Capítulo 23 - Vuelta a casa

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Media hora después de salir de casa de Tom, aún en el taxi debido al tráfico de Londres, y tratando de sofocar mis sollozos para que el taxista no me oyera, recibí un mensaje al móvil.

Tom: No te lo he dicho antes... Espero que tengas un buen viaje...

Cierto, la despedida había sido muy breve, y en ese momento a penas nos habíamos dicho nada el uno al otro. Dolía demasiado, pero tenía que responderle.

Yo: Gracias Tom, por todo... Has sido un sueño hecho realidad, aunque por un breve instante.

Por mensaje todo era más sencillo, podía despedirme de él de una forma diferente, pensando cada una de las palabras y sin que sus respuestas me llevaran a cometer una locura. Me respondió, y yo me derretía con sus palabras.

Tom: Tú has sido una realidad en todo este sueño que es mi vida. Lástima que tenga que seguir soñando...

Yo: Yo también soñaré en la realidad a la que me dirijo. Soñaré que hubo un día en el pude hacer feliz a Tom Hiddleston.

Tom: Tal vez todavía puedas hacerlo feliz... Dependiendo de la realidad en la que despiertes...

Yo: Podría ser... Ahora mismo todo es una incógnita, y no sé dónde vaya a evocar... Pero pase lo que pase, seguiré soñando contigo.

Aquello era cierto, sabía que, aunque Raúl me perdonara, no olvidaría nunca aquellos días que había pasado en Londres. Pero eso era lo bonito de haber vivido una especie de sueño, que siempre se quedaría como un bello recuerdo, y la lucha interna que había tenido conmigo misma acabaría enterrada en lo más profundo de mis pensamientos.

Tom: Sueña entonces encanto... Pero espero que algún día pueda despertar a tu lado.

Yo: Dulces sueños Tom, te veré en ellos.

Leyó el mensaje y dejó de estar en línea. Me quedé embelesada, mirando el móvil y suspirando. Qué fácil era todo ahora, en la distancia, sabiendo que sólo eran anhelos que no se llevarían a cabo. Sabiendo que, dijera lo que dijera, no estaba ahí para caer en la tentación que tanto me había costado evitar. Y gracias a esos mensajes que podrían calificarse de ñoños, yo había dejado de llorar.

...

Llegué al hotel y, antes de nada, terminé de asearme con mis enseres y me cambié de ropa. Cuando ya estuve satisfecha con mi aspecto, me dispuse a recoger todas mis cosas, mirando muy cuidadosamente toda la habitación para no olvidarme de nada. Como todavía tenía tiempo antes de tener que ir al aeropuerto, dejé la maleta en la habitación y me fui a dar una última vuelta por Londres, pues después de todo lo que había pasado no tenía muy claro si volvería.

Me decidí por volver al Tower Bridge y dar una vuelta por aquella zona, por supuesto con mi cámara a cuestas para así aprovechar las últimas horas que me quedaban para fundirme con el resto de turistas, y así evitar que nadie se fijara en mí y me reconociera por las fotos del día anterior.

El paseo fue totalmente reparador. Me sentía más tranquila, como si todo lo que había pasado hubiera sido muy lejano. En ese momento no existían ni Raúl ni Tom, sólo yo y la ciudad. Aquella ciudad que me tenía tan maravillada desde la primera vez que la pisé. Y en ese momento, sentí una punzada de dolor, al recordar aquel primer viaje con Raúl y cómo descubrimos la cuidad los dos juntos.

Definitivamente, Raúl no se merecía mi comportamiento, pero Tom me atraía de una forma que hacía tiempo que no sentía. Costara lo que costara, tenía que arreglar las cosas con él, porque aunque lo de Tom había sido muy especial, no dejaba de ser, como ya le había dicho a él, un sueño, y yo seguía muy enamorada de mi marido. Haría lo imposible por revivir esa llama que por rutina se estaba consumiendo.

Inmersa en esos pensamientos, miré la hora y ya se estaba haciendo tarde, tenía que volver al hotel a por la maleta y hacer el check-in. Me dirigí hacía la parada de metro más cercana no sin antes coger un hot dog en un puesto callejero. Lo devoré rápidamente y entré en el metro.

Ya de vuelta en la habitación, cogí la maleta y bajé a recepción. Hice el check-in indicando a la recepcionista que me había surgido una emergencia y tenía que regresar a España antes. Como obviamente no me podía abonar los días que no iba a disfrutar de la habitación, me ofreció un descuento para la próxima vez que me alojara. Aunque no creía que fuera a utilizarlo, lo acepté, tal vez le podría servir a alguien que conociera.

La recepcionista también me hizo el favor de llamar a un taxi para que me llevara al aeropuerto. Aunque sabía que me iba a costar más que el transporte público, no tenía ganas de tanto jaleo. Ya sólo pensaba en llegar allí, pasar por seguridad y esperar sin más agobios a que saliera el avión para regresar a casa.

Quince minutos más tarde, ya estaba en el taxi rumbo hacía el aeropuerto. Como tenía tiempo de sobra hasta llegar al aeropuerto, decidí llamar a mi amiga Clara por si sabía algo de Raúl.

– Hola nena, ¿cómo estás? – respondió tan alegre como siempre.

– Hola Clara, estoy en el taxi ya hacia el aeropuerto. Esta noche llego a España.

– ¿Necesitas que vaya a buscarte? – se ofreció.

– No te preocupes, no quiero molestarte. Cogeré un taxi en el aeropuerto.

– Bueno, pero cualquier cosa me dices – suspiró, sabe que no me gusta pedir favores. – Por cierto, ¿cómo vas con Raúl?

– Mal Clara, muy mal. Ayer me dijo que no le encontraría en casa y me colgó el teléfono. No sé qué me encontraré cuando llegue esta noche... – sólo de pensarlo me aterraba.

– Bueno, sabes que tiene un carácter fuerte, pero te quiere mucho, acabará por escucharte.

– Espero que tengas razón – suspiré.

– Bueno, pero todavía me tienes que contar todo, así podré entender por qué Raúl está tan enfadado – me dijo con un risita.

– Ay... Ya te dije que te lo contaría cuando volviera.

– ¿Eso es mañana, por ejemplo?

– Clara, no sé cómo voy a estar de ánimos mañana – le contesté, con un tono de voz algo serio.

– Bueno, relájate nena, cuando quieras hablamos.

– Ok, ya te aviso con las últimas novedades. Hablamos en breve – le respondí.

– Vale, un besito.

– Besitos – y colgué.

Por la conversación, entendí que no se había puesto en contacto con él, y no había merecido la pena preguntarle. No se lo había querido confirmar, pero tal y como se presentaba el tema, tenía bastante claro que al día siguiente necesitaría quedar con ella para desahogarme, y mucho, pero en ese momento no quería pensarlo demasiado.

Llegamos al aeropuerto y al fin, después de facturar la maleta y pasar por el control de seguridad, pude esperar en la puerta de embarque hasta que llegara la hora de subir al avión. Aunque estuve casi dos horas allí sentada, pude entretenerme con un libro que había dejado en el bolso.

Por fin, llegó el momento de ponerse en la cola de embarque y subir en el avión. Me esperaban prácticamente dos horas más de viaje. Afortunadamente, como era tarde y estaba agotada, caí rendida y no desperté hasta el momento de aterrizar. Había vuelto a casa.

De verdad es usted, Mr. Hiddleston?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora