Capítulo 56 - Escondidos

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Después del largo paseo por la playa, comimos en la terraza de uno de mis restaurantes favoritos. Desde allí se veía toda la costa, y Tom se quedaba absorto contemplando el mar. Yo, en cambio, le miraba a él totalmente embobada.

Mientras esperábamos a que nos trajeran la paella, me pilló observándole con cara de tonta y empezamos a reír de forma descontrolada. Cuando me percaté de que todos a nuestro alrededor nos estaban mirando, le hice gestos con las manos para que parara.

— Si nos miran mucho, se darán cuenta de quien eres — le dije, casi en un susurro.

— De momento parece que hemos pasado bastante inadvertidos — me dijo, algo divertido, y me cogió la mano.

Me puse roja, todavía se me hacía raro estar así con él en público, y más teniendo en cuenta que estábamos en mi zona y allí cualquiera podía reconocerme.

— Entonces, ¿aquí solías venir con Raúl? — me preguntó de golpe, lo cual me dejó bastante descolocada.

— Sí... — empecé. — Era uno de nuestros lugares favoritos — en ese momento cambié mi semblante, pues recordé lo importante que era ese restaurante para los dos y me sentí mal por estar compartiéndolo con otra persona que no fuese él.

— Ey Natalia, perdona — Tom me acarició la mejilla. — No quería evocarte recuerdos tristes, sólo sentía curiosidad.

— Ese no es el problema Tom, sino justo lo contrario. Viví momentos muy especiales con Raúl aquí, y siento que lo estoy traicionando.

— Si no te sientes bien podemos irnos.

— Tranquilo, no pasa nada. Tenía tantas ganas de enseñarte este sitio que hasta que no me has preguntado no había caído — bajé la mirada. — Realmente, creo que no quería acordarme.

— ¿Puedo preguntar...?

— Claro — le corté, y suspiré antes de continuar. — ¿Ves aquella mesa de allí? — le señalé una mesa al fondo, algo apartada del resto.

— Ajá.

— Allí Raúl me pidió matrimonio — nos miramos a los ojos, la cara de Tom era un poema.

— Lo siento, no debí preguntar — entonces fue él quien agachó la mirada.

— No te preocupes — volvió a mirarme a los ojos y le sonreí — tengo que ir superándolo, pero todavía duele — me acarició la mano.

En ese momento, el camarero nos trajo la paella. Me sentí aliviada por la interrupción, así podríamos cambiar de tema de forma natural.

— ¡Qué buena pinta! — exclamó Tom, a lo que yo reí.

— La de Londres estaba buena, pero te aseguro que ésta estará mejor.

Dejé que la probara él primero, y cuando vi su cara de satisfacción solté una carcajada.

— ¿Tenía razón o no? — le pregunté, mientras cogía un poco con el tenedor para llevármelo a la boca.

— Totalmente. Creo que a partir de ahora éste también va a ser mi restaurante favorito de España.

— Por eso he querido que vinieras, sabía que lo disfrutarías.

Seguimos comiendo y charlando, y ya no volvimos a tocar el tema de Raúl. Cuando terminamos, nos movimos a la parte de la cafetería aprovechando que casi no había gente. Pedimos un par de mojitos y nos quedamos allí, contemplando las vistas y disfrutando de la compañía mutua hasta que anocheció.

Cogimos el coche para volver a la ciudad. Por comodidad, decidimos pasar el fin de semana en el hotel y, para evitar que nos vieran juntos si no era necesario, la idea original era dejar a Tom en el hotel y yo me iría a casa a por algo de ropa. Mientras, él haría las gestiones oportunas para que yo pudiera dejar el coche en el parking y, de ese modo, evitaríamos tener que desplazarnos siempre en taxi por el tema de la privacidad.

De verdad es usted, Mr. Hiddleston?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora