Capítulo 13. La caída de Brooke. ⛧

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«Cuando soñamos estamos más cerca de la esencia de nuestra naturaleza»

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«Cuando soñamos estamos más cerca de la esencia de nuestra naturaleza».

David Fontana[1]

(1934-2010).

Satanás le acarició a Mary el rostro mientras dormía —exhausta— pegada a él. El agotamiento era normal, pues todavía se encontraba en una fase de transición entre humana y diablesa. Y la transformación requería demasiada energía.

     A esto se le sumaba que acumulaba numerosas funciones teatrales y cientos de maratones sexuales sobre la espalda. Le delineó con ternura la nariz y la chica, dormida, se le acurrucó más y le ronroneó como una gata mimosa. Una sensación cálida recorrió al Señor Oscuro por entero y lo inundó de felicidad, pero no supo qué nombre darle.

     «Es tiempo de echarle la caña a Brooke y de que ella muerda el anzuelo, pero ¡cuánto me cuesta!», se repitió por enésima ocasión. Prefería recrearse en estos momentos mágicos con su amante antes que retomar un cometido que le pesaba más que el hormigón de todo un rascacielos. Retrasaba el cumplimiento de esta obligación desde hacía dos semanas, al punto de que Mary lo pinchaba con el argumento de que la oportunidad idónea se desperdiciaría.

     Y lo peor era que en el fondo le daba igual, le dolía malgastar las horas en la sosa de Brooke, aunque su vida fuese infinita. Se sorprendió al percatarse de que las entrañas le pedían que se olvidara de ser el brazo ejecutor de la justicia infernal contra la pupila de su eterno enemigo. Por segunda vez en la noche fue incapaz de comprender la razón, porque antes nada ni nadie había sido más importante que causar el mal.

     El reloj de pared indicó las tres de la madrugada —«La hora del Diablo»—, y Satanás, como era lógico, se sintió hiperactivo. No se trataba de ningún cuento de ancianas, pues el velo que separaba a los vivos de los muertos se hacía igual de delgado que una hostia y los demonios y los fantasmas campaban a sus anchas entre un mundo y otro. Animado por las campanadas del cucú, efectuó un esfuerzo sobrehumano para no defraudar a su amante.

     Se centró y borró todo pensamiento y cualquier tipo de consideración que no fuese introducirse en los secretos de Brooke, que ahora descansaba próxima a ellos en la misma residencia. Porque ¿acaso existía una forma más profunda de conocer a la muchacha que analizar sus sueños? Ahí se hallaba la representación que ella elaboraba de sí misma y sin los filtros que existían cuando estaba despierta. No había sitio más provechoso donde conocer las preocupaciones, los miedos y las necesidades. Los sueños constituían la huella digital de su personalidad. Y Satanás sabía a la perfección cómo interpretarlos. En muchas oportunidades había recurrido a este sistema y se divertía al interactuar dentro de ellos. Y ahora que estudiaba actuación sería más imaginativo que antes.

     El despertador lo aguijoneó al dar las tres y treinta y tres marcadas en color rojo infernal. Y permitió que de la boca le saliera una pequeña partícula de sí. Se trataba de un humo gris claro —consistente— y que olía a dióxido de azufre. Vio —con los ojos cerrados— cómo la pequeña nube escapaba de la habitación y el modo en el que reptaba por los pasillos desiertos con la velocidad de una serpiente de cascabel cuando perseguía a su presa después de haberle inoculado el veneno. Acto seguido se enfocó en la forma en la que se escurría por la pequeña ranura de debajo de la puerta de Brooke y en cómo flotaba hasta la cama donde la joven reposaba en calma. Tanto ella como la habitación olía a jazmín. Se quedó inmóvil un par de segundos y a continuación se le introdujo por la nariz hasta llegar al cerebro. Y la muchacha no se inmutó pese al hedor que desprendía.

Satanás. La tentación del mal (novela terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora