Capítulo 5

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  A Tobías le había parecido muy extraño que unos trols intentasen asesinar a unos dragones, debido a que no estaban dentro de su dieta. Esta rareza le dio vueltas en su cabeza durante la noche.

Cuando amaneció, se dirigió hacia la biblioteca del castillo, y se dispuso a investigar el comportamiento de los trols. Un enano le proveía de los volúmenes requeridos. Un enano gruñón, enamorado de la civilización de los hombres, que abandonó las minas para entregarse al estilo de vida de los humanos. Cada vez que iba con su carrito de madera a entregarle los nuevos tomos al muchacho, los dejaba en su mano y le echaba una mirada desconfianza con su boca apretujaba y su larga barba rojiza llena de pedacitos de semilla de girasol.

Le daba una peculiar desconfianza que el hijo de un senador se dirigiera a la biblioteca del reino a ojear un tema que nunca le había interesado.

Comentó la extrañeza con el bibliotecario Vittorio, un anciano de rostro desvaído, con barba y cabello blanco, y síntomas flagrantes de debilidad física, pero de agudeza intelectual. Dicen que este hombre se había leído todos los volúmenes de la biblioteca pese a que se contaban en miles. Desde temprana edad leía, mucho antes que las personas promedio. Al escuchar los susurros del enano que se puso de puntitas sobre el mostrador -mira a ese chico, leyendo sobre los trols- traslució la rareza del evento, pero se trataba de una persona muy educada y directa, que no temía acercarse al misterio para intentar desvelarlo.

Recuperando el tono de su voz carraspeando su garganta, se acercó al muchacho y le preguntó:

-Muy buenos días señorito Tobías. Me es muy grata su presencia, pero no me deja de extrañar que usted, siendo de una familia acomodada, venga a la biblioteca del reino, y no consulte los libros de su repertorio personal. Aún es más incómodo que esté consultando temas que poco le interesen. -

Se le quedó viendo directo a los ojos, esperando una explicación satisfactoria. Sin embargo; Tobías era muy reservado, sólo se dignó a responder -Me interesa conocer otros temas- e hundió su cara entre las páginas, deslizando su índice entre las líneas que leía.

Vittorio le hizo una reverencia con su cabeza, se dio media vuelta y regresó a su despacho, no sin antes soslayar la actividad del chico, que concentrado, leía y leía, sin satisfacer su necedad.

Tobías arrugó su rostro luego de varias horas de busque infructuosa. No pudo encontrar nada acerca de la razón por la cual un trol querría asesinar a unos dragones. Eran muy pesados para montarlos, su carne era correosa e insulsa, nadie, ni siquiera a estas bestias les complacería su sabor.

El sol descendía de los cielos para terminar en un bostezo de luz menguante en el horizonte, su tenue luz se filtraba entre los ventanales. El bibliotecario instado por los cuchicheos del enano, que se había pasado toda la tarde fisgoneando escondido entre los estantes de los libros, se le acercó nuevamente al joven y le dijo -Sabe joven Tobías, a veces lo que estamos buscando no podemos conseguirlo en las letras. En ocasiones la verdad se desvela con una simple charla.

El erudito era un hombre muy perspicaz, sabía leer muy bien el lenguaje corporal de las personas, hasta de los más tunantes. La certeza de que la investigación había sido un fracaso era irrefutable.

El sentido de curiosidad del joven lo llevó a acceder hablar con el bibliotecario. Vittorio lo invitó a salir de la biblioteca, el enano le pasó por un lado refunfuñando, montó un pony color azafrán y fleco enmarañado blanco, se despidió de su jefe con un ademán de la cabeza y espoleó al corcel para perderse en el horizonte. Las patas y parte del pony se perdían en la camanchaca. El erudito sacó un juego de llaves de su bolso de cuero y cerró primero la puerta de caoba con talladuras representativas de batallas y luego la reja negra.

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora