Capítulo 1

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En una velada nocturna, el rey Samuel estaba sentado en su trono con las manos nudosas sosteniendo su quijada. La reina Sofía, postrada a su lado, chocaba de vez en cuando su mirada con un caballero que bebía una copa de vino. Este hombre estaba de pie a un rincón del salón junto a sus compañeros de armas. Helen, la princesa e hija de los monarcas, lucía divinamente ataviada con un vestido de espalda baja, corsé ajustado y corpiño bordado en formas florales, que se esparcían por sus hombros y sus brazos, cubiertos por la tela diáfana. La falda era de tipo campana.

Helen se entretenía mirando entusiasmada a los amantes que danzaban. Los hombres sostenían entre sus abrazos a las mujeres frágiles, y éstas recostaban sus cabezas en los pechos de sus enamorados. Una banda de músicos tocaba canciones románticas, dulces notas de ensueños galanes.

Tobías, un chico de 19 años, blanco, de cabello liso y dorado, ojos cafés e hijo de un senador, estaba junto a su padre y otros políticos, hablando de las leyes promulgadas recientemente, cuando de repente pidió excusas para dirigirse a la mesa a tomar unos bocados. Cogió un muslo de pollo, acompañándolo con ensalada y zumo de fruta, luego buscó una silla y se sentó a la mesa en una posición en la que intercambiaba miradas con la princesa.

El chico denotó las ganas de bailar de la damita, razón por la cual, dejó su plato a medio comer, se limpió la boca, bebió un poco de agua, y se acercó solemnemente al pie de la silla donde estaba sentado el rey. Una vez allí, se prosternó, y le pidió el favor, que le concediera la dicha de bailar con su hija.

El rey se levantó de su asiento, poniéndose al frente del muchacho, se inclinó, lo tomó de los hombros y le dijo:

-Por supuesto, puedes bailar con mi hija, siempre y cuando ella lo desee- volteó hacia la damita, que se levantó suavemente de la silla real, descendió los escalones, recogiéndose la falda del vestido, y se puso junto al muchacho, quien le besó la mano enguantada y la tomó por sus deditos, dirigiéndola hacia el centro del salón.

Tras un momento de pausa y acomodo, colocó su mano derecha sobre la cintura de la princesa y la tomó por una de sus manos para iniciar la danza.

Al principio no se miraron, bailaron con timidez y emoción, era la primera vez que habían estado en contacto en los 16 años con los que contaba la princesa. Claramente, ninguno de los dos tenía experiencias amorosas, eran jóvenes e inocentes. El muchacho se había negado a probar su hombría con una mujer, porque la estaba guardando para la chica que robara su corazón, mientras que ella, al ser la hija del rey, debía mantener su castidad hasta la noche de su boda.

Sin embargo, hubo un momento, cuando ya el calor de varios bailes y la música caía en un elixir de emociones, que el muchacho se atrevió a mirar los ojos verdes de la princesa. Ella ruborizada y sonriendo posó su mirada en él, descubriendo a un hombre de sentimientos puros y sensibles; de corazón romántico y alma hermosa. Él descubrió en ella a una dama que contenía muchos sueños, inocente, pulcra, elegante, segura de sí misma, sin arrojos egotistas, con un destello en su mirada que le revelaba a una mujer con ilusiones y sueños bellos, con un corazón amoroso y una compasión que se desborda.

Tímidamente se sonrieron el uno al otro, mirándose intermitentemente, pestañando.

Cuando ella tropezó, él evitó que cayera, tomándola rápidamente por su desnuda espalda, la suavidad que palparon sus dedos era sin igual, jamás había tocado una superficie tan lozana. Helen quedó suspendida en el aire, sostenida por los brazos del muchacho. Ambos se miraron fijamente a los ojos, oteando los destellos que brillaban en sus cristalinos.

Se quedaron paralizados en la posición por un rato, hasta que la damita se sintió incómoda, apretó los labios y abrió mucho sus ojos, en señal de que se había cansado. El chico luego de detallar las cejas bien delineadas y las pestañas largas de la muchacha, entendió el mensaje y la puso de pie. Helen le extendió su mano, Tobías se la besó y la acompañó hacia la silla real que le correspondía.

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora