Capítulo 5:

1.9K 113 42
                                    

EROS:

Cuando desciendo en el valle de Delfos, lo primero que percibo son los rayos vibrantes del sol. Parece que alguien se ha despertado de buen humor.

Los mortales se acumulan en grupos como cada año esperando que inicie la función. Como no pueden verme, porque estoy camuflado con mi magia, camino con tranquilo entre la multitud, sintiendo las vibraciones que emanan de ellos.

Cuando entro al anfiteatro, me doy cuenta de que hay mucha más gente adentro. Me encanta ver la actuación de los poetas que se dedican a predicar nuestras historias. Me encantaría que también hablasen de mi preciosa Psique, pero no puede ser. Nadie debe saber de su existencia, o al menos no la parte que la involucra conmigo.

Me gusta pensar que en algún momento pasará, tal vez cuando deje este mundo para marcharse al Hades. En ese entonces tal vez pueda sentarme junto a mi amigo y contarle de la preciosa mujer que se ha robado mi corazón, de esa que con una sonrisa le haría competencia al propio Helios, y con una mirada, a la propia Afrodita.

Siento una ráfaga cálida a mi lado y al voltearme, como si le hubiera invocado, veo a Apolo a mi lado, con su cara de bribón sonriente de siempre.

Pongo los ojos en blanco cuando noto la mirada descarada que me barre el cuerpo y dejo escapar un suspiro.

—Sería un crimen terrible ignorar que cada año luces mejor.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Vengo a ver mi obra, desde luego —me pongo en marcha, pero él no parece captar la idea y me sigue—. Quiero asegurarme de que cuenten las cosas tal y como se las he dicho.

—Es lo mismo cada año. Qué más da.

Pasamos por debajo de un arco que lleva al mirador sobre la montaña, donde el templo de Apolo se erige, y salto los escalones de dos en dos.

—Puede ser —dice él, siguiéndome.

Veo de reojo que el pelo oscuro se le mueve con cada brinco que da. Alza los ojos hacia el cielo y los rayos del Sol se reflejan en sus irises dorados, así como la diadema en reversa que descansa sobre su cabeza.

Él ha destacado que me encuentra atractivo, así que sería justo resaltar que él también. Así sea por los genes de su padre o por su aura soleada, Apolo goza de una belleza y un magnetismo para las fantasías carnales que no se puede ignorar, ni siquiera estando enamorado.

Cuando llegamos a la cima del templo, donde hay, además del altar, una especie de fuente entre las columnas, y todo sin techar, Apolo se recuesta a la meseta, tomando del altar lo que parece ser una manzana y murmura algo que suena bastante poético, pero que no prefiero escuchar.

—Cierto que cada año es lo mismo —comenta, como quien no quiere la cosa—. Tal vez debería contarles sobre la dulce mortal de ojos como los olivos que vive en un reino lejano, bordado con rayos de Sol y mar, y tal cual doncella exiliada, encerrada por su amo.

Yo me giro hacia él de golpe.

Está claro que habla de ella. Lo sé porque soy capaz de leer su cabeza y saber que el propio Helios se lo ha contado, y para confirmar, ha hablado con una de las nereidas que suele frecuentar, y esta ha sido quien le ha mostrado la imagen de mi esposa, paseando por la playa a los pies de nuestro palacio, y sonriéndole al día acababa de despertar.

Pensar en que ahora alguien además de los morrales que la sirven sabe de su existencia, y que dicha información pueda llegar a oídos de mi madre, me tensa de tal manera que mi respiración se vuelve agitada.

EROS Y PSIQUE 🦋✔️ (Dioses Griegos, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora