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-¿Ya se ha ido? -Preguntó Edward.
-¿Eh? Si. Emilie ya se ha ido. -Contestó volviendo en sí.

Por un momento su mente había volado hacia las cosas que quería hacerle por sacarle de sus casillas, y no todas ellas eran dolorosas.

-Pruébalas papá. Verás cómo son buenas.


James cogió del plato una galleta con aspecto de estrella y se la metió en la boca. Nada más tocarla la lengua el sabor de la misma le hizo gemir de gusto. No estaban buenas, eran exquisitas.



-¿Las ha hecho ella?
-Mientras hacia los deberes. Tenemos que hacer la compra porque no hay nada de comer.
-¿De verdad? -Preguntó yendo a la cocina. Por el camino cogió un puñado de galletas y fue comiéndoselas.
-¡Papá, deja alguna para mí!


Se echó a reír y le revolvió el pelo. Llegados a la cocina abrió el frigorífico y echo un vistazo.


-Tienes razón... vamos a hacer una lista y lo compramos todo.
-Emilie dice que compremos vainilla en polvo.
-¿Para qué?
-Dice que las galletas salen mejor con eso. ¿Podemos comprar?

James miró a Edward. Estaba feliz porque volviera a ser su niño.

Cuando tenía cinco años él y su mujer, Helen, tuvieron un accidente de coche. La madre de Edward protegió con su cuerpo al niño para que no le pasara nada pero ella falleció a causa de eso.


Desde ese entonces su hijo apenas hablaba y no se comportaba como un niño de su edad. A pesar de los intentos de él por hacerle llevar una vida lo más normal posible, un año más tarde acabó rendido y buscó ayuda para cuidar de su hijo por las tardes mientras él trabajaba.


Entrevistó a muchas candidatas junto a Edward con la esperanza de que alguna le gustara. Pero no fue así; permanecía en silencio sin moverse ni pronunciar palabra cuando le hacían alguna pregunta.


Cuando Emilie entró en su despacho, la primera impresión fue que no pensaba contratarla. Iba con uno vaqueros negros ajustados a sus piernas y caderas y una camisa blanca con los primeros botones desabrochados que dejaban entrever algo de su escote y escondía a la vez sus pechos. En la mano tenía un chaquetón marrón oscuro largo que hacía juego tanto con su pelo castaño oscuro como con sus ojos.


Llevaba el pelo recogido en una coleta de caballo pero, aún así, el pelo le cubría toda la nuca.
Era alta aunque no tanto como él y tenía curvas, las suficientes para que su feminidad fuera palpable con la vista solo. Porque su hijo estaba delante que, si no, hubiera saltado hacia ella con otras intenciones.


Flashback

-Siéntese señorita por favor.
-Gracias señor Maslow. Pero prefiero que me llamen Emilie.
-Como quiera.
-Gracias.
-¿Podríamos empezar la entrevista?
-Claro, estoy esperando que el jovencito de su derecha empiece a preguntarme lo que quiera. ¿Usted se quedará a observar?
-¿Perdón? -No podía dar crédito a lo que escuchaba. Su hijo también levantó la cabeza y la miraba como si no pudiera creerlo.
-Si obtengo el trabajo pasaré casi veinte horas semanales con su hijo, ¿no debería tener algo que decir?
-Por eso está él presente. -Gruñó sin poder evitarlo.
-Pero si es usted quien dirige la entrevista, ¿cómo va a poder hacer él cualquier pregunta que quiera?
-¿Cómo se atreve a...
-Papá. -Cortó Edward. James lo miró sorprendido porque acabara de hablar. -¿Puedo hacerlo?
-Sí.
-Soy Edward Maslow.
-Hola Edward. -Saludó con una sonrisa sincera. Hasta el mismo James contuvo las ganas de sonreír también. -Soy Emilie.
-¿Cuántos años tienes?
-¡Edward! -Recriminó su padre con el rostro descompuesto. -¡Eso no se le pregunta a una mujer!


La risa de Emilie hizo que los dos la miraran.


-Lo siento; no pasa nada. No me importa. Tengo 21 años.

James la observó de nuevo. Tenía cinco años menos que él y se notaba en su juventud y en esos ojos color chocolate que tenía.


-¿No estudias?
-Por el día. La carrera de Maestra en educación primaria. Voy a la universidad de vez en cuando pero mis notas son altas; si quieres puedo enseñarte mis asignaturas.
-No es necesario. -Intervino James.
-¿Qué harás conmigo por las tardes?
-Pues primero los deberes. Te ayudaré a hacerlos pero solo si no eres capaz de hacerlos tú. Se supone que estoy para ayudarte, no para hacer los deberes por ti.


James arqueó las cejas ante esa respuesta. Por supuesto que quería una maestra que lo ayudara pero no que le hiciera los deberes y ninguna de las anteriores candidatas había sido tan sincera.
El resto de preguntas que le hicieron tanto Edward como él fueron respondidas sin titubeos ni dudas. Al final, al ver a su hijo animado conversando con ella le hizo tomar la decisión correcta.
Después de casi dos años juntos su relación era casi estable aunque para su gusto era demasiado permisiva con su hijo y más de una vez habían tenido discusiones por ello. La última unos minutos antes. No se quejaba por las notas que sacaba porque eran más que perfectas pero si de que le dejara hacer cosas que él jamás pensaría en dejarle (como poner cojines a lo largo de la escalera y deslizarse con un trozo de cartón por toda ella; o la vez que los encontró jugando a los videojuegos y estaban compitiendo para ver quién de los dos golpeaba más veces al otro sin que cayera al suelo; o esa otra vez... eran demasiadas para recordarla todas).


Fin del flashback.


-Papá... ¡papá!
-¿Si Edward?
-¿Por qué siempre que se va Emilie te quedas embobado pensando en tus cosas?
-¿Cómo dices?
-Que es ver a Emilie y te olvidas de que existo. -Dijo algo enojado.


James lo cogió en brazos y lo abrazó.


-Nunca podría olvidarme de ti, hombrecito. Y ahora qué me dices, ¿nos vamos de compras?
-¿Podremos comprar la vainilla?
-Si... compraremos la dichosa vainilla. -Claudicó al fin.

Una clase de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora