Capítulo 3

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Hora del recreo. Como no conozco demasiado bien las instalaciones del instituto, paseo por los pasillos, memorizando el lugar en el que se encuentra cada aula para cuando vaya a otras clases, sea puntual.

Alguien toca el piano en una sala. Música le llaman. Es bonito escucharla. Cerrar los ojos, como si te transladara a una dimensión en la que solo existes tú y ese armonioso sonido.

Abundantes trofeos brillantes llenan estanterías cubiertas por un cristal. ¿De qué sirve ganar una copa de oro? No lo sé. Yo creo que lo que realmente importa es que hayas superado tus límites y conseguido tus metas, no un objeto de oro.

Salgo a fuera. No hace frío. Chicos juegan al fútbol en el campo de la derecha. Yo me siento en los bancos que hay cerca y saco un libro.

¿Hay algo que te transmita más emociones que un libro? Esa tensión que sientes cuando temes por que algo trágico le ocurra a tu personaje favorito, el dolor de cuando muere, la alegría de cuando gana... Todo lo que te puedas imaginar. Ficción y realidad, comedia y drama, humor y terror, aventura... Todo reducido en un conjunto de palabras que se agrupan formando una melodía que puedes leer.

Cuando estoy concentrada en la lectura suena el timbre. Toca educación física. ¿Algo que más odie que el ejercicio físico forzado? Me refiero. Si quiero salir a correr, lo hago, no quiero que me mande alguien hacerlo. Además, soy penosa.

La profesora nos pide que corramos alrededor del pabellón para calentar y después estiramos un poco.

- ¡Venga! Equipos de cinco y pasarse el balón sin que caiga al suelo.

Yo me quedo en mi sitio. El resto de mis compañeros se agrupan rápidamente. Killiam, que está en un equipo de cuatro hace señal para que me una a ellos.

- Chicos, esta es Alana; Alana, estos son Cameron, Sabela y Kev.

Saludo y empezamos a pasarnos el balón. Soy muy torpe, es a mí a quién siempre me cae al suelo.

- Lo siento - me disculpo - nunca había jugado al voleibol.

- ¿Nunca? - pregunta extrañada Sabela, una chica alta con pelo castaño, corto y liso. Su piel está bronceada y sus ojos son azules. Sus brazos están bastante fuertes, debe de gustarle hacer deporte. Ojalá yo también pudiera vestir camisetas de manga corta. Malditos tatuajes...

- Em... no.

- Es raro - dice Cameron. Su piel es blanca, pelo rojizo y ojos marrones. Es el más bajo de todos y usa gafas. A diferencia de él, Kev es rubio con piel bronceada como Sabela y ojos marrones.

- Ya...

- ¡Venga! ¡Killiam y Lisa, capitanes, elegid equipos!

Yo no quiero jugar, lo único que voy a hacer es el ridículo y hacerle perder al equipo al que pertenezca.

- Elijo a Alana.

¿Qué? ¿Por qué me ha elegido primera si soy malísima? Camino hasta donde se encuentra y me coloco detrás de él.

- Has estropeado tu equipo al elegirme - le susurro mientras que la otra chica elige a alguien.

- No creo - sonríe. Tiene una bonita sonrisa. Dientes blancos y labios finos, además de los hoyuelos que se forman en sus mejillas.

Me coloco en donde me mandan y Sabela, que también está en nuestro equipo, me explica cómo colocar las manos y la forma en la que tengo que golpear el balón.

- ¿Te gusta hacer deporte no? Se te da bien.

- Sí, me gusta mucho. Gracias - contesta.

La profesora hace sonar el silbato y la pelota empieza a moverse por el campo, casi no la veo. La gente juega muy bien y se mueve muy rápido. Viene hacia mí, pero Kev se pone delante de mí y le da él.

- Déjale jugar a ella también - escucho que le riñe Killiam a Kev.

- ¿Para que perdamos?

- Solo es un juego. No seas tan competitivo en todo.

El partido sigue y yo no he tocado el balón, pero en el momento en el que la pelota se acerca a mí, siento un fuerte dolor en el brazo izquierdo. Empiezo a frotarlo pero no cesa. Entonces el balón me da en la cabeza y me caigo al suelo. Este día no puede ir peor, estoy segura de ello. Vuelven a reírse de mí, pero eso ya me da igual porque no los escucho, solo siento pinchazos en el lugar en el que se encuentran mis tatuajes. Ya me había pasado varias veces, pero no de forma tan intensa.

Sabela, que estaba a mi lado, me ayuda a levantarme, agarra mi mano izquierda y sin darse cuenta, toca el Monstruo de Guila y un desgarrador dolor hace que la suelte de golpe.

- ¿Te encuentras bien? - me pregunta Killiam.

Yo no lo escucho, corro hacia los vestuarios, me remango la camiseta. Mis tatuajes están... ¿cambiando de color? Esto no es normal, aunque no debería extrañarme, al fin y al cabo, nada en mí es normal.

Bajo rápido la manga, cubriendo mi brazo porque escucho como la puerta se abre. Me estoy mareando, me apoyo en la pared.

- Alana, ¿qué te pasa? - insiste Killiam mientras camina hacia mí.

- No, no..., no es nada, enserio...

De repente, abre mucho los ojos y señala mi brazo:

- Estás sangrando.

Estoy asustada. Mis marcas están llenas de sangre, me duele. ¿Por qué ha tenido que pasarme esto ahora? Delante de todos.

- Es que el otro día me caí, me hice una herida y no está bien cuarada, ha sido por culpa de jugar y eso - le explico con voz nerviosa - vete, por favor.

- Alana, enserio, ¿puedo hacer algo para ayudarte?

- No, vete - temo que me de unos de esos ataques en lo que todo a mi alrededor empieza a moverse y mis poderes se descontrolan - si preguntan, estoy bien.

Lo empujo y cierro la puerta. Suena el timbre. Espero que la gente se haya ido.

Me lavo los tatuajes llenos de sangre que ahora son en tonos verde, marrón y azul.

El grifo empieza a andar solo, y las luces se encienden y se apagan. ¿Cómo puedo pararlo? No controlo esto. Escucho un pitido agudo que atraviesa mis oidos, introduciéndose en mi cabeza.

Creo que me voy a volver loca.

SairyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora