🎆 ¡ᴇsᴘᴇᴄɪᴀʟ ɴᴀᴠɪᴅᴀᴅ! 🎆

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La noche del veinticuatro de Diciembre. Un día realmente especial, las luces de colores adornan las calles, árboles de navidad gigantes en las esquinas, regalos, comida, familia... ¿Qué más se podría pedir?

Martín estaba en la cocina, preparando la cena para poder disfrutarla con su esposo e hijo, quienes él suponía que se encontraban en la sala de estar, viendo alguna película como “Mi pobre angelito”.

Paró de batir aquella mezcla espesa al sentir como unos brazos rodeaban su cintura con cuidado, mientras que la mejilla de aquella persona se posaba levemente en su espalda. No pudo evitar sobresaltarse ante aquella acción tan repentina, por alguna razón, el chileno se ponía bastante mimoso por estas fechas, algo que hacía que el corazón de Martín saltara de felicidad.

Las comisuras de sus labios se elevaron levemente y dejó soltar un suspiro largo, sin dejar de mirar aquel recipiente que estaba en frente suyo.

—Rucio —la voz de Manuel resonó en toda la sala, entrando por los oídos de Martín, como si de una dulce melodía se tratase, como si fuera el villancico más bonito—, mirame.

A decir verdad, una sensación leve de tristeza y resolución invadió su cuerpo cuando su esposo se separó levemente de él, deseando haber permanecido un poco más en contacto, un abrazo más profundo y a lo mejor, algunas caricias en el pelo.

Ignoró sus sentimientos sabiendo que no pasaría mucho para que desaparezcan. Llevó sus manos al delantal de tela rosa pastel que traía puesto, limpiándose un poco la harina de sus manos. Lo hizo con lentitud y calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo y adorara pasar las yemas de sus dedos por el suave delantal. Sí, podría decir que fue por eso, por ese gustito, pero no. El objetivo de su lentitud era más que simplemente molestar al impaciente de Manuel, quien seguramente ahora mismo estuviera regañando mentalmente a Martín por exagerar tanto su propia impaciencia. Sí, lo era, no lo podía negar, pero tampoco era para tanto.

El rubio se volteó, quedando acorralado entre Manuel y la fría mesada. Observó cada uno de sus detalles, desde esa ropa de entre casa hasta ese lunar en su cuello. Así hasta llegar hasta esos ojos mirando a otro lado y sus mejillas teñidas de un dulce color carmesí.

Al notar que Manuel tenía elevado el brazo por encima de ellos, dirigió su vista más arriba, dándose cuenta de que un muérdago yacía por encima de los dos.

Volvió su vista a esos colores miel, y soltó una risita. Una risita encantadora que en ese momento Manuel sintió que flotaba. Porque Martín podía reír con todo el mundo, pero con Manuel era especial, a él le guardaba las mejores, las más lindas. Y con la época navideña no pudo evitar pensar y compararlas con los dulces tintineos de las campanas.

—Ay, Manu —paró—. Sí querías que te chape, me lo pedías y listo, mi vida.

Martín tomó el muérdago entre sus manos y lo dejó en la mesada, para luego rodear el cuerpo del castaño en sus brazos, sintiendo esa sensación de calidez indescriptible, que ya no tenía muy en claro si venía de parte de Manuel o de él.

Cerró los ojos y juntó sus frentes, meneando las caderas levemente, como si estuviera haciendo algun bailecito. Manuel no se quizo quedar atrás y puso las manos en su cintura, siguiendo con ese bailecito raro que se había formado entre los dos.

Y de repente, Martín estaba en otro lugar. No sabía bien dónde, si en el universo, en el todo o en la nada. Pero le dejó de importar al sentirse en calma, protegido entre los brazos de Manuel, como si estuviera en casa. Con ese latido fuerte en su corazón, quien se abría dejando en vista los primeros te amo, los primeros besos, esos abrazitos en medio de la noche cuando el otro tenía una pesadilla.

Porque así se sentía con Manuel, a salvo. Y Manuel se sentía a salvo con Martín.

Bien. Eso. Se sentían bien estando juntos, y eso era más que suficiente para jurarse amor eterno el uno al otro.

Y de vuelta estaban en esa cocina, en ese bailecito y en esa aura enamorada como si fuera el primer día de noviazgo, porque muchas cosas podían cambiar, pero el amor no.

Sus labios se unieron, jugaron, disfrutaron. Se sintieron bien. Pararon su bailecito y se concentraron en ese juego de lenguas, tratando de ganar aún sabiendo que siempre era un empate.

El castaño subió sus manos hasta la nuca de Martín, acercándolo más y profundizando aquél beso que se volvía cada vez más y más apasionado. De a ratos paraban por unos segundos para poder tomar un poco de aire, para luego seguir con ese juego que parecía interminable.

El rubio había llevado su mano a una de las nalgas de Manuel, haciéndolo entremecer un poco al sentir como apretaba cada vez con más fuerza.

De repente, un rubio de ojos marrones apareció por la entrada de la cocina, lleno de curiosidad sobre lo que hacían sus padres.

—¿Papis? —habló el menor, llamando rápidamente la atención de sus padres.

Al sentir aquella voz aguda se alejaron rápidamente, poniendo dos sonrisas llenas de nerviosismo rezando por no haberle sacado la inocencia a aquel dulce niño.

—¡C-Carlitos! —rió el rubio mientras fingía seguir cocinando.

—¿A qué jugaban? ¡Yo quiero! —exclamó inocentemente con una sonrisita en su rostro.

—No podí jugar a esto, mi vida, vamos a seguir viendo la tele, es más divertido ¿Ya po?

El castaño se dirigió a su hijo, tomándole de su pequeña mano y llevándolo a la sala de estar para hacerle olvidar la anterior situación, no sin antes hecharle una mirada de reojo a Martín, pícara.

Y el rubio sabía bien que significaba.

Era mejor que se vaya preparando para esa noche.

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¿Qué onda bebetos? ¿Cómo pasaron la Navidad? ¿Vino Papá Noel? Si no me avisan y lo cago a piñas, ndeah se iba al choto.

Bueno, no importa, solo espero que hayan pasado una feliz Navidad y que tengan altos regalitos.

Así que me despido con la bandera de Chile que me regalaron y que ahora voy a poder ponerla junto con la de argentina B) #argchi.

gudbai and mery krismas.

one-shots argchi // latin hetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora