Un rayo de sol me iluminó el rostro. Abrí los ojos lentamente recordando donde estaba y me incorporé ligeramente mientras un agudo dolor me recorría la espalda, justo donde se había realizado la operación. Miré por la ventana, hacía un día soleado y calculé que debían de ser las diez y media. Me acordé de mis amigas; llevarían unas dos horas en el avión y todavía les quedaban diez más para llegar a León. Seguramente Sofía estaría escuchando música e intentando olvidarse de su temor a los aviones y Coral estaría durmiendo, como no.- pensé mientras se me escapaba una sonrisilla nostálgica. De repente, me puse seria y me pregunté si la operación habría salido correctamente y si dentro de un mes, después de la rehabilitación, se notaría el progreso . Adentrada en mis pensamientos, no noté que alguien entraba silenciosamente en la habitación, hasta que sentí un líquido caliente sobre mi regazo.
- ¡Oh no! ¡Sorry!- dijo una voz masculina que me resultaba familiar.
Me giré y me encontré con unos ojos verde esmeralda que miraban apurados mi camisón empapado de leche. No me podía creer que aquel chico rubio que tanto había ocupado mis pensamientos durante los últimos días se encontrara delante de mí por arte de magia. De repente me sentí avergonzada, llevaba un camisón de hospital y con mi pelo revuelto no podía presentar muy buen aspecto.
-¡Oh, eres tú!- dijo en inglés mirándome sorprendido. ¿Qué haces aquí?
- Pues... me operaron ayer para... intentar recuperar movilidad.- respondí también en inglés.
Miró la silla de ruedas que había al lado de mi cama y lo comprendió.
-Ah, claro.- dijo nervioso. Por cierto, la otra vez no nos presentamos, me llamo Jake.
-Yo Clara.
-Bonito nombre.- dijo sonriéndome.
Me sonrojé y desvié la mirada.
-Disculpa, es que se me ha resbalado la taza. Voy a llamar a Rosaline para que te traiga ropa limpia y mientras te traigo más leche.
-Vale.- respondí sin saber qué más decir.
Al cabo de un rato, ya vestida, me quedé pensando en lo que acababa de ocurrir mientras esperaba a que Jake me trajera el desayuno. ¿Qué hacía Jake allí? Unos minutos después, regresó con una bandeja azul que dejó en la mesita de al lado. -¿Jake, estás seguro de que esto es... el desayuno?- pregunté confundida.
-¿Nunca has probado el desayuno tailandés?- preguntó mientras se sentaba en la silla de al lado.
Negué con la cabeza. Como desayunábamos en el bufete del hotel, siempre podíamos elegir lo que quisiéramos, y nunca me había fijado en la comida tailandesa.
-Pues el típico desayuno tailandés consiste en este bol de arroz llamado Jok, y en este plato con pollo cocido, ajo, soja, jengibre, gambas, huevo y pepinillos en vinagre.Asentí con la cabeza extrañada.
-Qué raro, más bien parece una comida en vez de un desayuno, pero lo probaré.
A pesar de todo, me sorprendió su sabor, y me comí hasta el último bocado con avidez.
-Por cierto, ¿qué haces aquí?- le pregunté con curiosidad.
-Por las mañanas ayudo aquí a mis tíos en el hospital, al fin y al cabo, llevan seis años ocupándose de mantenerme. Y por las tardes suelo irme a la playa a dibujar, o simplemente paseo por la ciudad.
-¿Tus tíos?- pregunté confundida.
-Rosaline y el jefe del hospital. Según tengo entendido, fue uno de los médicos que te operó.- respondió Jake.
Me acordé de los médicos con uniforme azul marino y con mascarilla que les tapaba el rostro.
-Ah... ya entiendo. ¿Pero tú no eras de Inglaterra?
Se sintió incómodo y no dijo nada.
-Perdóname, lo siento, me he pasado preguntando.- dije agachando la cabeza.
Se quedó pensando, como dudando si contarme una cosa o no, y al final habló:
-A ver... nunca le he contado esto a nadie pero... me apetece desahogarme y creo que tú eres la persona adecuada.- dijo con su perfecto acento inglés.
Sonreí sonrojada y él prosiguió:
-Yo vivía en Inglaterra con mi familia. Mis padres eran muy alegres y muy enérgicos, y no tenían necesidad de trabajar, puesto que al morir mis abuelos maternos, obtuvieron una gran herencia. Mis abuelos eran gente muy adinerada, y toda su herencia le correspondía a mi madre, ya que sólo tenían una hija y quisieron dárselo todo a ella. Esto les vino de perlas, puesto que mis padres querían pasarse toda la vida recorriendo el mundo y viviendo nuevas experiencias. Se conocieron en un safari en África, y no era de extrañar que acabasen siendo pareja, porque los dos querían lo mismo en la vida. Finalmente se casaron en Las Vegas, prometiéndose el uno al otro que morirían juntos recorriendo el mundo. Inesperadamente, mi madre se quedó embarazada. No querían tener hijos, pero no estaban a favor del aborto. Así que, durante los últimos meses de embarazo, regresaron a Inglaterra y dio a luz a dos mellizos. Uno era yo, y la otra era mi hermana Jennifer. Mis padres contrataron a una cuidadora que se ocupaba todos los días de nosotros y, mientras, ellos se fueron otra vez a recorrer mundo, como si no tuviesen dos hijos a los que cuidar. Mi hermana era una niña rubia de ojos azules, muy guapa. Siempre nos habíamos llevado bien, ya que sólo nos teníamos el uno al otro, porque la cuidadora sólo se encargaba de cumplir su trabajo y no nos tenía cariño alguno. Por eso, prácticamente, jugábamos todos los días juntos. Pero hubo una época, a los seis años, en la que no tenía tantas ganas de jugar y la mayor parte del tiempo lo pasaba durmiendo. Yo creía que se había cansado de mí o que simplemente se había vuelto muy dormilona, pero lamentablemente no fue por eso. Con frecuencia se ponía enferma, pero una noche, todos nos despertamos. Jennifer tenía mucha tos, fiebre alta y empezó a sangrarle la cabeza de forma alarmante sin haberse golpeado. Rápidamente la ambulancia se la llevó al hospital más cercano, y le detectaron leucemia mieloide aguda. Desafortunadamente, se trataba de una enfermedad muy grave que tenía que ser tratada cuanto antes, porque se propagaba muy rápido. Jennifer había mostrado los síntomas anteriormente; falta de apetito, cansancio, fiebre, sudores nocturnos, hemorragias... Por eso, para mi pesar, ni yo ni la cuidadora habíamos sospechado los más mínimo, sólo creíamos que tenía más propensión a ponerse enferma. Llegamos demasiado tarde, Jennifer murió sin remedio una hora después. Yo me quedé destrozado, sólo tenía a mi hermana y siempre nos habíamos apoyado en todo. Mi vida siempre había girado en torno a mi melliza, cuyo cuerpo se encontraba sin vida en la cama del hospital, no me lo podía creer. Nunca me perdonaré que no me percatara de sus síntomas y que no la hubiera protegido. Al enterarse, mis padres pretendieron viajar a Australia para asistir al funeral, pero una tormenta complicó el vuelo, y el avión desapareció sin dejar rastro. Literalmente, de la noche a la mañana, me quedé huérfano, y me mudé aquí con la única familia que me quedaba. Rosaline, la hermana de mi padre, detestaba a mis padres desde el momento en que nacimos. Era normal, no entendía cómo no cuidaron a sus hijos y dejaron a unos recién nacidos con una cuidadora. Yo la entiendo, yo también odio a mis padres, si no fuera por ellos seguramente la persona que más me importaba en el mundo estaría aquí conmigo. Por eso, mis tíos no se han animado a tener hijos y me tienen un poco de manía por tener algo que ver con mis padres. Apenas me hacen caso, sólo me dan cobijo y me alimentan, por eso me exigen que haga algo útil y que ayude en el hospital. Pero bueno, es el único lugar que me queda, aunque me sienta solo y cada día me reproche no haberla protegido como es debido. -se le quebró la voz en la última palabra y se marchó sin darme tiempo a contestar. Su historia me dejó muy impactada, y sentí lástima por él. Siempre había pensado que aquel atractivo chico de ojos verdes, tenía una vida muy llevadera en la maravillosa Tailandia. De repente, supe que los dos teníamos algo en común; habíamos perdido a un ser querido ( en su caso a tres) que formaba un pilar esencial en nuestra vida, y, a partir de ahí, nuestra vida había cambiado radicalmente.
ESTÁS LEYENDO
El sueño de Clara
AcakMe llamo Clara y soy una niña en silla de ruedas. Los médicos me dijeron que no podría volver a andar, pero yo sí lo creo.