Capítulo 4

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Tobías poseía poder sobre la reina, pero su dulce personalidad sería una garantía para ella, a quien le concedió una reunión en medio de los caminos menos circundados del reino. En los confines más lejanos, donde pocos pisaban sus territorios.

El muchacho, que era un diestro jinete, había llegado allí con su corcel. Lo dejó pastando entre la maleza, mientras él esperaba de pie en la trocha el arribo de su majestad.

El chico avistó el séquito de la reina a lontananza, colocando su mano sobre sus cejas para taparse del sol. Le hizo señales alzando sus manos y agitándolas. Al llegar a la posición del chico, Sofía se bajó de su carruaje alado por los caballos purasangre del rey, con la ayuda del carretero, quien la tomó por su delicada mano siniestra. La reina colocó sus ligeros pies sobre la tierra, pasó sus manos por su vestido aguamarina de corte imperio, sacudiéndole el polvo que se le había pegado durante el viaje.

La acompañaba un número reducido de caballeros, que se quedaron a una distancia prudente a la sombra de un sauce. Eran los más fieles hombres de la reina, su guardia personal. No dirían ni una sola palabra ni por todo el oro del mundo. Tampoco preguntarían el motivo de la reunión. Su misión era clara, acompañar y proteger a la reina.

Sofía le entregó al muchacho prendas preciosas como acto de buena fe, pero tuvo que regresar con ellas, pues Tobías no estaba dispuesto a recibirlas.

Le explicó que - No es mi intención extorsionarla. Mi honor me obliga a rendirme ante usted- motivo que lo llevó a propugnar la idea de que jamás la traicionaría, incluso si ella no lo ayudaba con su hija.

La reina risueña le dio un beso al joven, confiando en sus promesas. Creía en sus palabras por su grado de compromiso y por el convencimiento con el cual las profería.

Sofía entrevió en este joven un saco de valores, unos sentimientos profundos, dignos de un futuro rey. Ceñirle la corona en sus sienes sería un acto prudente, sin lugar a dudas. Aquel quien tenga el poder para lastimar a alguien y no lo haga, es una persona honorable, digna de respeto y un fiel modelo de moral.

El muchacho esperó que la reina entrara en su carroza, y se perdiera en el horizonte. La mujer le echó una mirada antes de entrar, le sonrió y le dijo -gracias por tu benevolencia- Tobías le hizo una reverencia.

El conductor dio latigazos a los caballos para emprender el camino de regreso. Le echó una mirada de desconfianza a Tobías aprisionando sus labios. Era un hombre barbudo, con el pelo encanecido y gesto adusto.

El chico volvió sus pasos por la misma vía. Vio a un par de ardillas correteando por las ramas, saltando de un árbol a otro. A un ciervo pastando y a varios pájaros comiendo de la hierba. Al acercárseles, salían volando.

Se detuvo un momento al avistar a una mujer tocando el arpa y a otra entonado un arrullo con su voz de soprano. Ambas estaban apostadas en la grama que rodea a un riachuelo de aguas frescas.

El aire es muy acendrado, es un néctar etéreo que suaviza las preocupaciones y aplaca el carácter.

-No sabía que había llegado al Bosque Mágico- pensó - O que las ninfas se atrevieran a salir de él - Las contempló hasta que una de ellas le alzó la mano invitándolo a acercarse. El joven lo hizo, se inclinó solemnemente ante las hermosas féminas, les besó los dorsos de las manos y las convidó a continuar con su arte. Las ninfas le sonrieron

- Buenos días Tobías, es una sorpresa verte por aquí- dijo la ninfa Gracia

Me llaman Melisenda -dijo tocando con las yemas de sus dedos su pecho- y a ella Gracia. Somos ninfas del Bosque Mágico-

-Hemos escuchado tu conversación con la reina- le confesó Gracia

- Es verdaderamente punible que le sea infiel al rey- complementó Melisenda

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora