En la tarde de primavera soleada, ____ caminaba a través de Holland Park después de bajarse del autobús en Kensington High Street. Le encantaba ese paseo, sobre todo en aquella época del año. Los compases de la sinfonía Primavera de Schumann trinaron en su cabeza bajo el reverdecer de los árboles y el dulce aroma del aire.
Aceleró el paso. Quería darle a su padre la buena noticia: la habían elegido entre las solistas que iban a tocar en el concierto de la universidad el mes siguiente. Pensó en el repertorio: las dos piezas de Chopin eran relativamente fáciles, pero la de Liszt era terrible. En fin, tendría que ensayar. Desgraciadamente, no iban a comprar el piano nuevo que su padre le había prometido por su cumpleaños, pero el que tenía era adecuado.
Frunció el ceño ligeramente. No era propio de su padre ahorrar en nada que tuviera que ver con sus estudios de música. Desde que empezó a estudiar piano de pequeña, su padre había pagado sin rechistar todo lo que había tenido que ver con el desarrollo de su habilidad musical. Por supuesto, ella sabía que no era un genio y lo aceptaba, se conformaba con tener talento y dedicación, como amateur, no como profesional. Además, era consciente de la privilegiada posición en la que se encontraba al no tener que trabajar para ganarse la vida. Y cuando terminara sus estudios, continuaría con la música sin tener que preocuparse de ganar dinero con ella. Tocaría por placer, el suyo y, esperaba, el de otros.
A su padre le encantaba oírla tocar. Sonrió. Quizá fuera su más dedicado admirador, pero no tenía oído para la música.
—¡No, papá, ése no es Bach, es Handel! —se oyó decir a sí misma riendo afectuosamente en el recuerdo.
—Lo que tú digas, _____, cariño, lo que tú digas —le había replicado su padre indulgentemente.
Sí, su padre la trataba con indulgencia y ella lo sabía. Pero aunque sabía que era la niña de sus ojos, no se aprovechaba de ello. Además, sabía por qué su padre la mimaba tanto.
Ella era todo lo que su padre tenía.
Casi no recordaba a su madre, sólo se acordaba de oírla cantar mientras ella se dormía.
«Por eso te gusta la música«, le decía su padre una y otra vez. «Tu maravillosa madre te inculcó el gusto por la música». Después, su padre suspiraba y a ella le invadía una profunda tristeza.
Quería que su padre estuviera orgulloso de ella, quería verle sonreír. Y entonces volvió a arrugársele el ceño. Durante los últimos meses, a su padre le costaba bastante sonreír. No era que estuviese enfadado, más bien parecía... preocupado. Como si tuviera mucho en lo que pensar.
Le había preguntado al respecto en una ocasión, pero su padre sólo le había contestado:
—Ah, no es nada, sólo el mercado... el mercado.
La situación mejorará pronto. Siempre pasa. Es cuestión de ciclos.
Había estado preocupada por él durante un tiempo, pero la proximidad de los exámenes había distraído su atención. Al acabar los exámenes habían sido las vacaciones, y había ido a Viena en una excursión organizada por la universidad. Aunque su padre había parpadeado al enterarse del precio del viaje, le había dado un cheque inmediatamente.
El viaje a Viena había sido tan maravilloso como había imaginado, igual que la excursión a Salzburgo, por la que había tenido que pagar aparte y había sido muy cara. Pero había merecido la pena. Como regalo, le había comprado a su padre una enorme caja de bombones Mozartkugeln; él le había dado las gracias, pero seguía dando la impresión de estar preocupado. La había escuchado mientras contaba las anécdotas del viaje, pero con expresión ausente. Después, se había ido a su estudio.
—Tengo que hacer unas llamadas telefónicas, cielo —le había dicho, y ella no había vuelto a verle en toda la tarde.
Era extraño que su padre evitara su compañía y, al día siguiente durante el desayuno, armándose de valor, le había preguntado si no le iban bien las cosas.
—Vamos, cariño, no quiero que te preocupen cosas por las que no te tienes que preocupar —le había contestado su padre con firmeza—. Los negocios tienen sus momentos buenos y malos, nada más. A todo el mundo le está afectando la recesión económica. Eso es todo.
Y eso había sido todo lo que le había sacado a su padre; aunque no era de extrañar, su padre jamás hablaba de negocios con ella. Ni siquiera sabía a qué se dedicaba su empresa, Granton plc. Sabía que tenía algo que ver con la propiedad, las finanzas y cosas por el estilo; y a pesar de que, a veces, creía que debería mostrar más interés, le importaba poco, y también sabía que su padre no quería que se interesara por esas cosas. Su padre la mimaba mucho y, además, estaba algo chapado a la antigua: prefería que hiciera algo artístico, como la música, a dedicarse a los negocios.
Por fin salió del parque. Las calles eran tranquilas en esa zona y respiró profundamente, deleitándose en el espectáculo de los almendros en flor mientras se acercaba a su casa.
Abrió la puerta con su llave, dejó sus bolsas encima del mueble del recibidor y se miró al espejo: pelo largo, rubio y algo revuelto, rostro ovalado, ojos azul grisáceo, poco maquillaje, pendientes de gitana que hacían juego con la falda suelta.
Como tenía las manos pegajosas de ir en los autobuses, se metió en el cuarto de baño del piso bajo para lavárselas; después, subió las escaleras. Tenía el ático de la casa para ella sola, un regalo de su padre por su décimo tercer cumpleaños y el sueño de cualquier adolescente.
Pero se detuvo en el descansillo del primer piso al oír la voz de su padre, que parecía proceder del cuarto de estar.
Sonriendo, se apartó de las escaleras y se dirigió hacia allí. Al llegar, abrió las puertas de par en par y entró como un vendaval.
—¡Papá! ¡No esperaba que estuvieras en casa ya! Yo...
Pero calló bruscamente. Su padre no estaba solo...
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Gracias a todas mis lectoras!
Loveu.xx