Capítulo III

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Cuando salgo de la escuela, escucho los gritos del preceptor llamándome, pero lo ignoro, no tengo ganas de pasar la tarde castigada.

Me adelanto a mis hermanos, pero el preceptor me alcanza en un dos por tres.

—Tienes que cumplir un castigo —el preceptor hace que me detenga ya que agarra mi mochila y hace una mueca de asco cuando huele el olor que tiene—. Johnson dijo que si era necesario que llame a Chace, dijo que él te haría entrar en razón.

Suspiro.

—Oiga, no quiero entrar, puedo cumplir el castigo mañana temprano, pero me estoy muriendo de hambre y tengo sueño, créame, no estoy de buen humor y dejarme en la biblioteca con quien me irritó no lo veo muy inteligente de su parte —finjo un bostezo y veo como mis hermanos se burlan de mi detrás del preceptor.

¡Deberían estar ayudándome, no burlándose de mí!

—Ve a cumplir tu castigo, Parkinson —él se da la media vuelta y mis hermanos dejan de moverse y de hacer caras—. Y ustedes si no desaparecen de aquí, haré que los castiguen.

—Pero no estábamos haciendo nada malo —responde Alex frunciendo las cejas.

—Claro que sí —el preceptor rueda los ojos—. Existir.

Chad suelta una carcajada.

—Eso todos lo hacemos mal, no venimos con una guía que nos diga que hacer —responde mi mellizo y en serio a veces me pregunto si no puedo hacer una devolución en el departamento de mellizos.

El preceptor solo pasa de Chad, ignorando su comentario y hace un ademan con la mano para que lo siga.

— ¡Suerte en el castigo! —Exclama Georg, llamando la atención, doy media vuelta y camino de espaldas unos minutos solo para sacarle el dedo medio y rodar los ojos— ¡Yo también te quiero! ¡Prometo guardarte comida!

El preceptor me espera en la puerta principal de la escuela.

Por alguna razón él siempre ha actuado así con nosotros, y eso que hemos tratado de ser amigables con él, tal vez el preceptor ya es así, con ese tipo de personalidad arisca que a veces me hace reír.

—Si ustedes siguen así, terminaran en la cárcel —su comentario me sorprende.

Ambos entramos en la escuela, ya vacía.

—Tal vez, pero es lo que los de más esperan de nosotros, y nosotros no hacemos lo que los demás esperan —frunzo los labios y me los muerdo.

El preceptor me guía hasta la biblioteca, tal vez piensa que me escaparé, y hace bien.

Una vez que llegamos, él abre la puerta y me deja entrar, la bibliotecaria al verme sonríe, y me indica donde está la sección de castigos.

—Esos chicos siempre se están metiendo en problemas —dice la bibliotecaria al preceptor.

Mientras me voy alejando escucho claramente su conversación, ni siquiera vuela una mosca.

—Que el de arriba nos ampare —responde el preceptor mirando el techo de la biblioteca.

—Que el de arriba nos ampare —repite la bibliotecaria de la misma manera que él.

Doy vueltas en la cama, sin poder dormir, suspiro, golpeo la almohada varias veces y la coloco debajo de mi cabeza, pero nada parece funcionar. No puedo conciliar el sueño por más que quiera.

Agarro el reloj despertador, lo pongo frente a mi rostro, la luz verde me hace parpadear rápidamente, este marca las 02:00 a.m., lo vuelvo a dejar en su lugar, doy varias vueltas en mi cama y caigo en vuelta en frazadas al suelo.

Otra Tutela © [01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora