Capítulo 8

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Poco era lo que podía dormir Helen. Las befas de las brujas a las cuales no podía ver la espantaban. Intentaba gritar desde el fondo de su corazón y con todas sus ganas, pero no salía ni un solo sonido de su garganta. Lloraba a granel, derramando lluvias de lágrimas sobre sus pies desnudos.

Un cíclope pestífero era su carcelero. Le daba de comer hierbas y de beber agua con sus estultos brazos gruesos, mostrando la selva de pelo que invade sus axilas y sus fosas nasales. Para Zamira, era preciso que la princesa ingiriera estos alimentos, es una forma de prepararla para el conjuro, debía estar lista. Las hierbas la perturbaban psicológicamente, le entumecía sus extremidades, haciéndole más incómoda su posición. Sentía cosquilleo en su lengua, la cual no podía mover. Sus sentidos estaban ofuscados.

-Ah la princesa -dijo Zamira entrando a la celda y rozando sus dedos en las mejillas pecosas de la chica

- Pronto me cumplirás mi mayor deseo. Seré tan bella que ningún hombre se me podrá resistir. Seré tan joven y lozana como tú, pero mi poder no tendrá límites- riéndose a carcajadas.

Helen intentó contestarle, pero continuaba sin poder mover su lengua.

-De que sirve tenerte aquí, si no puedo saber lo que sientes, quiero regocijarme con tus ayes -La mujer le devolvió la voz a la damita con un movimiento de su muñeca.

-Mi papá es el rey. Moverá cielo y tierra hasta encontrarme-

-Pero mi querida chiquilla, mírate tú misma -sacó un espejo de su túnica negra y se lo colocó frente a Helen, que pudo percatarse que su rostro era diferente. Su nariz era larga, delgada y puntiaguda, salpicada por unas pecas que se extendían hasta los pómulos. Sus labios eran rosados y gruesos, el de arriba hacía recordar las ondulaciones de las olas del mar, el de abajo tenía bien marcada una grieta en su centro. Las cejas eran largas y delgadas, encima de unos ojos oscuros. El cabello color mazorca, le caía liso hasta la altura del tórax. Su contextura era bastante delgada y sus senos pequeños, siendo una alegoría de los limones. Sus cinturas y caderas marcaban una línea recta y sus pies era de dedos largos.

Esto la horrorizó. Cómo sería reconocida por su papá o los caballeros del reino, si parecería una extraña ante sus ojos.

Zamira se dio media vuelta después de haber mirado con desprecio a la princesa, cogió la reja, la abrió y salió mofándose de ella.

-Es así- escuchó la voz de su hada madrina -tus padres no te reconocerán. Sólo el amor verdadero lo hará, sólo Tobías puede verte tal cual eres. No hay hechizo que pueda burlarlo, pues te ama con toda su alma y su corazón. -

-Hada madrina '¿dónde estás? No puedo verte- la damita se meció tratando de zafarse de las serpientes que la intentaron morder.

-Tranquila, estate tranquila-

En ese momento Zamira regresó

- ¿Con quién estás hablando? - el hada le echó un ojo a cada rincón de la celda.

- Con nadie – respondió la princesa

- Me aseguré de que tu padre no pueda venir a rescatarte jamás. Cuando lleguen tus caballeros varias sorpresas estarán aguardándoles. – El hada le volvió a quitar el habla y despareció mofándose.

Helen estaba horrorizada y preocupada por la suerte de Tobías - ¿qué le había hecho al chico como para estar tan segura de que nadie le estropearía sus planes? - No podía adivinarlo.

La damita pensó en Zacarías, el mago al cual Tobías fue a visitar, el dueño del hipogrifo. -Es lo suficientemente poderoso como para destrabar la situación, seguro él me reconocerá- pensó

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora