Finisterra -Mago de Oz

La Santa Compaña. Parte 2

Regresando tras sus pasos Diego paró la marcha en seco por la horrible escena que se encontró al llegar al lugar donde había dejado el cuerpo de Bumta.

La bruja, que antes había estado acompañando al peregrino, echada sobre el cuerpo del espadachín bebía la sangre que brotaba aun a borbotones de su cuello.

Diego.
Maldita. —conteniendo las ganas de vomitar.

La bruja levanta la mirada y lo ve con sorpresa.

María.
Lo siento. —sonríe tímidamente. —Tú no deberías haber visto eso.

Diego.
Te matare.

María.
Que mal agradecido. —se pone de pie y su sonrisa desaparece. —Fui yo quien te salvo la vida más temprano.

Diego empuña una de las dagas y arremete contra la bruja pero esta se disuelve en la oscuridad del bosque. Diego mira hacia todas las direcciones pero la bruja se ha ido. La niebla se disuelve y la lluvia otra vez se da a notar fuertemente.

Diego.
Este bosque es muy peligroso— rasga el manto rojo que cubre su armadura y deja la cruz de Santiago al descubierto. Toma dos de las dagas y las ata a la parte exterior de sus antebrazos y muñecas, como una extensión cortante de sus puños. Ata la tercera en su codo y sujeta la última con su mano derecha.

Diego.
Muy bien, vamos a hablar menos.

Continúa adentrándose en el bosque y encuentra la voz del peregrino.

Peregrino.
Has perdido el juicio. —Sonríe —nada va a salir mal esta noche.

Sigue caminando hacia el pero guarda silencio. Al llegar cerca se escondió y observo un momento para comprobar si en realidad el peregrino aún era su aliado.

Al ver la escena comprendió que el peregrino sometía a la muerte y decidió salir a su encuentro pero el grito de la muerte que llamaba a un tal "Astaroth" lo detuvo un momento, el había escuchado ese nombre antes, de boca de Kramer, podía ser el mismo Astello, si era así Diego tendría poder para llamarlo por su nombre y ordenarle partir como lo había hecho con la dama del amanecer.

El peregrino rompió en carcajadas mientras la boca de la muerte se llenaba de fuero ardiente. Aun riéndose se giró y se sobresaltó cortándosele de golpe las carcajadas al ver a Diego parado frente a él.

La boca de la muerte se llenó de fuego. El peregrino rápidamente se acercó a él y le puso la mano en la frente haciéndolo consumirse por completo y recogiendo las cenizas en una botella.

Allí las metió y permanecieron encendidas dentro de la botella como si fueran una lampara.

Peregrino.
¿Cuánto escuchaste?

Diego.
¿Estaban hablando?

Peregrino.
No.

Diego.
Necesito un favor.

Peregrino.
Quieres que te saque de aquí.

Diego.
Si es que en realidad aun somos aliados.

Peregrino.
Claro que sí. Solo necesito una última cosa y luego... serás libre.

Diego.
Como sé que no me mientes.

Peregrino.
Como sé que no me mientes tú y tus nuevos amigos.

Diego.
Ellos han muerto. —se lamenta. Bueno, ya estaban muertos.

Peregrino.
No lo lamento. Puede que no confíes en mí, pero yo he comprobado que eres un hombre valiente y fiel, por eso te escogí.