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-De esta forma tendrás el tema más organizado y podremos repasarlo desde aquí si alguna vez no traes el libro. ¿No te parece mejor?
-Si, seño. -Contestó una voz infantil.
-Uhm... Me parece que muy convencido no lo dices.
-Es que es más trabajo. Tengo que resumir el tema y después pasarlo a limpio en la libreta. Es aburrido.
-Los estudios son aburridos. Pero quieres llegar a ser tan inteligente como tu padre, ¿verdad?
-¡Claro!
-Pues tu padre tuvo que aprender mucho. Es mejor empezar ya. ¿No has visto que tu padre lo tiene siempre todo organizado y lo hace todo a su tiempo?
-Sí.
-Pues eso tienes que aprender a hacer.



El claxon del coche hizo que los dos miraran a la ventana. El pequeño saltó de la silla y se encaramó en el escritorio para asomarse a la ventana.



-¡Es mi padre!
-Si, ya sé que es tu padre. Bájate de ahí, Edward. Te puedes hacer daño.
-No pasa nada, Emilie. -Tranquilizó. -¡Papá! -Gritó abriendo la ventana y asomándose.


Emilie se asomó y observó cómo James el padre de Edward, levantaba la cabeza hacia ellos y saludaba a su hijo con la mano mientras que, para ella, fruncía el ceño. Se aproximaba otra pelea entre ellos.


Ella suspiró y recogió los materiales que había usado ese día para explicarle a su alumno sobre los deberes y tareas a hacer y se colgó el bolso en el hombro. Cogió su chaqueta y salió de la habitación reservada para juntarse ellos dos todos los días.


-Emilie, ¿esto es para mañana?
-Sí, Edward. Mañana te preguntaré sobre el tema. Recuerda que el examen es el jueves.
-Vaale... -respondió subyugado.
-Vamos, no es para tanto. Seguro que tu padre tiene ahora trabajo.
-¿Y sí te quedas más tiempo?
-¿Más? Vengo todos los días casi 7 horas, ¿no te cansas de mí?
-Si me mandas a hacer muchos deberes sí, pero si te quedas más horas cuando está mi padre podemos hacer otras cosas.
-No trabajes de Cupido, Edward. -le dijo revolviéndole el pelo.
-¿Quién es Cupido?
-Mejor que no lo sepas... -Contestó bajando las escaleras.



James Maslow estaba esperándole ya al final de las escaleras y cogió en brazos a Edward en cuanto éste saltó los escalones hacia él. Lo elevó por encima de su cabeza y empezó a dar vueltas haciendo que gritara de emoción.



-¿Cómo te has portado hoy hombrecito?
-¡Bien! pero Emilie me ha dejado muchos deberes.
-¿De verdad? -Preguntó mirando a Emilie.
-Los necesarios. -James arqueo una ceja.
-Ya la has oído. Los necesarios. ¿Has merendado?
-¡Sí! ¡Hoy Emilie ha hecho galletas! ¡Han salido riquísimas!
-¿Si? Tengo que probarlas.
-¡Voy por ellas! -saltó de los brazos de su padre y salió corriendo.



Emilie lo siguió con la mirada hasta perderlo. Era increíble la energía que tenía el pequeño. Estaba en segundo de primaria y tenía siete años pero a menudo se comportaba como una persona mayor.


Se volvió hacia James y vio que tenía el ceño fruncido. No recordaba haber hecho algo malo así que prefirió no darse por entendida.


-Ya que está aquí yo me voy... -comentó dándole la espalda y caminando hacia la puerta.
-Creí haberte dicho que no quería a mi hijo asomándose a la ventana.
-No le ha pasado nada. Si usted suena la bocina del coche cuando llega entonces es normal que quiera saludarlo.
-¿No puedes controlarlo?
-No se trata de controlarlo señor Maslow. Se trata de darle rienda suelta hasta un límite. Lo tenía sujeto por detrás, por si quiere saberlo. -Contestó intentando mantener un tono educado.
-Preferiría que no volviera a pasar.
-En eso estamos de acuerdo. Así que, o bien usted deja de tocar el claxon cuando llega, o habla con su hijo. -Le lanzó.
-¿Dejar de...? ¡Si toco el claxon es para avisarte!
-Conozco el motor de su coche, no es necesario que me avise. Es muy amable por su parte, pero no porque llegue antes voy a irme sin haber cumplido todas las horas por las que me paga.



James fue incapaz de replicarle. Sin duda era la mejor profesora particular que había podido encontrar a pesar de su juventud. Y quizás por eso era que había llegado hasta Edward y éste estaba comenzando a portarse de nuevo como el niño que era.


Observó el lenguaje corporal de Emilie. Estaba a la defensiva como cada vez que tenían una discusión. Conocía bien el lenguaje corporal de las personas pues se ocupaba de dirigir una empresa de seguridad y había estado en el ejército tres años.


-Está bien, lo lamento. Hablaré con mi hijo para que no vuelva a hacerlo y dejaré de tocar el claxon cuando llegue. ¿Contenta?
-Yo no. Pero si usted lo quiere así...


Abrió la boca para decirle algo pero... ¿qué?


-Si no le importa, me voy ya. -Dijo abriendo la puerta y cerrándola tras de sí.
Gritó de frustración. Esa mujer siempre le sacaba de sus casillas.


+±+


Cerrada la puerta y puesto un muro entre ella y él, Emilie gritó de frustración. Ese hombre hacia que quisiera darle un buen puñetazo.

Una clase de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora