Capítulo 6

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Persepo aterrizó justo en el patio de la casa de Tobías, haciendo un suave descenso para dejar con calma a la princesa sobre el jardín de alelíes, flores que la chica rozó con las yemas de sus dedos, mientras caminaba a paso lento.

Tobías estaba sentado en un banco en el jardín, cuando vio la sombra de una mujer acercarse. A veces despertaba en la madrugada y se sentaba a contemplar las estrellas, creyendo que, al mirarlas, encontraría un espacio íntimo en la fuerza del universo.

El chico se impresionó al ver el andar tímido de la mujer. Al percatarse que se trataba de la princesa, sonrió y se lanzó a ella, abrazándola. Sintió la suavidad de sus prendas, el calor de su cuerpo, el aroma de su piel.

Vio al gran pájaro apisonando la hierba, contoneándose. Nunca había visto a tan extraña especie.

Volvió a atender a la princesa, postrando su frente con la de ella y colocando su pulgar en la barbilla de la damita.

-Helen- musitó con mimo- No puedo creer que seas tú. Estaba mirando las estrellas, pidiéndoles que me dieran alas para poder verte y...

- Lo sé. Yo también estaba contemplándolas y pensé en...– la princesa entrecerró los párpados y separó sus labios.

- ¿Crees que me hayan cumplido mi deseo? He escuchado decir que, si dos personas ven en distintos lugares las estrellas, y están pensando el uno en el otro, su deseo más íntimo se cumple –

- Yo no estaba pensando en ti – la chica separó su frente del muchacho.

- ¡Ah no! ¿entonces qué haces aquí? Y ése pájaro... - el chico volvió a apoyarle su frente.

- No me lo vas a creer, se llama Persepo y pertenece a un hada.

- ¡Tienes un hada madrina, qué emoción! Yo quisiera tener una, pero tengo entendido que sólo sirven a las ninfas y a las princesas – el chico bajó la mirada encogiéndose de hombros.

- Te equivocas. Anfitrite me dijo que sirven a las personas de corazón puro que están... -la chica ahogó el resto de la oración porque no quería revelar sus sentimientos –

- ¿Qué están enamoradas? – se atrevió a completar Tobías.

-No -dijo riéndose con nervios- que están despiertas contemplando las estrellas.

- ¿En serio? – Tobías sabía que Helen no le estaba siendo sincera, sus ojos se movían de un lado a otro cuando mentía.

El mancebo se separó de la damita en ese momento, su entusiasmo mermó repentinamente, creía que esa visita significaba una declaración táctica de amor. Sin embargo; concluyó meditabundo que era inverosímil que la princesa se figara en él. Su corazón debía servir a un príncipe de capa, mandíbula y mentón rectangulares, anchos hombros y espalda, brazos fuertes; con don de mando y sabio.

Suspiró un poco atribulado. Helen se dio cuenta que lo había lastimado. Decidió quitarse el guante, guardándolo en su corpiño, y entrelazó sus dedos cálidos entre los del muchacho.

Tobías volteó sonriendo, complacido por sentir la mano desnuda de la princesa en la suya. El calor y la suavidad de la parva manita le devolvió la felicidad. Sus ojos brillaron.

La luna refulgía como testigo en el cielo, las estrellas resonaban sus luces. Un céfiro repentino colmó a los jóvenes, levantando la falda de la princesa, despeinándola. Ambos se acercaron lentamente con los ojos cerrados, tocando sus labios con tal suavidad que se los humedecieron. Se apartaron un segundo y los volvieron a tocar. La puntita de la lengua de la damita toco los dientes del muchacho, luego ambas se saludaron, timoratas se saborearon.

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora