Capítulo 21

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Veo como mis albeits comienzan a cambiar de color. Primero son amarillos, hasta alcanzar un color rojizo. Están ardiendo, literalmente ardiendo, y mi pelo también.

Las venas de mis brazos se ven negras, me estoy asustando de mi mismo.

Me levanto, y sin apenas esfuerzo las cadenas se rompen. Aunque esté ardiendo, me toco la cara y está fría como el hielo.

Me empieza a doler la cabeza demasiado, tengo ganas de romper cosas. Intento recordar lo que me dijo Jacob: piensa en lo que no quieres hacer. Bien, pues no quiero hacer daño a nadie, no quiero olvidar a Jiaim y no quiero morir.

Mis alas aparecen sin mi consentimiento y de mis manos sale humo.

Con un simple soplido las rejas de la celda vuelan en mil pedazos.

Ya no estoy caminando, sino volando, ya no soy dueña de mis actos, estoy gritando, resuenan en mi oído mis propios y agudos chillidos.

Venga Alana, retrocede, retrocede, ahí hay gente, les harás daño.

Veo a Jiaim y a su padre con armas en la mano, pero paso con tanta rapidez que hago que se caigan de espalda y salgo al exterior.

Miro al cielo y la veo, una perfecta, redonda Luna Dorada. A medida que pasan los segundos, sombras se acercan a mí y siento como absorvo el brillo de la Luna y me hace sentirme más fuerte y poderosa. Poder. Lo que hace que pierdas el control. Las sombras me rodean y comienzan a sembrar el pánico por donde pisan: destrozan la academia, matan gente. Lo peor de todo es que a mi no me duele ver tal escena.

Me reflejo en la fuente, y en el agua veo a una persona que no es ni Alana ni Sairy sino un demonio. Tengo las pupilas tan dilatadas que no se ve el iris, alrededor de mis ojos se aprecian unas ojeras que hasta hace unos minutos no tenía. La cara pálida y el pelo ardiendo.

Veo como las sombras aumentan de tamaño y vigilantes armados se acercan a mí. Les lanzo fuego y se reducen a cenizas. Soy un monstruo.

Desde que he matado a una docena, Jiaim y su padre se acercan.

No hay forma de distraerme, sé que me quieren bañar con el agua que Jiaim había mencionado, pero me resisto. En el fondo quiero controlarme, pero no soy capaz, soy débil.

No quiero hacer daño a nadie, eso ya lo he incumplido.

No quiero olvidar a Jiaim.

No quiero morir.

Ahora ya casi no me importa morir.

Estaba a punto de lanzarle a Jacob fuego cuando veo a mis padres adoptivos y a Killiam suplicando que pare. Es imposible, no puede ser real. ¿Cómo iban a traer a mi familia y ponerla en peligro?

Pero eso ha bastado para distraerme, porque Jacob está volando, agarrando a su hijo, que me empapa con agua purificada por ángeles.

A pesar de que estaba ardiendo, es el agua la que quema, un ardor inaguantable que acaba con el demonio de mi interior.

SairyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora