Capítulo 2

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Mi madre me despierta acariciando mi cara con suavidad.

- Buenos días, Alana - me dice con una sonrisa. Se llama Lucy. Su pelo es castaño corto y liso. Sus ojos son marrones y su piel no muy clara. Mi padre se llama John y tiene el pelo más oscuro, con ojos verdes y gran estatura.

- Buenos días mamá.

Ella abandona la habitación. Al poco rato me llega el olor a desayuno.

Me visto, me peino. Mi cabello rubio claro llega hasta mi cintura, acaba en unos pronunciados tirabuzones. Mi piel es más bien blanca. Y mis ojos marrones. Mi aspecto, normal, y lo agradezco.

Me dirijo a la cocina. Tengo el desayuno a la mesa.

- ¡Qué guapa te has puesto! - exclama mi madre intentando animarme y hacer que se me olviden los nervios que recorren mi cuerpo.

- No lo creo - empiezo a desayunar. No tengo mucha hambre, pero no puedo rechazar nada que me hagan, al contrario, tendría que agradecérselo, y no se cómo.

Abrocho mi sudadera antes de salir de casa ya que hace frío.

- ¿Te llevo? - pregunta.

- No, no, voy andando, ya conozco el camino, gracias.

Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla antes de decir:

- No te preocupes por nada, cariño, te irá bien. Intenta, bueno, ya sabes, no enfadarte ni ponerte nerviosa para que no pase nada.

Asiento.

Sé que en el fondo también está preocupada porque cometa algún error, que saque a la luz mi poder o como quieras llamarlo. Ni yo misma sé cuándo ocurre, cómo controlarlo.

Quiero ser normal. Solo eso.

El camino hacia el instituto es corto, apenas un kilómetro.

Cuando llego veo gente, muchos chicos y chicas en grupos hablando.

Hace calor, pero tengo que llevar camisetas de manga larga por mis tatuajes. ¿No lo he contado? Pues os lo digo ahora: en mi hombro izquierdo tengo tatuado un Dragón Komodo; en el brazo un Monstruo de Guila y casi en la muñeca una Mamba Negra. Todos reptiles no muy queridos por la gente. Son marcas de nacimiento. A veces brillan. De momento es lo único que físicamente me diferencia del resto.

Suena el timbre y busco mi clase B204.

Doy varias vueltas por el edificio hasta que por fin la encuentro, pero llego tarde.

Llamo a la puerta y entro dando los buenos días.

- ¡Habéis visto eso! - exclama un hombre con barba gris, calvo y gafas - ¡Ha dicho "buenos días".

Lo miro extrañada.

- Es que doy clase a una panda de maleducados impresentables. Pasa - entro y me hace seña para que me coloque a su lado, enfrente a toda la clase, todos los ojos de estas desconocidas personas centrados en mí, y no me gusta. Puede que haya gente a la que le guste ser el centro de atención, pero yo no soy precisamente una de esas personas. Al contario. Me gustaría que me mandara sentarme y continuara la clase como si nada - preséntate delante de tus nuevos compañeros por favor. Cómo te llamas, de dónde vienes...

- Em... mi nombre es Alana y vengo de Londres.

Mis padres me hicieron aprenderme un "guión" que comprendía muchas de las posibles preguntas que me podrían hacer.

- Bien, ocupa el pupitre del final.

Camino esquivando las mochilas tiradas por el suelo y me siento. Cuando apenas me apoyara en la silla, esta me hace caer al suelo, una de las patas se ha roto.

Risas llenan las clase.

Empezamos bien el día. Una mano me ayuda a levantarme y me pregunta si estoy bien, pero realmente no lo escucho, solo tengo oídos para los comentarios burlones de los chicos y chicas que me rodean.

- ¡Qué os he dicho mil veces de estas bromas! - grita el profesor - Killiam, ve a buscarle otra silla a Alana.

- ¿Puedo ir yo? - asiente.

Cualquier cosa con tal de salir de esta clase.

Me apoyo la pared y froto mi brazo izquierdo para evitar que se iluminen mis marcas. Tengo que relajarme para que no se descontrole mi poder.

Después de unos segundos me doy cuenta de que el chico al que el profesor ha mandado buscar otra silla me está mirando.

Levanto la cabeza sin saber qué decir.

- ¿Estás bien? - me pregunta.

- Sí, ¿no ibas a por la silla? - digo para que se vaya y deje de mirarme con esos profundos ojos verdes.

- No te lo tomes tan a pecho. Bomas se las hacen a todo el mundo, sea nuevo o no.

- Vale.

- ¿Me acompañas?

Camino a su lado. Es dos cabezas más alto que yo y tiene el pelo moreno, corto y la piel más bien blanca con ojos verdes. Sus brazos se ven fuertes, igual que los músculos de su espalda, marcados por la ajustada camiseta que lleva puesta.

- ¿Te llamas Alana?

- Sí.

- Yo soy Killiam.

Abre una puerta. Es una clase vacía, coge una silla y vuelve a salir.

La coloca en el suelo, se sienta encima y se balancea para enseñarme que está en perfecto estado.

Cuando volvemos, ya ha venido otra profesora y la clase está en silencio.

Killiam coloca la silla en mi sitio y yo le doy las gracias.

- Bien alumos, hoy vamos a aprender a formular química orgánica, empezamos. Escribid la fórmula que le corresponde al metil-butanona, ácido propenoico y cianuro de secbutilo. ¿Quién sale a la pizarra a hacerlos?

Todos bajan la cabeza y escriben, unos de verdad y otros solo finjen. Supongo que esa es la forma en la que demuestran que no quieren salir al encerado.

Yo hago lo mismo que el resto, pero la profesora de química se acerca a mí mientras me señala:

- Tú, la nueva, ¿cómo te llamas?

- Alana.

- Bien, Alana, formula - me pide mientras me entrega un trozo de tiza.

El polvillo me hace estornudar. Empiezo a escribir. Es cómo si mis manos funcionaran solas, sin pedirle permiso a mi mente. Esto suele pasarme. Es como respirar, lo hago sin darme cuenta. A los pocos segundos el ejercicio está resuelto y la profesora tiene cara de aprobación, mientras que la de los alumnos no las identifico.

Me siento en mi sitio y la profesora me felicita:

- Muy bien Alana, serás una buena alumna, me alegra tenerte en mi clase. Venga, seguimos, ¿quién sale ahora?

Y así transcurre la clase. Mi mirada fija en el papel y mi mano automatizada escribiendo. Me aburre esto.

SairyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora