Capítulo 30: La prueba decisiva

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En ese mismo instante, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Rosaline, como era de esperar, sin ninguna emoción en el rostro, me llevó hasta la sala sin vacilar y ni siquiera pude despedirme de mis amigas. Recorrimos un largo pasillo, donde médicos y enfermeras salían y entraban apresuradamente de las habitaciones y entramos en un ascensor. De él salió un chico rubio, muy apurado, con muchas cajas a rebosar de medicamentos que le cubrían ambas manos. Las puertas se cerraron y Rosaline pulsó un botón que nos llevó a la tercera planta. Recorrimos otro pasillo, aún más largo que el anterior, y entramos en la última estancia. La habitación número 53 era una sala mediana, con una cama en el centro, una mesita al lado y una pequeña ventana desde la que se podía ver el centro de la ciudad. Estaba tumbada en la cama, esperando a que los médicos vinieran, mientras los nervios se apoderaban de mí. ¿Tendría mi madre razón al asegurar que mi parálisis podría curarse, o al menos, reducirse? ¿Se equivocaba Bartolomé de la Peña en su libro? ¿Los médicos que al nacer yo, dijeron que no había cura posible, estarían en lo cierto? Sólo había una manera de saberlo, y era enfrentarme a esta operación. Así que, decidida, seguí esperando mientras intentaba controlar los nervios. Al cabo de un momento, llegaron tres médicos, con su uniforme azul marino y una mascarilla que les tapaba el rostro. Y tres enfermeras, entre ellas, Rosaline. Para animarme un poco intenté pensar en mis amigas, que, sin ellas, nada de esto sería posible. En Pedro, que desde que llegué al colegio siempre me había ayudado, y fue el que me robó mi primer beso. En mi padre, que aunque no me prestara atención desde la muerte de mi madre, se había molestado en cuidarme. Y también, en mi madre, que seguro que si estuviera aquí me estaría apoyando. No sé si fue mi imaginación, pero durante un segundo, noté su presencia y me sentí más protegida. Sin darme cuenta, me pusieron una mascarilla que me tapaba la nariz y, de repente, todo se volvió oscuro.
Me encontraba en el jardín de mi cabaña, columpiándome en un columpio de un solo asiento, que se encontraba un poco oxidado y chirriaba al balancearse. Mi silla de ruedas no se encontraba allí , y podía moverme sin ninguna dificultad. Sólo me veía los pies, descalzos, y las manos sujetando las cadenas del columpio. Llevaba un vestido azul que me resultaba familiar, bordado con encaje blanco en los bordes de la manga. No parecía tener doce años, sino cinco aproximadamente. Desde allí se podía ver un prado cubierto de coloridas flores, y, a los lejos, un denso bosque formado por tupidos árboles, tal y como yo lo recordaba. Alguien empujó el columpio suavemente, y me balanceé hacia delante. Riéndome, me giré hacia atrás, y pude ver a mi padre, mucho más joven; con una barba morena de tres días y con una sonrisa que le surcaba el rostro y que no denotaba ninguna preocupación; hacía tiempo que no lo veía así. Volvieron a empujarme, y me volví a girar hacia atrás, pero esta vez hacia la derecha, mientras una risa infantil rompía el silencio. Pude ver a mi madre, como siempre la había recordado; con esos ojos verdes esmeralda, ese pelo largo y rubio suelto, que ondeaba bajo la brisa y esa sonrisa tan sincera. De repente, me resbalé y caí del columpio hacia atrás, y un dolor insoportable me recorrió la espalda.
Abrí los ojos lentamente, y recordé que seguía en el hospital. Ese sueño tan bonito que parecía tan real, se desvaneció tan pronto como apareció. Estaba tumbada en la cama, con la ropa del hospital y con la manta blanca cubriéndome hasta la cintura. Me dolía un poco la cabeza y notaba la espalda molesta, por lo que deduje que ya me habían introducido la Estimulación Epidural en las estructuras posteriores de la médula espinal lumbar. Miré hacia la ventana, hacía un día soleado y se podían distinguir las amplias calles y los coches circulando al igual que siempre. Tocaron a la puerta, y pude ver cómo la cabeza de Sofía asomaba tímidamente, sonrió al verme.
-¡Clara! ¡Menos mal que te has despertado, estábamos preocupadas!- exclamó mientras se acercaba.
-¿Cómo estás?- preguntó Coral, que también venía a verme.
Se sentaron en dos sillas blancas al pie de mi cama.
-¡Hola chicas!- dije alegrándome al verlas. Y extendí las brazos para darles un fuerte abrazo. Me duele un poco la cabeza y tengo la espalda molesta, pero por lo demás estoy bien.
-Me alegro.- dijeron al unísono.
-Los médicos han dicho que la operación ha salido según lo previsto, ya sólo queda ver cómo responde tu cuerpo a los ejercicios de la terapia que te harán durante todo un mes.- dijo Sofi.
-Seguro que todo saldrá bien.- dijo Coral intentando animarme. Estábamos muy preocupadas, la operación duró una hora y media y durante ese tiempo no sabíamos nada de ti.
Les conté mi sueño, y durante unos minutos permanecí callada. Un recuerdo se iluminó en mi mente : Me acordaba de ese columpio, que al morir mi madre, mi padre mandó quitarlo, para tener un recuerdo menos de ella y de los momentos que pasamos allí. Me acuerdo que mi madre me sacaba con cuidado de la silla, se sentaba sobre el columpio y me colocaba en su regazo. Me sostenía con fuerza y mi padre nos empujaba suavemente, los tres reíamos. Mi mente había modificado ese recuerdo real y lo había convertido en un sueño, en el que la única diferencia que había, era que podía moverme.
-¿Clara?- preguntaron mis amigas. ¿Qué te pasa? ¿Llamamos a la enfermera?
-No, no, tranquilas... es sólo que... había recordado...
La puerta de nuevo se abrió y entró Pepe, con expresión preocupada.
-¡Clara! ¿Cómo te encuentras?
-Bien, gracias.
- He hablado con tu padre, y le he contado que por un asunto personal necesitas quedarte aquí un mes más. Le he dicho que mañana le llamarás y le explicarás todo. Ya ha pagado los gastos, yo me quedaré aquí contigo- dijo Pepe.
-Gracias Pepe, mañana le llamaré sin falta.- dije sonriéndole con gratitud.
Se despidió con la mano y salió de la habitación. Miré a mis amigas y las noté nerviosas; Sofía se removía inquieta en el asiento y Coral se mordía las uñas.
-  ¿Os pasa algo?- les pregunté.
- Pues bueno... es que teníamos que decirte...- dijo Coral, pero no sabía cómo continuar, así que miró a Sofía pidiéndole ayuda.
-Que...- continuó Sofía- mañana por la mañana salimos del aeropuerto hacia León.- dijo de carrerilla.
Me quedé asimilando las palabras.
- Sí bueno... es que ayer llamé a mis padres y me dijeron que dentro de dos días nos vamos de crucero a Grecia, y que tenía que irme con ellos.- explicó Coral mirando al suelo.
-Yo tengo que volver porque tengo que cuidar de Freddie, mi hermano pequeño, ya que mis padres están muy atareados trabajando en el hotel.- dijo Sofi.
Intenté disimular la tristeza que me embargaba por dentro, estar un mes sola en un hospital no iba a resultar nada llevadero si mis amigas no estaban conmigo. Sonreí de manera forzada.
-No os preocupéis, ya me habéis ayudado bastante acompañándome hasta aquí y sé que habéis hecho mucho por mí.
Las dos sonrieron de manera triste.
- Ahora nos tenemos que despedir, tenemos que hacer las maletas y preparar todo.- dijo Sofía apenada.
- Te mandaremos mensajes todos los días e intentaremos hacer videollamadas. Ya verás que un mes se te pasa muy rápido y sobre todo cuando estás recuperando movilidad.- intervino Coral.
-Seguro que cuando te veamos, apenas te reconoceremos.- volvió a decir Sofía sonriendo.
Se acercaron a mí y me abrazaron.
-Os echaré mucho de menos.- dije sin soltarlas.
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