Capítulo 13

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El rey Samuel estaba recostado del regazo de Elizabeth que a su vez le acariciaba el cabello en el jardín del palacio real. El sol les pegaba directamente en sus rostros, cuyas expresiones eran de desagrado en él y de consideración en ella. Los perros estaban echados cerca de ellos. Rufus se rascaba constantemente con su pata trasera y Borromeo dormía plácidamente.

Una puerta blanca, ruina de una antigua edificación, era el sostén de ambos. El suelo herboso era invadido por pajaritos saltarines. Un grueso árbol inclinado los proveía de sombra. A pocos metros se abría un pequeño estanque, en cuyas aguas las garzas picoteaban en busca de comida.

- Necesito ir a buscar a mi hija, no puedo quedarme escondido como un cobarde. Debo dar el mensaje correcto, decirle a mi pueblo que están bajo un soberano que da la cara en los momentos de apremio, y no que se esconde en la falda de su amada-

-No te estás escondiendo en la falda de nadie de mi eterno amor. Es mejor que te quedes, no podemos arriesgarte, todo podría ser una trampa para capturarte- Elizabeth acariciaba la carrasposa barba del rey.

- ¿Qué padre se queda de brazos cruzados cuando su hija está sufriendo? No puedo seguir así, debo ir a buscarla –

En ese momento el rey se levantó con violencia, los pajaritos brotaron del suelo en un vendaval de alas amarillas que se camuflaron en los árboles con las hojas del mismo color.

Con un gesto adusto Samuel le dio las órdenes a sus celadores para que comenzaran los preparativos. Se iría de inmediato a buscar a su hija.

-No debes ir mi eterno amor, debes quedarte, debes quedarte-

El rey se perdió rumbo al palacio real. Elizabeth se quedó recostada sobre la ruina blanca, se levantó al rato y le arrojó comida a las garzas que se le acercaron. Sus piernas y picos largos, sus plumajes níveos y sus movimientos pasivos la consolaron.

Miró su reflejo en las aguas, la elegancia y sensualidad que le mostraba al mundo estaba ahora frente a ella. Deslizó sus manos por sus mejillas y pensó -pese a los años sigo siendo hermosa- en ese momento las garzas volaron en un raudal de alas níveas que brillaban por la luz del sol. La mujer miró su recorrido hasta donde les alcanzó la vista.

Las garzas pasaron justo frente al rey, que tuvo que detenerse en seco. Dejó que pasaran y entró en el palacio.

En el primer salón estaba el consejero del rey, un hombre de avanzada edad, de piel reseca y mirada débil que siempre portaba un gabán. Le recomendó que siguiera los deseos de los poderes legislativos. Pero el rey era muy terco, cuando se le metía una idea en la cabeza, difícilmente lo podían hacer entrar en razón.

-Todo se está escapando de mis manos. No puedo dejar que me lleve la corriente. Soy el rey benditos sean los Dioses el rey-

-Recuerda que tu padre le debe el nombramiento al Senado. Sé cauto joven Samuel, deja a un lado la fatuidad, no te conviene-

- ¿Como lo fue mi padre? Un hombre pusilánime sin lugar a dudas-

-Un hombre reflexivo diría yo- el anciano caminó despacio arrastrando su túnica hasta posar la palma en el hombro del rey.

-Tráiganme mi armadura. Tal vez si los caballeros me ven portándola me harán más caso-

Un criado lo vistió con la armadura plateada con el sello del Reino del Valle grabada en el peto. Le colocó las rodilleras, la greba, los guanteletes, el avambrazo, las hombreras, el espaldar...

No quiso portar la corona ni tampoco el casco. Los apartó con un gesto brusco y grosero

-Esa corona se usa por meras formalidades, no en el campo de batalla. Además, ha perdido significado, al parecer todos han olvidado que es un símbolo de mando. Tengo muchas brujas y espectros que asesinar. Quizá luego me llame Samuel El Milagroso, cuando sea el primer hombre capaz de vencer a los espectros-.

Helen Vimy y el Bosque OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora