Capítulo 3:

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PSIQUE:

Cuando me despierto, me doy cuenta de que no estoy en mi habitación. Hubiera creído que la experiencia con ese desconocido —mi futuro marido, o como sea— fue falsa, pero no parece serlo.

La recámara en la que me encuentro es muy distinta a la mía. Estoy acostada sobre una enorme cama que ocupa el centro, y a mi alrededor, cascadas de tela de raso dividen la estancia, meciéndose con el viento que proviene de algún lado.

Llevo el mismo vestido que me prepararon las doncellas, aunque ahora, lo que había sido un bonito recogido de rizos está desecho, y mi melena oscura cae con descuido sobre mi espalda.

Bajo de la cama y descubro que el suelo es de un material blanco, exquisito y radiante, como piedra luna, y muy frío. No me extrañaría que pudiera ver mi reflejo en él.

Del otro lado de las cortinas, me encuentro con algo que me roba el aliento. Aquí no hay muros como en casa, solo columnas; columnas que parecen ser los mechones de las paredes de piedra arenisca, y que traman esconder las vistas a lo qué hay más allá.

No puedo evitar acercarme.

Es una terraza inmensa, pero es el mar a lo lejos lo que llama mi atención, los jardines colgantes de los muros más abajo, las enredaderas entre las columnas, y el radiante bosque de distintos colores y tonos que se abren paso en las praderas cercanas lo que llama mi atención.

Es un palacio; un impresionante palacio de piedra arenisca dorada que cuelga de la montaña, y con cascadas tanto de agua que corre hacia el mar como de enredaderas y hiedras preciosas.

Es algo indescriptible.

¿Dónde estoy?

No creo que ningún reino cercano a casa sea así de hermoso.

—Mi Señora —escucho una voz suave y me doy la vuelta enseguida, notando que de entre dos cortinas de raso del otro lado de la estancia hay una mujer de pie.

Tendrá la edad de mi madre, quizás un poco más, aunque no se puede comparar su figura menuda y curvada con la delicada y fina de mi reina. Tiene el cabello de un tono claro, como la corteza de un árbol en primavera, y los ojos marrones como la tierra circundante de Anatolia.

No sé cómo funcionan las cosas por aquí, pero al ver que lleva un exomis, me pregunto si será algo parecido a una sirvienta.

Me acerco, al ver que no habla, y es entonces cuando me dice:

—Tengo órdenes de llevaros a los baños y daros algo de comer.

—¿Órdenes? ¿Órdenes de quién?

Al sentir la premura en mi voz, ella se tensa, pero volviendo a una expresión más tranquila, responde:

—El Señor.

—¿Quien es? ¿Quién es tu Señor?

—Yo... no lo sé, mi Señora. Nadie sabe.

—¿Nadie? —me acerco hacia ella y con cautela, pregunto—: ¿Hay más gente por aquí?

—Así es, mi Señora.

—¿Quiénes?

—Pues... los trabajadores, los sirvientes...

—Y dices que nadie le conoce —cuando ella asiente, con una expresión casi apenada, me dejo caer, rendida, sobre la primera superficie que encuentro: un pequeño taburete junto a una mesita—. ¿Podrías decirme dónde estoy?

—En el palacio de los vientos, mi Señora. Estas tierras ahora son vuestras.

—Nunca he escuchado hablar de este sitio. ¿En qué parte del continente está? ¿En el Sur?

EROS Y PSIQUE 🦋✔️ (Dioses Griegos, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora