Capítulo 19. Socios también en el crimen. ⛧

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«¡Para asegurar la destrucción de un enemigo debes destruirlo por medio de cosas que lo representen!»

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«¡Para asegurar la destrucción de un enemigo debes destruirlo por medio de cosas que lo representen!»

La biblia satánica,

Anton Szandor LaVey

(1930-1997).

Mary se hallaba muy emocionada porque, ¡al fin!, mediante su labor retribuiría una pizca del inmenso privilegio que le había concedido Satanás al invitarla a formar parte del mundo sobrenatural. Por eso escuchó con gran expectación las campanadas que indicaban la medianoche mientras se ponía las mallas, la camiseta de manga larga, la cazadora más sexy que tenía —le llegaba hasta la cintura— y unas botas de caña alta con tacón cuadrado. Tanto las prendas como los accesorios eran de color negro para camuflarse mejor en la oscuridad.

     Así vestida se sentía preparada para cumplir el trabajo que le había asignado Satanás: asesinar al familiar de Brooke que ella eligiera. Desde que habían regresado de Nueva York había meditado —uno a uno— en los motivos por los que aborrecía a la madre y al hermano menor de Brooke. Y, para conseguir la meta de borrarlos de un plumazo de la faz de la tierra, no pensaba en los dos por sus nombres y los despersonalizaba. Porque eran simples molestias de las que debía librarse para que el Diablo estuviese orgulloso de ella.

     Respiró hondo, ensimismada. Luego visualizó la casa de su amiga, una típica limestone  construida en piedra dorada. Se situaba en medio de la campiña inglesa, en la comarca de las Cotswolds. Vio con la mente The Rollright Stones  y Whispering Knights, monumentos megalíticos de la época neolítica que se hallaban muy cerca. Así, se impregnó del aura mágica para que le resultase más sencillo desplazarse. Recordó cuánto había disfrutado al recorrer en las proximidades la Villa Romana de Chedworth —de la época imperial— y cuyos mosaicos todavía conservaban un ápice de su antiguo esplendor.

     Poco a poco se centró en los detalles minúsculos de la vivienda de los padres de Brooke. En la piedra suelta del caminito, en la suavidad y en el perfume de las rosas de Austin del jardín, en el aroma a tarta de frambuesa que se olía al traspasar la entrada... Y cuando los abrió se había desplazado hasta el límite del pequeño bosque de robles situado justo enfrente.

     «¿Estará Robin Hood también por aquí?», pensó irónica, porque era consciente de que ni siquiera este personaje mítico —de haber existido— podría frenarla. Su determinación era irrevocable. Se sentía tan letal y tan inclemente como un huracán de fuerza seis. O igual que un terremoto de magnitud diez.

     Pero justo cuando avanzaba hacia la construcción, un hombre apareció de la nada y le gritó:

—¡No lo permitiré, engendro!

     A continuación la cogió entre los brazos como si fuese una pluma, y, por medio de la utilización de fuerza sobrehumana, la lanzó contra el muro que delimitaba la arboleda de las pequeñas casas.

Satanás. La tentación del mal (novela terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora