Capitulo 2. La Cruz de Santiago.

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Un espadachín llamado Diego Cortez se encontraba tratando de cazar con un arco y una flecha, para lo cual no era nada bueno. Eran tiempos duros y había que buscarse el pan como cada quien pudiera.

De camino a su casa sin éxito alguno en la caza, paso por la casa en la que se había criado, pensó en su niñez y su apresurada adolescencia, quiso pasar y saludar a su madre pero tuvo que respirar profundo antes de tomar la decisión.

Diego.
Hola mama. —dijo abriendo la puerta de la pequeña y viaje casa.

Nadie contesto. Se dirigió hacia la habitación de su madre y la encontró allí, plácidamente dormida en su cama.

Diego la observo con ternura, su carácter se había formado en medio de ladrones y caza fortunas por lo que se consideraba a sí mismo un hombre duro, sin mucha paciencia y tampoco la piedad se acobijaba en él sin embargo su madre podía enternecer su corazón y los recuerdos llenarlos de dolor.

Se movió lentamente por la habitación y se sentó junto a su madre. El rencor ayudaba a conservar la distancia, su padre los había abandonado cuando él era solo un niño y cuando el buscó las respuestas en su madre esta nunca pudo dárselas.

Encontró una nueva vida cuando su padre se fue dejando solo su espada, el oficio de su padre era lo que a esa temprana edad tuvo que adaptar a su vida y de esa forma creció y se forjo una reputación entre los caza recompensas.

Aun así el rencor hacia sus padres se diluía frente a su necesidad por recibir las respuestas que quería y perdonar, que era lo que realmente deseaba Diego.

Se levantó y con suavidad abandono la casa. Diego había estado realmente muy desanimado, ganaba lo que necesitaba y hablaba con las personas que necesitaba, no más. Sentía que su vida no tenía un propósito.

Pasó cerca de una pequeña choza donde trabaja un Mägo muy conocido por allí y algunos decían que podría leer el futuro. Se vio tentado a entrar allí pero antes miro hacia ambos lado y clavo su espada fuera.

Diego.
Ya que. —Entro.

Estando adentro todo era oscuro pero una figura se formó en las sombras

Mägo.
Diego. —Apareció de la nada —jamás pensé verte aquí.

Diego.
Eso dice mucho de la efectividad de leer el futuro de su trabajo.

Mägo.
Yo no leo el futuro, eso es solo un rumor que dicen sobre mí. Mi abuelo podía hacerlo, cuentan que se alimentaba del relato popular.

Diego.
Creo que he llegado dos generaciones tarde.

Mägo.
Sírvete de magia, sírvete del Tarot.

Diego.
No gracias, no acostumbro participar de esas cosas.

Mägo.
Espera. Yo conocí a tu padre. —Diego abrió los ojos como platos y el mago sonrió al lograr retenerlo —Malvivía alquilando por 3 maravedís su espada y vizcaína en ajustes de poco lustre y de peor fin.

Diego.
Ah que bien. —no quería tener esa conversación. —bueno ya que no tiene lo que busco será mejor que me valla.

Mägo.
No me tomes por prejuicioso, en aquel entonces reinaba la picaresca, la espada y el "voto a tal".

Diego.
¿Cuándo dejo de ser así?

Mägo.
Aun puedo verlo, caminando con su banda de espadachines, brilla el acero en su mano con la espada siempre desenvainada, perla su cara el sudor, su cabello se mueve con el viento, brilla la cruz de Santiago en su pecho por el sol. El creía que este mundo debía cambiar, volverse mejor. Tú lo crees igual que el ¿Verdad? Yo lo creo también. Podemos ayudarnos en eso.

Finisterra -Mago de OzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora