Capítulo 26 - En mi casa

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— Natalia, deja que te ayude — me dijo, al verme con las bolsas de la compra. Era tan caballeroso...

— Hola Tom... no te preocupes — pero mientras hablaba, ya me había quitado una bolsa de la mano, y me estaba regalando la mejor de sus sonrisas. — ¿Qué haces aquí? — le pregunté, con un tono más serio, pues podía vernos cualquiera.

— Pues... ya hemos terminado las funciones de la obra, y como ahora tengo unos días libres, me ha parecido oportuno venir a ver cómo estabas.

— Anda, sube conmigo — le dije poniendo los ojos en blanco. — No me gustaría que nadie nos viera.

Sonrió, y yo abrí la puerta del portal y entró detrás de mí. Subimos en el ascensor en silencio, y después entramos en mi piso. Dejamos las bolsas en la cocina y, mientras guardaba la compra, empezaron mis reproches.

— Tom, — empecé, en tono serio — no te voy a negar que ha sido una grata sorpresa verte, pero, ¿se te ha ocurrido que podría haber arreglado las cosas con Raúl y encontrarte con él aquí? — le reprendí.

— Lo sé, pero tenía que arriesgarme... Por eso quería interceptarte estando sola. Por lo que me contaste, imaginaba que tu marido estaría trabajando ahora — me dijo, rascándose la cabeza. — Por cierto, ¿ha sido así? — preguntó, aunque supuse que ya sabía la respuesta.

— Pues no, todavía no ha querido hablar conmigo... Sigo esperando a que se decida...

— ¿Y piensas esperar hasta que él quiera?

— Pues después de haberla liado, sí, voy a esperar. Tampoco tengo nada mejor que hacer... — le respondí.

— ¿Seguro? — me preguntó, mientras ponía esa sonrisa que tanto me confundía.

— Tom, ¡ya vale! — le dije. — Por cierto, ¿cómo has sabido dónde vivo? — acababa de caer en la cuenta de que no le había dado mi dirección.

— Digamos que alguien del hotel donde te alojabas me debía un favor...

— Vaya, ya veo lo en serio que se toman la privacidad de sus clientes.

— Venga, no te enfades, al fin y al cabo has dicho que te ha gustado la sorpresa — de nuevo su sonrisa picarona.

— Está bien, lo reconozco... — mientras se lo decía, se acercó y me abrazó. Había olvidado aquella sensación de estar entre sus brazos, lo bien que me sentía.

— Hueles muy bien... — me dijo, mientras tenía su cara pegada a mi pelo.

Entonces Tom bajó más la cabeza, buscando mis labios, y yo me dejé llevar por el momento. Y estuvimos ahí, de pie, besándonos, por un largo rato, y yo le dejé, pues necesitaba aquello, por las dos semanas que había estado sola, sufriendo, esperando a Raúl. Y Tom estaba ahí, para mí, seguía insistiendo aunque yo, en aquel momento, y en mi casa, la casa que había compartido durante tantos años con mi marido, no podía ofrecerle nada más que aquel beso. Así que, cuando noté que él quería algo más, tuve que separar mis labios de los suyos.

— Tom... sabes que no puedo... y menos aquí...

— Lo sé, perdona... siempre me dejas con las ganas... — me dijo, mientras apoyaba su frente contra la mía y se mordía el labio inferior.

— Sabías perfectamente dónde te metías, yo nunca te he dado esperanzas... — le respondí.

— Tienes razón, pero me vuelves loco... — me miraba intensamente con sus ojos azules.

— Y tú a mí, por eso estoy en esta situación — le respondí, separándome lentamente de él.

— Pero no puedes estar así toda la vida, ¿o sí?

— Cierto, no puedo estar así toda la vida, pero puedo esperar un poco más.

— Yo también puedo esperar un poco más, lo bueno se hace esperar — insinuó, a lo que yo me eché a reír.

— Eres un caso, ¿no vas a dejar de insistir? — le pregunté.

— Natalia, tú no lo quieres creer, pero ya te dije que nos encontramos por alguna razón.

— ¿Por la misma que has venido hasta España?

— Mmmmm... es probable. Y porque tenía unas ganas locas de verte.

— Muy bien, Mr. Hiddleston, y ahora dígame, ¿qué hago yo con usted?

— Bueno pues... estaba lo de hacerme de guía, ¿recuerdas? Pero creo que podría ser algo delicado — me dijo.

— Cierto, no tengo ganas de que se filtren más fotos, y menos aún de que nos vea Raúl — le respondí, con los brazos cruzados.

— Entonces... ¿y si me invitas a cenar aquí? — sugirió. — Sólo estamos tú y yo.

Era demasiado tentador, y a la vez peligroso. Aunque, mientras él estuviera aquí, que esperaba que no fuera por mucho tiempo, no importaba dónde estuviéramos, pues Raúl se podría enterar. Sopesé las opciones, que en aquel instante eran tres: cenar fuera, a expensas de que cualquiera pudiera vernos; cenar en casa, con la remota posibilidad de que a Raúl le diera por venir justo en ese preciso momento; o decirle que se marchara, pero después de haber venido hasta aquí para verme, no podía y no quería hacer eso. Entonces me decidí.

— Está bien, podemos cenar aquí, ¿alguna sugerencia?

...

Mientras yo preparaba la cena, Tom insistió en ayudarme, pero era mi invitado, así que preferí que se quedara en el salón, viendo la televisión o escuchando música. Le dije que estaba en su casa y le dejé ojeando mi colección de películas y discos.

Como me dijo que no me complicara mucho, y la verdad es que, al estar sola, no tenía mucha cosa en la nevera, me decidí por unos espaguetis a la carbonara. Era un poco pronto para cenar en España, pero sabía que Tom tendría hambre así que antes de las ocho de la tarde ya lo tenía prácticamente todo preparado, sólo me faltaba  mezclar la salsa con la pasta.

Como tenía chocolate, quise darle una sorpresa y prepararle unos coulants de chocolate para postre. Mientras terminaban de hacerse en el horno, preparé una tabla de quesos para picar y fui a buscar una botella de vino blanco de la vinoteca, que estaba en el salón. Cuando entré, lo vi ojeando mi álbum de boda, que lo tenía guardado en una de las estanterías.

— Estabas preciosa — me dijo, mientras levantaba la cabeza, cuando notó mi presencia.

— Gracias.

— Se nota que estabas muy feliz, en tu sonrisa y el brillo de tus ojos...

— La verdad es que ese día fue el más feliz de mi vida — le confesé.

— Pero ahora parece que te falta algo...

— Me falta él — le dije, señalando a Raúl en una de las fotos.

— Sabes que también te falta algo más...

— Ya está casi todo listo — le respondí, ignorando su comentario. — Venía a por una botella de vino, coge una de blanco, la que te apetezca — le indiqué. — Yo mientras preparo la mesa.

Asintió, dejó el álbum cerrado en la mesita de café y se levantó del sofá. Mientras echaba un vistazo a las botellas que tenía, yo puse la mesa y fui a por la tabla de quesos a la cocina. Cuando regresé con el queso, ya había abierto la botella y la estaba sirviendo en las copas que había sacado.

— Para empezar he preparado una tabla de quesos — le dije, mientras las colocaba en el centro de la mesa.

— Qué buena pinta — me dijo, mientras apartaba la silla para que me sentara, a lo que le sonreí. Después él se sentó, y empezamos a cenar.

De verdad es usted, Mr. Hiddleston?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora