1. El comienzo

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Desde hacía semanas que en las noticias, durante unos cinco minutos, mostraban información acerca de un meteorito, y que este, cada vez, se acercaba más a la tierra. Primero dijeron que pasaría a unos kilómetros de nuestra atmósfera. Luego que rozaría nuestra atmósfera, y finalmente, que aparentemente nos chocaría, pero que nos quedáramos tranquilos porque muy probablemente se desintegraría. En ese tiempo, yo estaba en mi último verano antes de entrar a la universidad, haciendo un curso en la cruz roja, y saliendo de fiesta con mis amigos cada vez que podía. Esa noticia no rondaba por mi mente, ni por asomo.

Pero entonces llegó el día. El día en que el meteorito penetró nuestra atmósfera. Los noticieros transmitían en directo las grabaciones, y se veía como a una velocidad vertiginosa se acercaba, grande y sin desintegrarse, directo contra la tierra.

El meteorito impacto a las siete cuarenta y dos de la tarde. Afortunadamente, se estrelló en el polo sur, lejos de las colonias y de la poca civilización que había en el lugar. En milisegundos la electricidad se cortó, y una especie de zumbido nos dejó a todos aturdidos, con vértigo y mareados, lo que de cierta manera, nos incapacitó.

A duras penas volví a mi hogar, ya que ni la electricidad ni los vehículos funcionaban. Tampoco los teléfonos. Cuando llegue a mi hogar, mi madre tenía prendida unas velas, y estaba junto con mi hermana pequeña, Sarah, sentada en el sillón de la sala de estar. Mi madre le leía un cuento. Mi padre y mis dos hermanos estaban afuera, observando el motor de la camioneta que teníamos. El mareo aún me afectaba, y me sentía algo afiebrada, por lo que me recosté junto a mi madre y la abracé. Ese es mi último recuerdo de aquel día.

Durante la madrugada, desperté por los vómitos incontrolables de mi hermana pequeña. Todos estábamos preocupados. Eran las tres de la mañana, y aun no volvía ni la electricidad ni los teléfonos, pero podía sentir que algunos autos pasaban por fuera.

A las siete de la mañana, la electricidad volvió, y podíamos ver algunos noticieros, pero los teléfonos aun no funcionaban. Sarah había empezado a tener fiebre, treinta y ocho coma tres grados.

En los noticieros, comentaban que el impacto del meteorito había provocado una especie de onda que había provocado los cortes de electricidad, la caída de la señal satelital y la detención de los motores, y que había afectado a todo el mundo por igual. Primero especulaban que era un pulso electromagnético, luego una onda de ultrasonido. La verdad, es que hasta el día de hoy no se sabe de qué fue exactamente el pulso, o no lo quieren decir.

A las siete y treinta y cuatro minutos, Sarah tenía treinta y nueve coma cinco grados de fiebre. Mi padre llamo a su mejor amigo, nuestro vecino, el señor Pratt, que además tenía un alto cargo en la comisaría local. El señor Pratt llevo a mis padres y a Sarah al hospital en su auto policial. Mis hermanos y yo nos fuimos después en la camioneta, junto con Noah, el hijo del señor Pratt.

La radio de la camioneta transmitía que hubo algunos disturbios en el centro de la ciudad, y que algunas personas se habían reportado en el hospital por fuertes dolores de cabeza, vómitos con sangre y mareos. Luego, la noticia que me heló la sangre. Se reportaba que a las cinco y cero dos de la madrugada había muerto la primera persona debido al pulso. Había especulación, algunos decían que no era por el pulso en sí, que era el terror de lo que había pasado lo que provocó la muerte de aquel hombre. Otros decían que el pulso era una onda que nos freía el cerebro y que íbamos a morir más del sesenta por ciento de la población. Mi hermano mayor, Jonas, corto por lo sano y apago la radio.

A las siete y cincuenta y tres llegamos al hospital. Corrimos los cuatro a la sala de emergencias. La sala de espera estaba llena de gente, pero no estaban mis padres, solo el señor Pratt. Mi otro hermano mayor, Harry, habló con una enfermera. Noah se quedó con su padre, y la enfermera nos condujo hasta un box de atención. Escuchaba que algunos del personal del hospital susurraban que mucha gente afuera iba solo por miedo y un poco de mareo. Pero Sarah no venía por eso.

The PulseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora