Capítulo 17

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Soñaba que entraba a su cuarto, en su parva casita de madera. La luna reinante se asomaba desde el oscuro cielo con pecas de estrellas. Sus manos temblorosas abrían el picaporte. Las cortinas blancas se mecían por la brisa que entraba desde un ventanuco al lado izquierdo de la cama. Sus ropajes se apilaban sobre un rudimentario mueble de madera, las velas cubrían sus sueños, y velaban protegiéndola, mientras Fabiana dormía plácidamente un dulce sueño de fragancias virginales.

Sus sudorosas manos no se atrevían a tocarla, sus piernas entumecidas apenas podían moverse. El escenario era tan hermoso y cautivante, que la fuerza que le inspiraba ser el futuro rey se esfumó.

Intentaba acostarse junto a ella, pero no lograba. Se sentaba a un borde de la cama, moviendo sus manos bruscamente con los dedos entrelazándose después de un gran esfuerzo.

-Es tan hermosa. Es el melifluo que cae en cataratas en los pozos de los aromas. La delicadeza femenina impera en cada una de sus inhalaciones, agraciando al mundo con ese aire que toca su interior. Quiero sumergirme en el lago de su vierte, para sembrarle la semilla de mi linaje; para procrear reyes valerosos, héroes imbatibles, sabios magos e inventores locos. Sería solo de ella-

Se decía el joven príncipe, sentado sobre la esquina de la cama, observando las lozanas piernas desnudas de Fabiana

- No puede haber una superficie más amena que su piel, ni un sonido más dulce que su voz. Sólo entre sus brazos encuentro el calor, el antídoto a este amargo invierno. Se me hielan los huesos porque no tengo el valor de tocarla. Inspira ternura en mi corazón, sosiego en mi sonrisa... Apenas veo su imagen y los baluartes emergen de la tierra para convertirse en pilares marmóreos que manan la miel de todos los sabores. La estela que deja al bailar en el herboso prado, honorifica el tibio amor inocente con el que todo soñamos.

El muchacho se despertó de su sueño pensando -nunca soy más feliz que cuando te encuentro en mis sueños, Fabiana. Eres la dama de mi destino. Quiero encontrar el brío para amarte, para entregarme a ti.

El chico se levantó de su cuarto. Hacía horas que había regresado al castillo escoltado por Arcadio. Fabiana los había dejado en una parte del camino que se abría en "Y" dirigiéndose hacia el camino contrario. El aprendiz le propinó una regañina obsequiosa a Iván, un tanto agitado por la osadía del futuro rey y otro por la emoción de aconsejarlo.

Iván estaba perdido, miraba las plantas que se erigían a los costados de los caminos. Respondía con afirmaciones cortantes, asintiendo, pero sin escuchar en realidad lo que el muchacho le aconsejaba. En su mente abrazaba tímidamente a Fabiana, llevando sus dedos torpes entre sus cabellos, mirándola de soslayo de arriba abajo, maravillado por su caminar, por su contextura y elegancia.

Suspiró aburrido cuando entró en el palacio. Arcadio trató de seguirlo, pero Rino lo miró recostado desde un muro carraspeando su garganta. El muchacho se detuvo en seco, perdiendo toda la elocuencia con la que había aturdido al príncipe. Rino le hizo un ademán para que se fuera. El chico respiró profundo, miró alrededor sin reparar en los detalles y se dio media vuelta.

Iván se fue a su habitación, se asomó por la ventana, miró la copa de los árboles, las torres, a los celadores y a los futuros guerreros entrenando. Su mente estaba hundida en el reproche -Cómo puedo ser tan torpe, soy el futuro rey, esa chiquilla no debe desequilibrarme- el príncipe abrió una gaveta desde la cual sacó un libro de historia que sopló para arrebatarle el polvo. Leyó algunas páginas, pero pronto las encontró tediosas. Se puso de pie, tomó la espada que colgaba de la pared, lanzó algunos tajos al aire y bajo al patio.

Todos los caballeros se impresionaron al ver la figura del joven príncipe frente a ellos, dispuesto a entrar en las contiendas. La mayoría se inclinó ante él, ninguno era lo suficientemente temerario para medirse en combate con el príncipe, así fuese una simple práctica.

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora