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El castaño limpiaba unas copas con su trapo blanco, asegurándose que cada mínima pizca de suciedad desapareciera; sí tenía que hacer un trabajo, lo haría bien. Los movimientos de sus manos se detuvieron al escuchar la puerta abrirse y cerrarse, junto a un andar desganado, pasos leves como si algo le pesara y no pudiera caminar bien, y el leve chirrido de sus zapatos que, de alguna forma, en ese momento no se le hizo molesto.

El rubio se sentó en la barra, justo delante de él, en el mismo lugar de siempre. Donde lo veía siendo alumbrado por tenues luces rojas que daban ambientación al lugar. Sus ojos verdes mostraban el cansancio abominable que lo mantenía preso, y sus notorias ojeras comfirmaban esto.

Ninguno emitió algún sonido, el silencio inundaría el bar si no fuera porque algunas personas seguían en algún lugar tomando, hablando o jugando al billar. Aún así, para ellos ese sonido no existía, como sí su oído no lo percibiera y se quisieran centrar más en sí el otro dice alguna palabra.

Martín mantenía sus ojos en la madera oscura de la barra, centrado en sus pensamientos y en el pequeño movimiento de sus dedos, como si estuviera tratando de entretenerse aún si no estaba aburrido. Manuel, por un momento, quiso saber lo que estaba pensando el rubio, deseando en esos momentos poder tener el poder de leer las mentes, aunque descartó estos deseos rápidamente, sacudiendo un poco la cabeza y dejando todo en que seguramente lo que cruzaba la mente del rubio era simplemente trabajo —Porque, según lo que Martín contaba a Manuel, era casi incapaz de no pensar en otra cosa que no fuera eso—.

Por fin le dirigió la mirada a Manuel, donde no se necesitaron palabras para que el último asintiera, sabiendo que quería un fernet con coca; excelente para ahogar las penas en un bar.

—¿La pega? —Trató de adivinar los problemas del rubio, aunque eran demasiado obvios, todas las veces que venía se terminaba desahogando con el chileno, formando una extraña relación que ninguno de los dos la entendía, pero aún así les gustaba.

Un adicto al trabajo y alcohólico y un barman dispuesto a prestar su oído para escuchar los problemas del argentino. Y cabe aclarar, sólo los del argentino. Algo que claramente nunca admitiría y se excusaría en que sólo buscaba ser amable con sus clientes para que vengan más seguido y seguir ganando dinero, cuando lo que menos le interesaba de Martín era eso.

—Sí —Lanzó un corto suspiro para luego tratar de tomarse el vaso entero rápidamente —, vine tantas veces a joderte que ya te sabés todo, ¿no, gil?

Martín sonrió divertido, dejando a Manuel tratando de ocultar su confusión, ¿Cuándo fue que vio una sonrisa en el rostro del argentino? Sería capaz de responder que nunca.

Aún así, lo único que tenía para decir, es que su sonrisa era linda.

—Te voa tení que echar, weón, si no voh no te vai a ir nunca. —Bromeó dejando salir una risita mientras achinaba sus ojos, para luego abrirlos tranquilamente y otorgarle un sonrisa que terminaba de aclarar que era un simple chiste y que era más que bienvenido.

El silencio volvía inundar el lugar, pero esta vez, no estaban los suaves tintineos de los vasos, solo murmuros muy bajos de las dos únicas personas que se iban del local, dejando a los dos chicos solos, sin dirigirse la mirada ni la sonrisa como lo hacían hace unos segundos.

Manuel prosiguió con su trabajo, pensando en sus cosas y en que pronto su trabajo terminaría, deseando volver a casa y tirarse en el sillón junto a sus gatos.

Sintió la mirada penetrante de Martín en su espalda, pero siguió con lo suyo sin decir nada.

—Vos me conocés como nadie —Rompió el silencio, provocando un hormigueo en todo el cuerpo de Manuel, quien no entendía porqué había sentido eso, sí por la voz grave de Martín, imponiéndose en todo el lugar, pero aún así con un toque suave y calmado. O sí era por el frío que inundaba el bar, que en realidad era satisfactorio para un amante del invierno como él, pero en este punto quería abrigarse con algo —, me gustaría que vos digas lo mismo de mí, ¿sabés?

El bartender se volteó con tranquilidad, aún limpiando una copa con su trapo, mientras lo miraba extrañado ante ese deseo, observando el brillito en los ojos de Martín. Aún sí él tenía una expresión indiferente y como sí no le importara nada, sus pupilas decian otra cosa, algo que lamentablemente no podia descifrar.

—Soy un bartender, chileno, de veintisiete años, llamado Manuel Gonzáles, ¿No es suficiente, po? Mi vida no es tan interesante, weón.

—Bueno, para mí no es suficiente —Se paró de su asiento con aspecto calmado, seguramente si su familia u otros amigos lo vieran como se mostraba en aquel bar, quedarían asombrados ante la tranquilidad y seriedad que este lograba manejar, como si fuera absolutamente otra persona, al punto de que daría miedo y extrañarían al Martín molesto y egocéntrico que solía mostrarse ante todos, o mejor dicho, la mayoría—, este miércoles, en la cafetería de la esquina, a las doce y media. No faltés, boludo, estoy arriesgando horas de trabajo por vos, y eso no lo hago con cualquiera.

El rubio se retiró con un tono carmesí en sus mejillas que el castaño no fue capaz de notar, viendo su figura con traje formal que salía del establecimiento.

Manuel se dejó caer en la barra agarrando su cabeza como si tuviera una jaqueca mientras sentía su corazón latir cada vez más rápido.

—Puta weón, creo que me enamoré...



one-shots argchi // latin hetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora