Capítulo 19:

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EROS:

Me falta el aire.

Siento que no puedo respirar y que a pesar de que la llamo, de que estoy gritando con todas mis fuerzas, la voz no me sale.

—No, no, no, no. Por favor, despierta. Cariño, abre los ojos, por favor. Mírame —suplico, o al menos lo intento, rozando su mejilla con la mía mientras mis brazos la recogen para recostarla sobre mi pecho, pero ella no hace el menor gesto que me indique que sigue aquí.

Eso hace que el pánico crezca dentro de mi.

—Lo siento tanto —escucho que repite Perséfone, por enésima vez desde que llegaron, como si eso sirviera de algo—. Intenté advertirle, pero llegué tarde.

No, no, no, no. Esto no puede estar pasando.

Afrodita, ¿Qué, en el nombre de Zeus, has hecho ahora? —escucho que pregunta Apolo y mi atención viaja hacia mi madre, que me observa con los ojos bien abiertos mientras niega con la cabeza.

—No he hecho nada. Esto no es culpa mía...

—¡Estabas jugando con ella como un león con un ratón! ¡Te vi! —exclama esta vez Atenea, interviniendo mientras ella y Apolo se acercan a mi.

Quiero decirles que se aparten, que no la toquen, pero no puedo hablar.

Apolo posa sus ojos miel en mi, con los dedos en el cuello de Psique, y un deje de esperanza en ellos mientras dice:

—Aún tiene pulso.

—Solo está dormida —explica Perséfone, acercándose para también quedar arrodillada junto a mi, con los ojos puestos en mi chica—. Vino a nuestro palacio en busca de una pizca de belleza que tu madre le encargó. Me contó vuestra historia, y todo salió bien, pero en un momento me descuidé y... no me dio tiempo a detenerla cuando abrió la urna en la que le había dado un pétalo de belleza de nuestra flor especial.

Mis ojos viajan hacia mi madre una vez más, y siento que la odio, que ni siquiera puedo verla a la cara por lo que ha hecho, y más aún cuando me dice a modo de explicación:

—Yo le advertí que no la abriera, Eros, pero obviamente escogiste a una mujer que no tiene idea de lo que es ser una buena esposa, obediente, y su ambición la trajo a ese momento.

—¡¿Y tú qué sabrás del matrimonio, si te atreviste a romper los votos sagrados que le juraste a mi hijo al acostarte con Ares?! —La voz de Hera retumba por cada columna que nos rodea, escuchándose tan antigua como ella, y llena de furia como varias veces se le ha visto—. No tienes derecho a decidir si ella es buena o no. Tú nunca lo fuiste.

—¿Y eso significa que no haya aprendido de mis errores, que no deba tener un mínimo de expectativa para mi hijo? ¿O es que la sola satisfacción de estar en mi contra no te permite admitir que mis pruebas han demostrado que ella no es digna de ser su esposa?

Hera no responde, porque es demasiado orgullosa como para hacerlo, y mi madre lo sabe. Sonríe, y parece que va a agregar más, pero yo la interrumpo y le digo a Perséfone:

—¿Hay alguna manera de hacer que regrese a mi? Te daré lo que me pidas.

—Eros —advierte Apolo, mientras escucho que Atenea agrega:

—Ese tipo de promesas son peligrosas. Cuidado con lo que dices.

—Vosotros dos os calláis, que no se me ha pasado desapercibido que ambos sabían de ella y no me lo habéis dicho.

—Íbamos a hacerlo —responde Apolo, con su voz afable y honesta mientas mira por encima de su hombro cómo Dioniso se acerca con Hermes a su lado—. Íbamos a hacerlo hoy mismo. Te estábamos dando la oportunidad de elegir si querías arreglar las cosas con ella o no, y en caso de que no lo hicieras, Hermes prometió ayudarnos a sacarla de donde fuera que la tuviera tu madre. Le íbamos a ofrecer una vida a salvo, por ti.

EROS Y PSIQUE 🦋✔️ (Dioses Griegos, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora