosidades y posibles conflictos, los tres niños dormirían en las dependencias anexas a la casa principal donde dormía el personal de servicio. Eran edificios bajos con habitaciones sencillas, con camastros y unos cuantos muebles y poca cosa más... Pero para los niños era como un cuento de hadas, algo que se potenció al dormir la primera noche en medio de sábanas perfumadas con espliego. Cada mañana habría un desayuno sencillo pero que les dejaba los estómagos contentos y preparados para irse a la escuela... Si, era realmente un cuento de hadas con una princesa dulce y gentil a la cual agradecían con sus vidas y siempre serían sus amigos, confidentes y protectores.

Van Helsing I: Bautismo de sangreWhere stories live. Discover now