Capítulo 4

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Cubro mis oídos con mis manos para evitar el pitido, pero es inútil.

Siento como alguien entra, se acerca a mí y me toca el brazo izquierdo, haciendo que me calme el dolor y que el pitido cese.

¿Qué ha pasado?

Levanto la cabeza y veo a Killiam con cara de preocupación.

Parece que todo ha vuelto a la normalidad. Me ayuda a levantarme, no me había dado cuenta de que había llorado hasta que pasa sus manos por sus mejillas para secarme las lágrimas.

- ¿Por qué has entrado? Te dije que no lo hicieras.

- No podía aguantar tus gritos - ni me había dado cuenta de que estaba gritando - Tienes que contarme lo que te pasa, quiero ayudarte.

- No puedes ayudarne, nadie puede hacerlo - me separo de él - es mejor que te alejes de mí - cojo mi mochila - gracias, tengo que irme a casa.

- Te acompaño.

- No, no hace falta, te lo agradezco, pero no.

Salgo corriendo y evitando el contacto visual con cualquier persona. No quiero que hagan preguntas, espero que Killiam no les diga nada. Así voy a hacer amigos, asustándolos.

Cuando llego a casa, mi madre se asusta al verme así y yo le cuento lo que ha pasado.

- Ya sabía que no encajo allí. Mira lo que ha pasado. Soy distinta y tengo que aceptarlo.

- No, cariño - intenta tranquilizarme mi madre - aun no sabemos por qué pasa esto, pero lo descubriremos. Hoy ha pasado esto, pero eso no quiere decir que todos los días que vayas al instituto ocurra lo mismo. Ha sido mala suerte, ya verás cómo todo irá bien.

Me hace un batido y yo me acuesto en la cama mientras reviso cada detalle del nuevo modelo de mis tatuajes.

¿Por qué mi vida no puede ser normal?

Me despierto por la mañana temprano. Me levanto, me ducho y me visto. Solo pido que no pase nada más raro.

- Buenos días cariño.

- Buenos días mamá.

- ¿Qué tal?

- No sé, no me apetece ir a clase.

- He estado hablando con papá, piensa lo mismo que yo, ha pasado esto, pero no creo que vuelva a ocurrir. Solo tienes que estar tranquila, despreocuparte...

- ¿Despreocuparme mamá? ¿Estás de broma? No sabes la forma en la que me miró ese chico. Piensan que soy un monstruo, y es verdad, lo soy.

- Ni se te ocurra volver a decir eso - me riñe mi madre - no eres un monstruo, eres especial.

Tomo el resto del desayuno en silencio y me voy, despidiéndome de mi madre, que me pide que me despreocupe.

Camino hacia el instituto despacio, queriendo hacer el recorrido más largo.

Llego y no me paro en el patio, sino que entro y cojo los libros en mi taquilla.

- Hola - escucho una voz detrás de mí.

- Hola Killiam.

- ¿Qué tal estás?

- Bien - cierro la taquilla e intento alejarme de él, pero me coloca una mano en el hombro para impedir que me vaya.

- Escucha, no pasa nada, no se lo diré a nadie, lo prometo, sea lo que sea no tiene que ser tan malo como para que estés sufriendo y alejándote de la gente que quiere ser tu amiga.

- ¿No estás asustado? - niega con la cabeza.

Suena el timbre.

- Vamos a clase.

Caminamos hasta el aula de música.

- ¿Sabes quién toca el piano en el recreo? - le pregunto curiosa.

- En el recreo no dejan entrar a nadie al aula.

Su respuesta me ha extrañado, yo lo he escuchado.

El profesor nos pide que nos sentemos en círculo y reparte un folio con una letra de canción escrita.

- ¿Te gusta cantar? - me pregunta Killiam.

- La verdad es que no se me da muy bien.

Nos pide que empecemos a cantar, yo simplemente muevo los labios.

Estoy escuchando la melodía del recreo de ayer, me giro y observo el piano vacío. Es imposible, cada vez suena más alto, pero parece que soy la única que se da cuenta de ello.

- ¿Qué estás mirando?

- Nada, vuelvo a concentrarme en el canto de mis compañeros.

Ahora el profesor pide unos voluntarios para formar parte del coro del instituto.

Varias personas levantan la mano.

El profesor vuelve a observar al grupo y me señala a mí:

- Tú. A todos los presentes los he escuchado cantar excepto a ti, eres nueva en la clase, ¿no? - asiento - ¿podrías cantar delante de tus compañeros?

- No canto bien.

- No creo que lo hagas peor que yo - me anima Killiam guiñándone un ojo.

Intento hacer tiempo, pero aun queda bastante para que suene el timbre.

Respiro hondo y las primeras notas salen de mi boca. Mis compañeros acompañan mi melodía con palmas y al momento vuelvo a escuchar el piano que suena la misma canción que estoy cantando. Los pelos se me ponen de punta, asustada, desafino y siento un picor en el brazo. Cierro los ojos intentando sacar de mi cabeza el sonido imaginario del piano. No sé cómo he hecho, pero la tenue luz de la bombilla que ilumina la estancia se apaga y la puerta del aula que estaba cerrada se abre de golpe.

Quedamos prácticamente en penumbra porque el aula tiene ventanas pequeñas y el día está apagado, hay tormenta.

Los chicos y chicas se miran los unos a los otros. Yo sigo en la posición de antes: Sentada en forma de indio, con los codos apoyados en mis rodillas y mis manos cubriendo mis oídos.

SairyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora