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𝖯𝗋𝗂𝗆𝖾𝗋 𝖾𝗇𝖼𝗎𝖾𝗇𝗍𝗋𝗈

—¡Ufa! ¡Pero, mamá! —Se quejó el rubio mientras que su madre acomodaba su cabellos para atrás con un gel, tratando de que ese rulo tan característico de él no se vuelva a levantar -Lo cual se le hacía imposible-.

—¡Pero nada, Martín! Es el casamiento de tu madrina y tenemos que ir sí o sí. No te podés quedar acá en casa. Y aunque pudieras, tengo miedo de que terminés haciendo una fiesta y destruyas la casa. Esta es la última vez que lo repito, no quiero otra queja, Hernández.

El rubio hizo un pequeño puchero mientras se dejaba arreglar por su madre en silencio. Algo que esta consideró infantil para un adolescente de dieciséis -Casi diecisiete- años.

Antes de salir de la casa e irse para la boda, se observó rápidamente en el espejo, con su traje blanco y moño rojo, mientras que sus cabellos rebeldes ahora se mantenían controlados por el gel, a excepción de su rulito, quien su madre no logró terminar de controlarlo.

Una hora y media después, llegaron a la gran iglesia donde sería dicho evento. Martín se quedó un momento observando la hermosa arquitectura de esta. Con sus grandes ventanales de colores y palomas reposandose en lo más alto de la iglesia.

Nunca fue un gran creyente, pero eso no le impedía admirar a tal obra.

—Vamos, Martín. —Dijo su madre para sacarlo de las nubes y seguir su camino adentro de la iglesia.

—¿Eh? —Salió de su pequeño trance— Ah, sí, sí. Tranqui, ya voy. Dejame tomar un poco de aire y entro. Adelantate vos.

Su madre le tiró una última mirada para luego asentir y entrar, mientras que el de ojos esmeraldas se iba a sentar a un banco de madera oscura, sintiendo el aire fresco entrar en su pulmones.

Pudo sentir un presencia sentarse con brusquedad al otro extremo del banco, pero no le dio mayor importancia, estaba sumido en sus pensamientos y en las nubes que apenas dejaban ver las estrellas.

—Tsk, vieja reculiá —Susurró con molestia en modo de desahogo, seguro de que nadie lo había escuchado. Nadie a excepción de Martín, que siempre había considerado tener un gran oído.

Lo miró de reojo, encontrándose con un castaño de traje negro, con claro enfado en su expresión mientras que su pie derecho se movía nerviosamente dando leves golpecitos en el suelo.

—¿Te obligaron a venir? —Preguntó luego de unos segundos, mientras debatía mentalmente en si estuvo bien hablarle.

—Y a voh que te importa, rucio culiao.

—¿Qué te pinta? —Martín fruncio el ceño, ofendido, mientras que con sus manos hacía el famoso "montoncito", elevándolo de arriba a abajo.

El chileno miró al suelo para luego dirigir su vista a las gemas esmeraldas del contrario. Suspiró y puso su mano en sus cabellos chocolate con una cara más relajada.

—Disculpa, weón, no quería hablarte así, ¿sabí? Este día estuvo pal pico y no me controlé. Sé que no es excusa, pero... pero no sé. —Sintió la mirada comprensiva del argentino y como se relajaba poco a poco, aunque aún así, este seguía un poco ofendido, pero trató de ignorar aquel sentimiento. Al fin y al cabo, el castaño se arrepentía de sus acciones.

one-shots argchi // latin hetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora