Astaroth. Parte 3. El final del camino compartido.

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El peregrino entra y Ana cierra la puerta tras él.

Diego.
¿Dónde estabas?

Peregrino.
Luchaba contra la muerte.

Diego.
Creí que ya la habías vencido.

Peregrino.
Yo también. —se queja del dolor al sentarse en un banco.

Diego.
Sera mejor cubrir esas heridas.

Peregrino.
Ah, no te preocupes, ya sanaran. —Sonríe amistosamente —estoy bajo un hechizo que sana mis heridas y también te he incluido en el.

Diego.
Lo sabía —animado —juntos venceremos al demonio.

Ana.
¿De que estas hablando? —una mezcla de enojo y tristeza se veía en su mirada —prometiste quedarte aquí. —el peregrino baja la mirada reteniendo su fastidio.

Diego.
Y lo cumpliré. —el peregrino levanta la mirada suspicaz.

Peregrino.
No voy a poder yo solo.

Diego.
¿No? —Se frota la barbilla —debe haber una forma en la que pueda yo ayudar sin salir de aquí.

El peregrino ve la oportunidad y la toma.

Peregrino.
De hecho estos muros no van a aguantar mucho más. —Diego atiende —Ahora mismo está allá afuera el demonio comenzando a derribarlos., quedarse aquí adentro no es una opción.

Diego mira a Ana resuelta a quedarse dentro y pide hablar con el peregrino a solas un momento.

Diego.
Esta casa no va a derrumbarse. —susurra.

Peregrino.
¿Cómo lo sabes? Yo vi al demonio allá afuera desgarrando los pilares.

Diego.
Es que esta protección que tengo se encuentra en el amuleto que me dio Ana, de alguna forma volvió a mí, yo tampoco lo entiendo perfectamente pero apareció en mi boca y si yo no abro la boca más que para hablar la puerta no se abrirá ni los muros caerán. —el peregrino comienza a comprender.

Peregrino.
Bien —inteligente cambia de posición. No tienen que salir de aquí si no quieren pero yo prometí protegerla y eso hare.

Diego.
Eso suena bien, pero ¿Cómo vencerás al demonio tu solo?

Peregrino.
No será fácil, pero hay una forma de que me prestes de tu poder desde aquí adentro, y de yo protegerlos desde allá afuera.

Diego.
¿Cómo harás eso?

Peregrino.
De la misma forma en que Kelpie protegía a Gabiel.

Diego.
Claro. Aun los muros no caían sobre él.

Peregrino.
Eso haremos.

Diego.
Bien.

El peregrino se levantó y rompió lo privado de la conversación.

Peregrino.
Ana, solo hago esto porque he hecho una promesa importante.

Diego frunció el ceño cuando el peregrino se puso de espaldas y vio que a pesar de que sus heridas habían sanada casi por completo, aún tenía una gran herida abierta que hacia gotear sangre por debajo de sus túnicas, una herida en su espalda.

Diego.
¿Qué le paso a las alas que tenían en el bosque más temprano esta noche? —la pregunta lo tomo por sorpresa y apretó los dientes al darse cuenta de que tardaba en contestar algo coherente.

Peregrino.
La bruja que se hallaba conmigo, era un embrujo de ella, mis alas eran de un embrujo de ella sí.

Diego.
Tienes una gran herida en la espalda... Ella te las arranco.

Finisterra -Mago de OzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora