Capítulo 6:

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PSIQUE:

Mi marido, tal y como me prometió semanas atrás, me arrulló con un sueño y cuando abrí los ojos, aquí estaba: en el balcón de la que fue mi habitación desde que era un infante.

El aire huele como la última vez que estuve aquí, a jazmín e incienso. Las antorchas no están encendidas, como si no fuera habitable para nadie desde mi partida, lo cual me hace preguntarme si tienen la esperanza de que regrese.

¿Me echarán de menos?

Atravieso la habitación en penumbras, sintiendo que la habilidad de ver a oscuras se me ha desarrollado en los últimos siete meses y al escuchar voces provenientes del pasillo, descubro mi rostro de la capa que llevo para refugiarme del frío del invierno y abro la puerta.

A primera vista, en el corredor no hay nadie, pero en cuanto doy un paso afuera un par de guardias se paran en seco y me miran, sorprendidos y más que nada, confusos.

—Alteza —dice uno, como si temiese que fuera una aparición y mira a su compañero—. Deberíamos avisarle a Su Majestad.

—Me gustaría hablar con mis padres —digo, titubeando algo al sentir esas miradas que me dan, como si esperasen que debajo de mi capa guardase armas o como si me faltase algo.

Finalmente, uno de ellos asiente y el otro se cuadra, haciéndome una seña para que le siga al camino que reconozco que nos llevará a la cámara real.

Trato de no hacerlo, pero no puedo evitar comparar el palacio real de Anatolia con el nuestro, en Dánae, que es como mi marido me ha permitido llamar al lugar que nos pertenece.

El recuerdo de unos meses atrás acude a mi mente.

Yo estaba, como casi siempre, desnuda sobre la cama, recostada entre nuestras sábanas y escuchando el sonido de la lluvia que golpeaba el reino fuera de nuestro palacio. Mi amor recostaba su cabeza sobre mi vientre y yo enredaba los dedos en sus mechones suaves, deleitándome con los sonidos que se le escapaban por mis caricias y de vez en cuando, dejándome llevar por el ritmo de las gotas que golpeteaban contra el suelo de mármol de la terraza y entonando alguna lírica.

Es algo que le gusta, y yo disfruto haciéndolo.

Sin embargo, llevábamos casados un buen tiempo y ni por mala fortuna me  había delatado su nombre, cosa que empezaba a impacientarme.

—¿Me dirás alguna vez quién eres? —pregunté, relajándome en cuanto noté que no se tensaba ante mi cuestionamiento, como supuse que haría.

—No —dijo entonces y yo fruncí el ceño.

—¿Por qué no?

Ante mi tono exigente, él se removió, rodó sobre el colchón y cuando pensé que se marcharía, detallé su silueta gracias a los relámpagos que Zeus mandaban a surcar por los cielos nocturnos.

Se acercó a mi tanto que quedé casi acostada por completo y sonriendo en mi boca, alegó:

—Porque soy muy feo.

—¡¿Y eso qué tendrá que ver a estas alturas?! —protesté, irritada por su negativa y él soltó una risita—. ¿Acaso no confías en que te amo lo suficiente como para que no me importe tu aspecto?

—Te importa —insistió, aunque mi enfado desvaneció un poco cuando sentí esa calidez que provocaba siempre en mi, como millones de mariposas recorriéndome el cuerpo—. Si no te importase mi apariencia dejarías de preguntar.

—Pero quiero verte —protesté nuevamente y él se acercó para besarme—. No entiendo por qué no quieres. Soy tu esposa y tú me has visto a mi. No es justo.

EROS Y PSIQUE 🦋✔️ (Dioses Griegos, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora