♧MI PEQUEÑA GUERRERA♧

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MI PEQUEÑA GUERRERA

—¡Mamá! Estoy aburrida. Juega conmigo. –digo mientras jalo de su vestido perfectamente acomodado.

—¡Alana, basta! –grita enojada mientras yo bajo la mirada al suelo, un poco avergonzada y triste– Ya te lo he dicho, no me molestes. Estoy trabajando.

Me da la espalda y continúa escribiendo sobre el papel con suma concentración y haciendo acopio de mucha paciencia para no golpearme.

—¿Qué tal después? –tan solo decir eso me lanza una de esas miradas matadoras y ahuyenta mis ganas de insistir.

Asiento y salgo derrotada del despacho de mi madre para luego ir en busca de mi hermana.

Corro por cada habitacion buscándola y la encuentro por fin en la sala de estudio practicando con ese hermoso violín de la madera más hermosa y brillante que he visto en toda mi vida.

—Hola, Rose. –me acerco emocionada a ella, pero pareciera que me ignora– Quería saber si tú puedes... –se detiene y gruñe.

—Alana, estoy ocupada. No me molestes. ¿Dónde están tus profesores? ¿Qué acaso no tienes algo mejor que hacer que molestarme? –me mira con severidad y hace un gesto con la cabeza indicando que nuestra conversación terminó sin siquiera haber comenzado.

Me voy derrotada por segunda vez, estoy molesta y triste. Siempre me limitan, me ignoran y me hacen menos. Nadie me quiere.

Salgo al patio y me siento en el pasto a meditar, debo encontrar algo para entretenerme. Tengo 8 años, pero mi madurez es demasiada.

Cierro los ojos y me concentro en el vaivén del viento y en los susurros que trae consigo. La tranquilidad de la naturaleza me calma y hace que sienta una calidez inexplicable en el pecho.

—Sabía que estarías aquí. –abro los ojos de golpe y me volteó lentamente a ver a mi visitante.

—¡Marcus! –grito mientras me levanto y brinco a sus brazos– ¡Oh, cuánto te extrañé! –lo aprieto con todas mis fuerzas.

—Tambien te extrañé, hermana. –me besa cada mejilla con cariño y luego me baja, pero yo me pegó a su cadera como una chinche– Quiero que me hables de tu día. ¿Qué tal vas en las asignaturas y las clases de modales?

Marcos sonríe y me vuelvo a pegar a su cadera mientras rió.

—¡Casi soy una prodigio! –lo miro sonriente y orgullosa– Los maestros me estaban dando clases cada vez más avanzadas para mi edad y eso le molestó mucho a mamá, así que los despidió. Me dejó sin ningún tipo de actividad hace unos días y estoy aburrida. ¡Más que aburrida, hermano! –grito para resaltar ese aburrimiento que me esta carcomiendo– ¡Estoy agonizando del aburrimiento!

—¿Te dejó sin actividades? ¿Qué hay de las clases de modales? –me toma de la mano y me invita a caminar con él de vuelta a la casa.

—También me dejo sin ellas. Aprendí todo y dijo "¡Bien, si no quieres hacer nada, pues no harás nada!" –pateo algunas piedritas y al llegar a los escalones me limpió los zapatos– Pero no es que no quiera aprender, simplemente aprendí todo lo necesario y ya no tenían nada que enseñarme. Le pedí a mamá que me trajera profesores con actividades entretenidas y complejas, pero ni siquiera me escucha.

—Vaya, que dilema. –se inclina a mi altura y sonríe– ¿Qué tal si yo te doy clases? –abro los ojos del asombro sin poder creerlo– Estaré aquí un tiempo, así que podría entretenerte... si crees que eres capaz de soportarme.

—¡Lo que sea es mejor que no hacer nada! –lo abrazo y rió como loca– ¡Es justo lo que necesito! ¡Eres el mejor!

—Bueno, entonces ven conmigo. Hablemos con papá, tal vez nos de algo de apoyo en lo que quiero que hagas. –me toma de la mano otra vez y caminamos juntos al despacho de papá, donde ninguna mujer ha podido pasar desde que la casa fue construida, y cabe la posibilidad de que sea la primera.

REX CUENTA HISTORIASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora