El camino al Bosque Oscuro se dio sin contratiempos. Pocos tenían la osadía de atacar a un dragón cuando estaba volando a esas alturas, un poco porque era difícil atinarle y otro porque de hacerlo no sería un golpe de considerables dimensiones como para vencerlo; además el dragón en el vuelo se encontraba en una posición muy ventajosa para el ataque.
Tobías vio varios paisajes, ríos, lagos, arboledas, riachos, villas, campos; todos salpicados por los brazos iridiscentes de la luz solar, y por el frescor del aire. Viajó varios días, pero mucho menos que los que se debían viajar por tierra o por barco.
-Déjame cerca, pero no me dejes dentro del bosque. No quiero que te suceda nada- le dijo al dragón que lo miró de soslayo con preocupación. Cuando un humano entablaba una relación tan estrecha con un dragón, la comunicación era tan fluida que a éste sólo le faltaría hablar.
El Dragón aterrizó en las afueras, quizá un kilómetro de distancia del Bosque Oscuro. Tobías descendió con la convicción de ser el único capaz de salvar a Helen, así que el miedo no lo dominaba, al contrario, el amor le inyectaba una dosis continua de valor.
-Bueno mi bello dragón, ahora debemos despedirnos. Gracias por haberme salvado- el muchacho acercó su mano hacia la mandíbula del animal y se la acarició, mientras éste despedía uno sonidos de tristeza.
-Anda vuela, vuela, sé que nos volveremos a ver- con un movimiento creciente de sus alas, el dragón despegó hacia lo alto del mundo, ocultándose por encima de las nubes.
-Adiós mi buena amiga- se dignó a decir el muchacho mirando hacia el celeste. Luego volteó su rostro hacia el bosque y caminó hacia él. Cuando estaba a un paso, se detuvo por un momento, respiró profundo y lanzó un suspiro.
Pronto se encontró rodeado de árboles y penumbras, aunque quisiera ya le sería harto complicado salir de él. No sabía cómo lo iba a atravesar, no tenía ningún plan, ni nada parecido. Tenía un odre y un bolso lleno de comida, pues durante el viaje el dragón tuvo que descender en algunas ocasiones para dormir. En una oportunidad se topó con un par de abuelitos, que dejaron que la fiera durmiera en su patio lleno de ovejas. Claro se comió algunas de ellas. Los ancianos no se molestaron, sabían que esa es la naturaleza de estas bestias.
El muchacho comió a la mesa junto a los viejitos. El señor era encorvado, robusto, con una cabellera que sólo le cubría el hueso temporal, sus orejas eran grandes y peludas, costándole un poco escuchar. La señora era delgada, de nariz larga y labios finos, sus dedos eran igualmente largos y estaban muy arrugados, su cabello un poco desmelenado era rizo.
- Ah muchacho debes de estar loco si andas por ahí con un dragón. Cuéntame ¿cómo hiciste para domarlo? – le preguntó el anciano
- Le salvé la vida -
- ¡Ah caramba, la fidelidad de un dragón cuando le salvas la vida es tan dura como una roca! – el anciano se tocó la gema que colgaba de su cuello. Era una piedra color verde, similar a la malaquita.
- ¿Hacia dónde te diriges hijo? -preguntó la señora mientras colocaba un plato de comida en la mesa. Se trataba de pollo y ensalada. El pollo estaba bien cocido y despedía un aroma exquisito. Cada vez que se le echaba un mordisco, le brotaba líquido.
-Quizás dirán que estoy loco, pero el amor me lleva a hacerlo, me dirijo al Bosque Oscuro -
- ¡Santo Cielo! – dijo la anciana ahogándose con la comida. Su marido le dio una palmaditas hasta que menguó la tos.
- ¿Qué dijo no le pude escuchar? –
- Se va al Bosque Oscuro -dijo la mujer acercándose al oído de su esposo y gritando para que le escuchara. El señor abrió los ojos y quedó boquiabierto-
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Helen Vimy y el Bosque Oscuro
ФэнтезиHelen Vimy y el Bosque Oscuro narra la historia de la princesa Helen que se enamora del dulce hijo de un senador, llamado Tobías. Helen es raptada por una malévola hada mágica, que intentará lanzar un maleficio con la intención de liberar un poder i...