03. El debate de la cordura

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     El tráfico en Londres durante un lunes por la mañana era uno de los tormentos que todas las personas residentes de la ciudad solían detestar, sobre todo cuando la lluvia se encargaba de abrazar con sus grandes y gélidas gotas de agua a la capital inglesa.

     A diferencia de otras mañanas en las que Duncan prefería tomar el bus para ir al instituto, ese día se había tenido que conformar en ser llevado por Ibrahim en su auto, ya que la tormenta parecía no cesar y faltar a causa de esta no era una opción, o al menos no para Ibrahim e Imogen.

     Se encontraba sentado en la parte trasera del Vauxhall Corsa color índigo de Ibrahim, mientras simplemente se disponía a contar una a una las gotas que descendían sobre la polarizada ventana de la puerta derecha.

     Adelante, Ibrahim se disponía a conducir su auto, mientras cambiaba las emisoras radiales en busca de una con música que fuese lo suficientemente agradable para sus oídos, siempre se solía quejar de cualquier tipo de música que no tuviese que ver con la religión, de manera directa o indirecta y con letras «limpias», como solía decir, por ello tenía toda la colección de éxitos de Kirk Franklin en la sala de la casa.

     Por otro lado, en el asiento izquierdo del copiloto se encontraba Adam, charlando y charlando sobre algún tema que Duncan ignoraba completamente.

      Adam, al igual que él, se había convertido en todo un adolescente de dieciséis años, de cabello castaño lleno de cortos rizos que solía peinar hacia el lado izquierdo. Con los años, sus raíces latinas se fueron reforzando con sus facciones, se podía notar en los radiantes ojos color café que tenía, pero sobre todo en su piel trigeña, la cual había sido causante de algunos suspiros de sus compañeras de instituto. Tenía una nariz grande y recta, y unos labios grandes y estrechos adornados por un lunar que yacía sobre estos. Gracias a su trabajo duro en el soccer, Adam había adquirido una contextura diferente a la de Duncan, ya que este era un poco más ancho que su hermano.

     Sin lugar a dudas, Adam Dankworth era uno de los rompecorazones más codiciados en Queen Victoria.

     Duncan colocó los ojos en blanco.

     No era que odiase a Adam, ya que por alguna razón se había acostumbrado tanto a su presencia que ya era común para él tener a Adam a su alrededor, tanto en casa como en el instituto, el problema recaía en que simplemente no compartían algún sentimiento en que los uniese como «hermanos», y a pesar de que Adam algunas veces intentaba hacer algún esfuerzo por acercarse, Duncan siempre le repelía de manera natural.

     Eran dos polos totalmente opuestos.

     Más tarde te seguiré contando... Espero que la profesora pueda cambiar de opinión.

     Opino lo mismo, hijo.

     Duncan salió de su trance mientras observaba a través de la ventana a los estudiantes que corrían de un lado a otro apresurados para evitar empaparse.

     Recién habían llegado al instituto, e Ibrahim se encontraba aparcado en la parte de afuera, al igual los autos de otros representantes.

     Adam abrió la puerta para desplegar su paraguas y el fresco olor a tierra mojada entró a las fosas nasales de Duncan, quien decidió retener en aroma en sus pulmones por unos escasos segundos. No solía esperar a Duncan, porque el pelinegro le había dicho con anterioridad que ese gesto era innecesario, aunque algunas veces solía asomarse en el salón en donde estaba para verificar que todo estuviese bajo control. Generalmente el grupo de Grint dejaba en paz a Duncan cuando Adam estaba a su lado.

     Le respetaban.

     —¡Adiós, papá! Ten un buen día, gracias por traernos —se despidió Adam, colocándose su mochila, y posteriormente corriendo hacia el gran portón de la escuela.

DUNCAN © #2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora